Manuel Valero.- Como quiera que el agente persistiera en su obsesión, su padre decidió entrar en el asunto y tener palique suficiente durante la sobremesa, las largas sobremesas que siempre alcanzaban el atardecer cuando los dos Peinado se enfrentaban mano a mano mediando un bien menú ya fuera callejero o casero.
La presencia de Gloria contribuía, además, a darle más densidad al contenido de la conversación con apuntes muy agudos y reflexivos sobre la sociología necesaria en la que cuaja un modelo de televisión superficial como el que campaba por las tardes en todas las ventanas catódicas del país. Las reuniones se prodigaron desde que Roberto y ella formalizaron la relación no con promesas de matrimonio feliz sino con el discurrir inapelable de los días felices que ambos se regalaban.
-¿Nada sobre esa cosa, hijo?
-¿Qué cosa, papá?
-Lo acabas de mencionar: esa suerte de jueces fantasmales, como si fueran una mano negra dispuesta a limpiar de escoria las cadenas de televisión. Vive Dios que resulta grotesco, muy grotesco”, dijo el profesor como siempre oscilando su gran copa de brandy caro.
-Ni rastro, ¿pero sabes que creo?-, respondió el policía.
-En ti mismo, desde luego-, se le anticipó su progenitor. El poli no hizo caso al halago paterno.
-Que forma parte del juego. Ese hijo de perra trata de confundirnos de nuevo. Primero el disfraz de su propia víctima, luego esa estrafalaria copia de un don nadie adicto a esa basura, el detallito de la frase en latín para emular a los psicópatas de las películas americanas… No ha tenido suficiente ese cabronazo.
-Pues yo creo que es verdad-, Gloria se arrancó con desparpajo, con una seguridad inocente sin fundamento pero completamente natural.
-¿Crees que existe en realidad esa… esa hermandad de verdugos. Por Dios, Gloria no seas ingenua, es una añagaza”, se quejó Roberto.
-¿Y porqué crees en la posibilidad de que todo haya sido planeado por esa cosa como dice mi hijo policía?- preguntó Peinado padre en un tono divertido a la novia de su hijo.
-No sé… parece más misterioso, más intrincado, como que da más miedo. Un asesino en serie es horrible y muy exótico en un país como el nuestro más proclive a la salvajada, como lo de Puerto Hurraco…
-En eso estamos completamente de acuerdo-, asintió Roberto.
-¿Es sólo por una cuestión subjetiva, casi de película, que te inclinas por la secta?- El profesor de Sociología reposó uno de los brazos sobre el respaldo de la silla.
-Bueno, creo que llegados a un punto el juego se acaba. Ese actor del demonio ha tenido un modus operandi determinado desde el principio, pero cuando llega el momento álgido ya no valen los jueguecitos de distracción. Está claro que las muertes de los dos Antonios, el Lobera y el Morales, estaban en el guión, y mientras tanto, había tiempo para el despiste, pero el secuestro de Rita, que también estaba en el guión, el video y su ultimátum, es el órdago final, el momento de poner las cartas boca arriba y de sentenciar el juego.
-Gloria, me…me sorprendes… no sabes hasta qué punto”-, exclamó Roberto absolutamente perplejo ante el razonamiento de su novia.
-Una verdadera sabuesa. un Sherlok Holmes, en mujer, o sea un Sherlok Holmes, mucho mejor-, terció el profesor con otro halago un poco impostado.
-Es como si ese rufián os dijera a todos: bueno hasta aquí hemos llegado, los dos fiambres han sido para abrir boca, ahora empieza la función la verdad, o se cancela la basura de la televisión o la mayor basurera del reino irá a hacerle compañía al rey consorte de la misma cosa. Y no lo digo yo, que soy Óscar Garcia, “el justiciero del Corazón”, lo afirma, firma, rubrica y advierte una organización dispuesta a la asepsia pública y que se llama Justicia Negra…”
-Todo lo que dices tiene mucho sentido, chiquilla, pero que mucho sentido. Roberto, yo que tú tomaría buena nota de lo que acaba de decir esta jovencita encantadora-, añadió el padre.
El policía no las tenía todas consigo, se inclinaba por la mofa continua con la que el novio de Irene Cruz aderezaba sus sangrientas tropelías. Se trataba de un actor, por tanto quería rodear de cierto espectáculo su maligno proceder, y además, así contribuía a declinar aún más los programas del corazón, era como si hubiera entrado en esa rueda para hacer justicia negra en solitario, al mismo tiempo que diezmaba de sus efectivos más rentables el negocio de la frivolidad.
-Hay algo que me da vueltas en la cabeza-… susurró el policía.
-¿Algo? Ultimamente todo te da vueltas en la cabeza, mejor dicho una sola cosa te martillea la cabeza-, la queja de Gloria escondía un tono velado de desdén de mujer.
-¿Y de qué se trata?-, le preguntó el padre.
-Si me inclino por la existencia de esa panda de verdugos togados no es por el razonamiento de Gloria…
-Vaya, te estoy muy agradecida por el cumplido, cariño.
-No, no, no trato de ridiculizarte, incluso me parece muy perspicaz, y a buen seguro que a muchos de nuestros mejores hombres no se les hubiera ocurrido. Hay algo que… Quiero decir, ese hombre iba a actuar en ese teatrillo, y de repente, todo se precipita. Cancela la función, secuestra a Rita, sale a escape de su casa…
-Ve al grano, hijo, ¿adónde quieres ir a parar?
-Que alguien alertó a nuestro pájaro de que nos habíamos puesto sobre su pista…