Manuel Valero.- Todos se acercaron a la pantalla del ordenador y constataron que, efectivamente, un hombre que se correspondía a la descripción de la empleada de la oficina de mensajería, unos veinte días atrás, seguía las evoluciones de la presentadora Rita Rovira con un rictus de autocomplacencia en la boca y una mirada penetrante agrandada por las insólitas gafas. El hallazgo no rasgaba el velo del misterio y lo aclaraba todo, pero a los agentes le pareció esa coincidencia importantísima, una nimiedad alentadora en medio del marasmo. El mismo hombre que envió los sobres acolchados con la resurrección de Lobera había estado en el programa del corazón Corazón Abierto al menos en tres ocasiones desde el óbito del comunicador social.
– También estuvo los días 28 y 29 de octubre y el 4 de noviembre. Aquí está.
El agente de la Científica hizo otro tanto, avanzó la imagen hasta detenerla en el plano convenido.
Luego se hizo un breve silencio. Era fácilmente detectable en el ambiente un breve signo de alivio, como cuando se vislumbra desde la duna un trémulo paisaje de palmeras aun distante pero visible.
– Bien, ya sabemos que ese hombre tiene alguna relación con el caso. Y algo más- dijo Peinado tanto para sí como para sus compañeros y su jefe.
– Habla-,. le conminó el inspector Villahermosa.
– Si ha ido en varias ocasiones al programa de televisión, volverá a hacerlo. Propongo infiltrarnos entre el público a ver si se da la feliz coincidencia. Si eso ocurre no tenemos más que cazarlo y ponerlo a cantar por bulerías-, añadió Peinado.
-Por la forma de actuar nos encontramos ante alguien que lo tiene todo planificado, es demasiado inteligente, probablemente ahora esté planeando futuros movimientos, porque ha deducido que nosotros estamos haciendo ahora exactamente lo mismo que estamos haciendo-, terció Ortega.
– ¡Esto es un verdadero galimatías! Un presentador asesinado, el presentador que aparece, el mismo presentador junto a una segunda víctima, y un estrafalario tipo con aspecto de güate enviando fotos a la televisión con el presentador asesinado que no lo está porque se ríe en nuestra propia cara en un acantilado!!- gruñó Villahermosa.
De nuevo el silencio. Peinado repiqueteaba sobre la mesa con la pequeña contera de goma de un lápiz, Ortega seguía con las manos en el bolsillo mirando el suelo, la agente de la Científica mirando a todos tras sus diminutas gafas de intelectual y el otro compañero, también de la Científica, afanado en recoger el material para recibir órdenes. El inspector jefe de espaldas a todos ellos miraba la ciudad.
– ¿Dónde te metes, hijo de perra?-, susurró. Luego ordenó a la Científica a que siguiera escrutando todo cuanto tenía, a revisionar más videos, a analizar todo cuanto fue recogido del piso de la segunda víctima, trozos de cinta, de restos de basura, el móvil… cualquier cosa, todo.
– Sí, señor-, dijo el que manipuló el ordenador y acto seguido salió del despacho acompañado por la otra agente.
Apenas se hubieron marchado sonó el teléfono fijo del inspector. Era de la centralita de la Comisaría. Por un momento pensó en un nuevo rapapolvo del comisario, pero el origen de la llamada era muy distinto. Lo llamaban del programa Corazón Abierto, proponiéndole una intervención en el plató y a someterse al interrogatorio de Rita Rovira. El mundillo de la televisión rosa había redoblado su consternación tanto por la segunda muerte de uno de los colaboradores de Trapos Limpios… ¿o no? como por la complejidad del caso. Las evoluciones fantasmales de Lobera tenía a toda la prensa, incluida la seria, en un perfecto estado de estupor.
-…Los detalles económicos los fijamos en nuestras oficinas, si acepta”, le dijo una voz femenina, una voz aministrativa.
“¡¿Que acuda al plató?! ¡Ustedes se han vuelto locos! !!Váyanse al infierno, miserables!!!
El inspector colgó con tanta fuerza que casi parte el teléfono en dos.
-Esto es el colmo- suspiró para relajarse.
_¿Sabe usted lo que ha hecho, jefe?- preguntó Ortega con un ápice de comicidad en mitad de aquel embrollo.
– He mandado a esos basureros a su sitio natural, ¿algún problema?-, respondió clavando los ojos en los del policía.
-Y sabe lo que significa eso?-, volvió a preguntar Ortega mirándolo un poco de soslayo con la cabeza inclinada hacia el suelo.
-Dímelo, tú, poli-, la urgencia sonó entre un imperativo y una invitación cortés.
– Le vamos a estar viendo en la tele una tarde sí y otra también y una noche también y otra también…
-Que se atrevan-, sentenció Villahermosa.
El jefe de Peinado y Ortega se sentó en el sillón del despacho.
– Maldita sea la madre que parió al mundo-, dijo.