Hay una pieza teatral de Cervantes, recientemente descubierta, que no ha sido debidamente valorada. A mi juicio se trata de una de sus obras maestras, y sin duda entre las mejores de nuestro teatro clásico. Hablo de La conquista de Jerusalén.
Hace tiempo que esta tragedia perdida fue encontrada al revisar los catálogos de la Biblioteca Real. No cabía esperar menos, habida cuenta del desastre de catálogo que hizo Juan Gualberto López de Quesada, Conde de las Navas, a comienzos del siglo XX. Allí hay muchas otras cosas de interés. El título completo es La conquista de Jerusalén por Godofre de Buillón y su tema fundamental son las Cruzadas. Eso exaltaba a un antiguo preso y combatiente contra el Islam como Cervantes. Se le atribuye, pero para mí es indudable que es de él: tiene el estilo y métrica de su teatro, las figuras morales que tanto gustaba de haber introducido y el pensamiento liberal y universal que tanto lo caracterizaba. Un gran poeta posee siempre la virtud de la síntesis, de la concisión, que habla a los ojos en ejemplos cual estos:
¡Oh, griegos, hombres no, sino mujeres!
¡Codiçiossos, lascivos y habladores,
inconstantes de vanos pareceres!
¡Revienta ya, corazón!
¡Pon tu dolor en la lengua,
que tanto silencio es mengua
que acomete la pasión! (629-632).
Su pie por la senda ruin
de Mahoma va muy listo,
el tuyo por la de Cristo:
¡mira si es contrario al fin
de amar, ser los dos, Señor,
de tan diferentes greyes!
Mas lo que apartan las leyes
suele juntar el Amor. (645-652)
¿No será cosa excusada
pretender o esperar cosa?
Sí, será; mas ¿qué haré?
¡Que en mi muerte no hay tardanza
si no fundo la esperanza
aunque sea en nosequé! (659-664)
Y enfáticos pleonasmos como este:
En un mismo momento, en un instante,
a un punto mismo todas las gargantas
de todas las personas que allí estaban
formaron una voz clara y sonora
y a una misma razón todos dijeron:
«¡Así lo quiere Dios, así lo quiere!
¡Así lo quiere Dios!». Y una voz y otra
y otros y otras muchas repitieron
esta misma razón, señal notoria
que el Espíritu Santo la infundía
en los cristianos tiernos corazones.
Y este apellido, «Dios ansí lo quiere»,
mandó el Papa quedase entre nosotros
y que fuese contino apellidado
en todas nuestras obras y que fuese
puesto en nuestras banderas por empresa
Otras frases vigorosas:
No nos lleva el vacío del deseo,
los anchos reinos, ni los montes de oro… 225-226.
Conforme a la verdad, Clorinda amada,
dame en señal esa divina mano,
y en hora venturosa, afortunada
a tu cielo levanta este cristiano.
¡Ay, cuitada! ¿Qué rumor
es éste que agora siento?
¿Si es mi bien? ¿Si es mi contento?
¿Si es mi gloria? ¿Si es mi amor? (475-478)
Si llevas, Erminia, al cabo,
con la razón mi dolor,
verás que no soy señor,
sino humilde y mudo esclavo,
y que no tengo poder
para mirar lo que es mío,
porque todo mi albedrío
está en ajeno querer.
Juzga por tu corazón
el mío cuál debe estar
y vendrás a disculpar
por la tuya mi afición,
y verás cuán poco valgo
para librarte de aprieto,
y que soy nada, en efeto,
aunque parezca ser algo.
¿Cuál vas y cuál quedo yo?
¿Tú qué viste o yo qué vi?
Que yo muero por un sí
y tú acabas por un no;
tales son, Amor, tus mañas,
en este aprieto nos pones;
devoras las intenciones
y consumes las entrañas.
Soy el que sin vos no puedo
vivir, porque sois mi vida,
soy la sombra dolorida
del miserable Tancredo…
Aquí y allá aparecen por el teatro de Cervantes, tan denso de humanidad y bellezas generalmente ignoradas por el esplendor de sus otras obras, huellas de un genio que, por mucho que la ignorancia se extienda, nadie podrá apagar.
Ángel Romera
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