Isabel Castañeda.- Salimos de Puertollano a las cinco de la tarde con el calor propio de la fecha y con la idea de que, en el recorrido por el río Tajo, el sol nos castigaría con rigor. Llegamos sobre las ocho y, después de parar en un bar, iniciamos la ruta natural por la orilla del río, con la agradable sorpresa de que la vegetación evitaba que el sol nos diera de lleno.
Con la caída de la tarde el color de miel iba envolviendo el arbolado y las rocas, que se reflejaban en el río, consiguiendo un efecto de unión entre todos los elementos, coronados con un cielo azul de atardecer maravilloso, ya expresado en los poemas de Garcilaso de la Vega.
En medio de esta belleza natural, la historia se hace patente con la “Fábrica de Armas”, reconvertida en Universidad. Esta fábrica representa la prosperidad de una época en la que las espadas toledanas recorrieron muchas partes del mundo como las mejores y que sus aproximadamente dos mil trabajadores generaban riqueza, al mismo tiempo que se hacía evidente que lo práctico no estaba reñido con lo bello.
No es difícil imaginar el Toledo de entonces como laborioso, con un intercambio cultural, económico y gastronómico del que a cada paso el visitante de hoy va encontrando muestras. El momento mágico de la tarde que se va y la noche que llega, nos permite gozar de vistas maravillosas de la arquitectura y la vegetación toledanas, que se acoplan a la perfección.
Salimos de la ruta natural y nos adentramos en el Toledo urbano, dispuestos a disfrutar de él y, especialmente, de sus “Leyendas y Cobertizos”.
La magia, el misterio, los secretos, la historia y los personajes que han formado parte de su evolución, parece que salen a recibirnos envueltos en la noche toledana.
Sus puertas: “Puerta de Alfonso VI”, de estilo califal; “Puerta de Bisagra”, de estilo renacentista; “Puerta del Sol”, de arquitectura mudéjar”, más que para cerrar, parece que han servido para irradiar al mundo una inmensa riqueza cultural, ejemplo de lo que debería ser motivo de unión entre los distintos pueblos y no de discordia.
Las leyendas comienzan a la vista de la Ermita del Cristo de la Vega, asentada a su vez sobre la antigua basílica visigoda de Santa Leocadia. Entre las innumerables leyendas toledanas podemos citar algunas de Gustavo Adolfo Bécquer: “El Cristo de la Calavera”, “La rosa de pasión”, “El beso”, “El Cristo de la Vega”, que, a su vez, da lugar a la obra de José Zorrilla “A buen juez mejor testigo”.
La cultura toledana lo engloba todo: historia, literatura, espiritualidad, economía, arquitectura, gastronomía. Tres culturas: cristiana, judía y musulmana, que se acrisolaron y trasmiten lo mejor a los descendientes, testigos vivos, representados por los sefardíes que hoy se extienden por el mundo con su lengua, el ladino (restos del castellano antiguo), sus costumbres y el nombre de Sefarad en el corazón.
Vemos el conjunto arquitectónico de La Catedral, asentada sobre la iglesia visigoda de Santa María y la mezquita mayor de la ciudad. Su fachada principal es ejemplo también de los cambios, según las circunstancias y sus protagonistas. En su fachada principal, la representación de la imposición de la casulla por la Virgen a San Ildefonso, hace recordar a la obra homónima de Gonzalo de Berceo, el primer escritor de prosa en lengua castellana.
Paseando por las calles, no es difícil imaginar a los caballeros, sus lances y conquistas representados en la obras de “El Greco”: “El entierro del conde de Orgaz”, “El caballero de la mano en el pecho”, etc.
Llama la atención en el Toledo mágico y siniestro, a veces, nombres inquietantes como “Callejón del infierno”, entre muchos.
Sigue la sorpresa cuando llegas a los cobertizos. Son un ejemplo de, en medio del caos de calles estrechas y escondidas, la capacidad de improvisación para encontrar soluciones a algo que parecía que no la tenía. Se rebaja el suelo de la calle y se unen los edificios por arriba, dando a la parte habitable de las casas la amplitud que era imposible conseguir por abajo. Recuerdan a un sorbete de helado que se rebosa.
Sorprende más, si es posible, encontrarse con que quién contribuyo a buscar mejores soluciones para problemas urbanísticos y de salubridad, con tanto sentido común, fuera Juana la Loca, quizá una mujer que se adelantó a su tiempo y por eso incomprendida.
Se acaba el recorrido con una última visita a las torres y sobre las dos de la madrugada volvemos al autobús para llegar a Puertollano a las cuatro, como estaba previsto.
Fin del interesante e ilustrativo viaje; momento para las reflexiones.