Castilla-La Mancha es una región –o lo que sea– compleja. No se articula de manera natural, sino que es el engendro salido de la desestructuración de la Castilla la Nueva de toda la vida, hasta la EGB; más el corta y pega de trozos que más o menos iban sobrando, no querían estar o no querían en otros sitios; y al final quedó algo parecido a cuando un niño junta varios trozos de plastilina de distintos colores para crear una figura: amarillo por aquí, azul allí, marrón sucio al otro lado, y allí un pedazo rojo que siempre se está desprendiendo porque no «pega» de ninguna manera. Y el hueco incomprensible de Madrid, que navega en su isla sin molestarse para nada por esos páramos castellanos que hay que atravesar en los puentes o vacaciones para llegar a la costa. Esos desiertos enormes, con similar densidad de población, 26 habitantes por kilómetro cuadrado y bajando, lo que las hace las regiones más despobladas no sólo de España, sino de Europa Occidental.
Los ríos de Castilla-La Mancha definen perfectamente esta situación. En España prácticamente todos los territorios se articulan sobre una cuenca hidrográfica, o sobre un gran pedazo de ella, resultando el resto de ríos algo residual, o con mucho menos peso. En Castilla-La Mancha no. Nos asentamos sobre ocho cuencas hidrográficas, cinco de ellas con un elevado porcentaje de territorio: Guadiana, Júcar, Segura, Tajo y Guadalquivir; mientras que el resto son testimoniales: Duero, Ebro y Guadalaviar. Es muy fácil que Aragón, por ejemplo, defienda «su» Ebro, que Andalucía «su» Guadalquivir, Castilla y León controle «su» Duero, o que Murcia haga suyo el Segura, río que por cierto nace en Jaén y la mayoría de sus recursos se generan en esta provincia y en Albacete.
Además se parte de una gestión heredada del franquismo, donde los ríos se destinaron a satisfacer las necesidades de otros territorios, sin pensar en que aquí también hacía falta agua. Así, la cabecera del Tajo se destinó al trasvase Tajo-Segura, quedando en el cauce del río las aguas residuales de Madrid y su periferia industrial. Se olvidaron las 200.000 hectáreas de regadío programadas en la zona occidental de la provincia de Toledo. El Júcar se embalsó en Alarcón y en Contreras para garantizar las demandas de la huerta de Valencia. El Segura igual, se represó en Albacete para abastecer los regadíos «históricos» de Murcia y Alicante. ¿Qué nos quedó? Ser mano de obra barata, emigrar, secano, y perforar la tierra, hasta vaciar los acuíferos de la Mancha oriental y occidental. Éramos menos competitivos, el agua rendía más en otras regiones, tenían derechos adquiridos. Y así se fue fraguando la historia de un complejo, donde siempre había alguien que podía enarbolar la bandera del agua contra nosotros, contra esta Castilla-La Mancha que tenía (y tiene) como cometido parir ríos y no utilizarlos. Y al final nos lo creímos.
Teníamos/tenemos que ser un desierto, un territorio donde hacer carreteras y vías de alta velocidad para atravesarlo cuanto antes, un territorio de nadie ni de nada. Una Mancha de tópicos, seca, con «energúmenos» –dicen, los mismos a los que llevan el agua desde 300 kilómetros– que saquean los acuíferos; o con ciudades como Toledo o Talavera de la Reina con una cloaca a cielo abierto pasando por sus puertas. Eso cuando el Tajo pasa, porque hay años que ni lo hace. En fin: una tierra de saqueo, una hidrocolonia. Una tierra de alimentar ríos y dejarlos ir porque se decidió en pleno franquismo y hasta hoy nadie ha dicho nada en contra.
El agua y los ríos no son de nadie. Excepto los que pasan por Castilla-La Mancha, que son de las regiones periféricas, con sus «derechos» que se traducen en votos en los órganos de decisión, en las directrices que emanan de los ministerios y todo el andamiaje político-económico al uso, que al final deriva en un Plan Hidrológico Nacional, que no es otra cosa que apuntalar el fracaso de la gestión territorial de España, basado en un urbanismo atroz en el Mediterráneo; y en un despoblamiento del interior, excepto la autosuficiente y autocomplaciente isla de Madrid.
La identidad de esta tierra se ha forjado con ese complejo: Castilla-La Mancha tiene menos derechos que otras regiones a «usar» sus ríos. Ahora tenemos encima la revisión de los planes de cuenca que afectan a Castilla-La Mancha. Lo que hay reflejados en ellos es la misma historia. Ya los desmenuzaré en otras ocasiones, pero se mantiene el statu quo: el Tajo para Murcia, Alicante y los regantes del Tajo-Segura; el Júcar de Valencia, el Segura de Murcia por supuesto; y el Guadalquivir de Andalucía. Y el Guadiana recuperándose, poco a poco, como un milagro que como nos descuidemos los aspersores devuelven a la profundidad de la tierra. Y Madrid exprimiendo los afluentes del Sistema Central y después excretando por el Jarama las aguas residuales mal depuradas de sus seis millones y pico de habitantes y decenas de miles de industrias.
¿Y Castilla-La Mancha? Pues con una densidad de población de 26 habitantes por kilómetro cuadrado y bajando, una región agropecuaria donde el agua está vedada, mal vamos. Lo que nos jugamos con el agua son puntos del PIB. Y muchos. He dicho muchas veces que lo que se va por el trasvase, además de la dignidad de esta tierra, de Castilla-La Mancha, son puntos del PIB, riqueza, ésa misma que no nos sobra y que tan mansamente nuestros políticos regionales –los de antes y los de ahora– se dejan llevar a quienes tienen unos derechos cimentados sobre leyes franquistas.
Los planes de cuenca son una oportunidad para recuperar parte de una dignidad. Los ríos no son mercancía, son vida. Pero vuelvo a comprobar en nuestros «aguerridos» políticos y técnicos la misma mansedumbre y complejos que nos aferran a nuestra querida hidrocolonia, conocida como Castilla-La Mancha. Hace 40 años el tardofranquismo diseñó como sería la Castilla la Nueva del futuro. Y eso somos. Una tierra que exporta agua, mano de obra, despoblada y pobre a fuerza de dar lo que no tiene. Ha llegado el momento de cambiar la situación. O seguir igual. Pero ya sabemos qué futuro nos depara eso.
Miguel Ángel Sánchez
http://golindelasenda.blogspot.com.es/
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Muyy bueno este artículo, se puede decir más alto pero no más claro, los planes de cuenca, cuando no inexistentes, han estado siempre al pairo de los intereses políticos y económicos ante la desidia ciudadana. Me temo que el Tajjo seguirá siendo víctima de ello. Gracias y enhorabuena por esta claridad de conceptos.
«Y el Guadiana recuperándose, poco a poco, como un milagro que como nos descuidemos los aspersores devuelven a la profundidad de la tierra» Copio y pego y no añado nada.