Fermín Gassol Peco.- Hasta ahora para que las personas pudiéramos vivir era necesario el corazón. Por supuesto que el músculo en cuestión sigue siendo imprescindible pero ya tiene que estar acompañado de otro músculo artificial, el teléfono móvil, ese musculito que nos permite vivir entre lo real y virtual. Porque hoy no podemos sobrevivir sin ambas realidades. El problema, el grave problema está en confundirlas…o utilizarlas a destiempo.
Podría ser el título de una oda dedicada a los teléfonos móviles, a esos prácticos aparatos que nos permiten estar conectados de manera permanente con todo el mundo. Todo empezó siendo un práctico invento para no dar pasos en balde y se ha convertido en marcapasos habitual de nuestros días y nuestras noches; muchísima gente ya no puede dar un paso sin estar conectado a ellos.
Lo del teléfono móvil merece un verdadero estudio sicológico y cultural. Estamos en la calle y hay que hablar, entramos en el banco y hay que hablar, nos vamos de paseo y hay que hablar, estamos en el bar con los amigos y hay que hablar, entramos en el coche, conducimos y…hay que seguir hablando. Y es que el móvil se ha convertido en solucionador de urgencias que no lo son, porque ahora todo es urgente sin serlo y llevamos estas urgencias hasta lugares y momentos que no debemos.
El teléfono móvil se ha convertido en despacho móvil, en oficina móvil, en taller móvil, en distracción móvil, en evasión móvil y paradójicamente en pérdida de tiempo móvil. Hoy gracias al teléfono todo es móvil.
El móvil se ha convertido en un imprescindible y exigente compañero de viaje, sin el cual muchos no saben ni estar, ni viajar…ni vivir. Ahora lo “último” se llama WhatsApp, los inevitables y coloquiales “guasas”. Esa función que nos hace vivir permanentemente conectado y en conversación a tiempo real con los ausentes…en una versión de un mundo mitad real y virtual y que al volante se convierte en un cóctel de no muy buena digestión e imprevisibles y a veces, gravísimas consecuencias.
Y es que resulta paradójico que mientras vivimos afanados por dejar de depender, en huir del sometimiento a las personas, nos estemos convirtiendo de manera estúpida en esclavos de muchas cosas. Que al paso que vamos, entre las televisiones, ordenadores, videojuegos, tabletas y demás artilugios, los pequeños y grandes acabaremos sumidos en una claustrofóbica y aislada virtualidad…buscando imaginariamente la hermosa realidad que pasa o tenemos al lado de nosotros. Y eso no tiene mucha gracia que digamos aunque contenga, eso sí, la práctica y divertida función del “guasa-p”.
Sociedad virtual, relaciones virtuales, redes, «guasa», una farsa que oculta muchas veces la incapacidad para afrontar relaciones reales, amistades reales y amores reales. Carecemos de tiempo para tomar un café con un amigo pero perdemos todo el tiempo del mundo en todas estas chorradas. Mucho asco da todo esto.
Firmo y rubrico. Un saludo