El pasado día 23, a medida que me acercaba al mar Mediterráneo por razones familiares, el cantante Georges Moustaki se acercaba al punto final de una vida que había empezado en ese mismo mar y en esas mismas aguas. De una vida que desde 1969 nos había llenado de canciones inequívocas; a caballo de las piezas reconocibles de la ‘chanson’ tradicional francesa de Trenet a Ferrat, pasada por la batidora agitada del Mayo de 1968 y aromatizada por otras influencias que pesan como las brasileñas. Y sobre todo por el peso del trabajo irónico, cínico, desencantado y algo melancólico de Georges Brassens, a quien le tomó prestado el nombre que se incorporó sobre sí, como una enseña y como una insignia. Porque Georges, sólo fue Georges a partir de su establecimiento parisino; antes había sido Giuseppe, incluso Joseph. Aunque para nosotros sólo fuera un apellido de reminiscencias griegas como Moustaki.
Y así, 1969, ve surgir esa especie de himno de cierta disidencia y de cierta resistencia, que conocimos como ‘Le meteque’, tras haberse espoleado con el ‘Milord’ de Edit Piaf, que acabaría siendo su avalista mayor. De tal suerte, que todos fuimos en esos años aristados y otoñales, un poco metecos y otro poco extranjeros, a lo Camus. Aunque tuvimos la fortuna de mecernos y dormirnos acunados por viejos cantos tostados de sol y esperanza, que entonaba el barbudo y melancólico Moustaki. Quien compuso un trayecto eminentemente mediterráneo, antes de que Serrat deconstruyera el mar y la memoria. De Alejandría a Niza, pasando como estación intermedia por un París fliuvial y turbio. Ese sería el trayecto vital del envejecido, pero nunca viejo, Georges Moustaki: de mar a mar y tiro porque me toca.
Las galerías fotográficas disponibles de Moustaki, sólo nos proporcionan la evidencia del paso del tiempo a través de los cabellos más blancos e igual de largos, y de las gafas colgadas en la camisa. Sólo nos proporcionan la evidencia del paso del tiempo, a través de la impertinencia de las canciones que permanecen aisladas en una bruma otoñal y flotando en un mar de tiempo huido. Incluso la foto de François Page, de Moustaki en Roma en el otoño de 1973, soberbiamente motorizado, parece carecer de tiempo. Si no fuera por los autos del fondo, viejos modelos de esos años que quizá se hayan congelado, definitivamente, en esas canciones cifradas como ‘Il est trop tarde’ o como ‘Il y avait un jardin’.
Todo había empezado en 1934, en ese mismo mar y en ese mismo mes de mayo en la ciudad de Alejandría; aunque lo fuera bajo otro nombre como el de Giuseppe Mustacchi, de una familia de judíos de orígenes griegos. Y en la que destaca el don de lenguas de sus padres. En 1951 Giuseppe decide instalarse en París, donde ya lo llaman Joseph fruto de la traducción de su nombre. Iniciando una vida compleja que terminaría erigiendo como una bandera al viento. O como una samba afrancesada. Como un recuerdo que por ahora permanece, pero que se irá desvaneciendo, engullido en la niebla.
Bueno, bonito, y barato. Bravo, Rivero,
Mira que ya han pasado años….y Moustaki, sigue acompañándome en los viajes. Ma Liberté, Le Meteque, Ma Solitude,Il Y Avait Un Jardin,L’homme au coeur blessé…
canciones donde la letra y la música se abrazan sin pudor. Moutaki es sensibilidad y profundidad existencial…un poeta de la música al que su caliente corazón mediterráneo supo poner letras de denuncia y melancolía.
Un saludo
¿Os fijáis que nos despedimos de G.M. los de un fragmento generacional, casi perdido?
Cierto, así es Pepe, la música hoy, se ha convertido en una variable de ingeniería de sonidos…vacía de mensajes. Nada que denunciar, nada dar que pensar, nada que ofrecer, nada que emocionar. Conclusión. me estoy empezando a hacer viejo…Pero me da pena que toda la riqueza de los mensajes que encierran todos estos poetas de las orillas del Sena, riquísima aportación a la música…queden sumergidos en sus aguas.