Casi todos utilizamos algún tipo de almohada para dormir, si bien cada cual tiene sus preferencias por un tipo concreto; podría decirse que existen tantas almohadas como seres durmientes puede haber. Cuestión de gustos, y en bastantes casos cuestión de cervicales.
Muchas personas tienen la costumbre de viajar siempre allá donde van acompañados con “su almohada”. Algunos lo hacen por una pulcritud quizá algo exagerada, pero lo cierto es que compartir con extraños a los que no vas a conocer, la inmediatez de tus sentidos es algo que justifica inclinarse a llevar tan íntimo equipaje. Casi todos señalan otros pretextos como pueden ser el de estar habituado a sus características, a su dureza, a su altura, a su “exclusividad” y seguro que es cierto pero pocos confiesan que lo hacen por cuestiones de confidencialidad.
Porque ¡oye!, pasas la noche en un hotel soñando…y ahí se queda el “confidente nocturno” esperando que otro le cuente la noche siguiente sus otras confidencias, otros problemas, vaya usted a saber de qué tipo; y es que en la almohada quedan albergados de alguna manera nuestros sueños. Nada hay que sepa más de nuestros deseos, de nuestros desvelos, problemas e ilusiones, nada conoce más y mejor la intimidad de nuestra vida que la almohada. Normal por otra parte porque nada ni nadie pasa tanto tiempo en contacto con nosotros y tan cerca de nuestros pensamientos.
Las almohadas son las depositarias de las ideas maduradas sobre el silencio de la soledad; sobre la almohada encontramos mejor las soluciones a los problemas de la cotidianidad. La almohada es como ese confesor que escucha todo lo que pensamos por tarde que lo hagamos y lo hace sin prisas embebiendo lo que nuestra vida a diario va diciendo; será por eso que tras la noche, en la mañana todo se ve más claro y más sereno. Disco duro, mullido y esponjoso donde se almacenan todas las vivencias más íntimas.
El niño tiene en su almohada al primer contador de cuentos; cuando crece, la almohada se convierte en el libro blanco donde escribir sus aventuras más sagaces; para el adolescente es su paño de alegrías y de lágrimas en la que unas noches cubre de sueños románticos y a la siguiente empapa de tristes desencantos. El transgresor que la utiliza para meditar la fechoría o para arrepentirse pesaroso de haberla cometido. El anciano que sin dormir, vigila descansando las canas con las experiencias vividas. La almohada compartida por el matrimonio que piensa, vive y sueña unido, la almohada conyugal como transmisora de sueños mutuos, de deseos para el mañana, confortable seno de las muestras de cariño o de distancia; ¡ay si las almohadas hablaran de los aciertos y desatinos, de amores y desamores, de errores y aciertos, de traiciones y conquistas!
Las almohadas existen para ser vividas aunque las utilicemos para reclinar sobre ellas nuestros sueños, esos que nos hacen estar más vivos y despiertos cada mañana; y es que sin un amanecer que nos espere, la almohada se convierte en un triste y frio saco repleto de tristezas. Es la ilusión de vivir la que la mantiene caliente…que la noche definitiva no necesita de almohada alguna.
Yo siempre que viajo llevo mi almohada. Lo hago por pulcritud.
Precioso canto a lo que supone la intimidad de nuestros pensamientos y sentidos.
Pues nada, a pasar buena noche…hoy parece que va a ser fresquita…ya era hora.