Manuel Valero.--¿Quien eres?- le interrogó llorosa y cansada- “¿Por qué me has traído aquí?.
El hombre caminó de un lado a otro sin dejar de mirarla. Le parecía imposible tenerla ahora al alcance de la mano, completamente a su merced, dueño de su destino, tan indefensa y débil como arrogante y altiva en el plató. Se puso en cuclillas para mirarla a la misma altura, con la mano derecha le acarició una mejilla que Rita separó repentinamente airada y herida en su orgullo. Además de su profesión, era una mujer y el hombre que estaba frente a ella no denotaba ternura sino desprecio y asco y quizá alguna que otra intención más dolorosa . El hombre se incorporó de nuevo sin mostrar sorpresa por la reacción de Rita a su tentativa de caricia, siguió caminando hasta rodearla completamente. Rita trató de seguirlo con la cabeza, y cuando lo sintió a su espalda volvió a gritar de nuevo. Entonces su captor la asió por los hombros, apretó sus manos con tanta fuerza, que Rita sintió como si unos garfios se le clavaran en la carne para retenerla.
-Es inútil que chilles, preciosa, nadie te va a oír en varios kilómetros a la redonda, pero si te consuela, grita, patalea, chilla…
-Por favor, dígame dónde estoy, ¿qué pretende hacer conmigo? ¿qué le hecho? No le conozco de nada…
-Todo tiene su momento pequeña, todo tiene su momento… Y cuando llegue, entonces lo comprenderás todo, verás que todo adquiere un sentido maravilloso, y tendrás tiempo para reflexionar sobre el mal que has… que habéis hecho…que aún haceis.
El hombre, hablaba como en susurros, era un muchacho joven de unos 30 años, fuerte pero un poco delgado, pelirrojo y con un mentón muy bien dibujado, la nariz era casi perfecta y la boca se le había acostumbrado a esa media sonrisa que los actores adoptan ante la cámara de un casting.
-Usted, usted, fue quien mató a Tony Lobera-, gimió aterrorizada dándose por perdida.
-No adelantemos acontecimientos, querida. Dentro de muy poco, tal vez unos días, encontrarás explicación a todo esto. Mientras tanto, te quedarás quietecita, sin hacer ninguna travesura, te liberaré para que puedas hacer tus cosas y para que puedas alimentarte. Es inútil que trates de huir, no tienes escapatoria, de modo que todo depende de tí, si eres buena chica y te portas bien, no te pasará nada, pero si me das problemas no tendré más remedio que dormirte de nuevo con cuidado de que no se me pase la mano…
-Cabrón, hijo de puta, déjame salir.- gritó Rita. Luego se abandonó a un llanto inconsolable.
-Tranquila guapa. Ahí al lado te hemos preparado un cuarto para que estés más cómoda. Así que ahora te voy a soltar y me acompañarás muy dócilmente, sin hacer ninguna tontería…¿entendido?
El hombre le quitó las ataduras. Rita permaneció inmóvil mirando para todos lados y cuando sintió sus muñecas y sus pantorrillas libres de la presión se levantó bruscamente empujando con fuerza a su captor. Apenas avanzó unos pasos hacia la puerta que tenia a sus espaldas, el hombre la cogió del hombro la giró hacia sí y la golpeó. Aturdida, Rita se dejó hacer. Luego la cogió en brazos y la llevó a un compartimento que había detrás de lo que parecía un altar. Era una habitación añadida, como si no perteneciera a la arquitectura original de esa suerte de panteón, o baptisterio o extraño templete, aunque también podría ser una capilla privada, solitaria y húmeda. En la habitación había una cama, una mesita de noche, un armario de madera desvencijado y en una de las pareces casi en el techo un ventanuco con gruesas rejas de hierro en el exterior. La ventana se estrechaba en el interior como la tronera de un castillo. El muchacho depositó a Rita sobre la cama y se marchó cerrando la puerta con un cerrojo que chirriaba por la herrumbre y al poco tiempo regresó con utensilios de aseo y un poco de comida.
Así pasaron unas horas hasta que Rita volvió en sí. Ahora tuvo una conciencia más clara de lo que le estaba ocurriendo, pero eso no la consoló. Sin embargo, el saberse libre de ataduras y que pudiera moverse por la celda le hizo un poco más llevaderas las circunstancias. Miró a todos lados de la habitación, inspeccionó el armario viejo y la mesita de noche… Nada. No tenía nada, ni el móvil que buscó espasmódicamente autocacheándose en un acto reflejo. Finalmente, se sentó en la cama a esperar las angustiosas horas. Tuvo tiempo de pensar en lo que le depararían los próximos días y de nuevo la asaltaron la angustia y la desesperación. Comió un poco de comida y después se tumbó en la cama completamente agotada, psicológicamente inerme y físicamente dolorida por las ataduras y el golpe que recibió de su captor. Algunos pájaros se posaban en los hierros de la reja, permanecían unos segundos y luego volaban hacia otra parte en un juego sarcástico que hacía odiosa su libertad. Extenuada, Rita se durmió y soñó con Tony Lobera que bailaba una danza macabra en torno al cadáver de Antonio Perales, riéndose a carcajadas, mientras derramaba sobre su boca restos de basura orgánica.
Despertó a las cuatro de la madrugada y algo bajo la puerta de la celda la sorprendió, como si alguien se lo hubiera pasado por la ranura inferior. Era una revista pasada, de unos seis años atrás, en la que una Irene Cruz, demacrada y desmaquillada, con el aspecto de haber bebido más de la cuenta, aparecía en la portada, como un juguete roto.