Manuel Valero.- Ya estamos todos enredados de tal suerte que quien no coletee con energía en la malla global es un analfabeto funcional. Coletear para hacerse oír, y para dejarse ver, no para escapar como hace el pez atrapado en la rudimentaria red del pescador, o tal vez también pues nosotros de alguna manera ya estamos metidos de lleno en la gran saca virtual, conectados cual brote florecido en el gigantesco árbol de Internet.
Tanto que ya no se concibe la recepción de noticias sin la interacción necesaria cuyo flujo determina el grado de impacto de una determinada información, así sea comentar el mensaje recibido o calificarlo con el pulgar hacia arriba (el icono romano pervive en el laberinto binario) desde el anonimato. La red es así una descomunal democracia virtual como la democracia real se sustenta igualmente en el anonimato del voto, de lo secreto a lo trasparente una asombrosa paradoja tan solo oscurecida por el permanente crepúsculo del poder, dicho sea en elsentido de luminosidad cenicienta y no en el de declinar de la grandeza.
La gente de mi generación que hemos pasado desde la lentitud y el olor de la tipografía al vértigo inodoro de la inmediatez titilante de la pantalla del ordenador ha podido reciclarse partiendo de una cierta capacidad intelectual adaptada al medio, la cuestión es adaptarse, pero, al menos en mi caso, aún llevados adherida a la nueva piel internauta viejos jirones delantiguo régimen informativo. Las cartas al director de los periódicos tradicionales con foto y DNI como garantía de su publicación van desapareciendo mansamente como llegará el día que el papel deje de ser soporte de impresión que impresione al mundo con la exclusiva del día. Cuanto ocurre hoy está colgado a los pocos minutos con una celeridad tal que incluso los periódicos acentúan la absurda espiral de competir consigo mismos en sus diferentes ediciones de papel o de cristal, como define un amigo mío poeta la realidad ordenáuta.
Tampoco el periodista de ayer recibía el laurel o el vinagre por el trabajo realizado más allá de alguna que otra carta o de una llamada de algún desconocido. Para los de mi generación, y encima de tendencia natural a la melancolía como aquí un servidor, casi era preferible ese silencio atronador en torno a tu trabajo que la exposición al mundo abierto, remoto e ignoto de la red que te atrapa y te expone con demasiada frecuencia a un veredicto sin cara, a un comentario sin identidad, a un insulto sin nombre.
Por supuesto que es un maravilloso invento como lo fue la imprenta que globalizó por primera vez el globo conocido, ya con la Biblia ya con textos anatemizados y profanos. Conectas, escribes, expones, te exponen, te conectan y te leen en un momento. Cierto que a lo mejor también tendemos al texto extenso-los de mi generación- al no contar con el avisador cascabelero de la vieja Olivetti con lo que nos perdemos lectores completos como dicen los expertos, pero son viejos tics de los plumillas que descubrieron asombrados la repulsión de la tinta por el agua en la técnica offset.
La red incluso da para ser el citoplasma de una futura democracia interactiva como defiende Rafael Robles, o crea,está creando o ya ha creado una nueva sociología, sobre la que también ha reflexionado José Rivero. Uno, de momento se siente cómodo y un poco más vulnerable por el sumario examen de los otros al otro lado, pero eso le da un toque de emoción al asunto y lo obliga a revisar cada día el principio del compromiso personal. La exposición inmediata al sol escrutador de los lectores detecta con más frecuencia las interferencias y las imposturas. A mi aun me pasa que aún dudo por decidirme si prefiero conocer el anónimo que me adorna o me denigra, y en cualquier caso cualquiera de las dos opciones al silencio, que en la red es mortal. Pero tampoco nos engañemos, que los me gustas no son el hit parade de este invento. Mis amigos que saben de esto, dicen que son muchos más los que leen a uno, o a algún compañero, que los que se deciden a responder (todos anónimos, o casi) o a salvarte el escrito con el pulgar hacia el norte. Y eso es maravilloso, porque es un poco como antes.
Como decía la zarzuela de Bretón,la verbena de la paloma, «hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad», pero el encanto de la olivetti es y será inigualable
El otro día un suelto televisivo, daba cuenta en un mercado marroquí, de la sección de ‘Escritores de cartas de amor y de familia’. Donde unos atildados mozos alahuitas provistos de máquinas de escribir, como la Olivetti de tu texto Manuel, también de otras marcas como las Remingtin y la Underwood, ofrecían su saber caligráfico a la clientela del mercado y del bazar, a 10 dirhams la pieza. Esos mismos mozos, años atrás ofrecían el mismo servicio de escritura impostada y profesionalizada, con un tintero, secante de papel rosáceo y plumilla de acero. ¡Cómo cambian los tiempos hasta en las ciudades del Magreb!
En la misma estela del cambio ¿inteligente? nos vemos inmersos aquí, la generación que descubrió los bolígrafos BIC en la infancia (¡qué invento más llamativo y portátil!) y que terminábamos el dictado pasando el papel secante por los trazos aún frescos de la labor caligráfica, sumergidos en los debates de redes, escrituras digitales, conexiones on-line y saberes tan mundanos. Todo al modo descrito hace cincuenta años por el profesor canadiense Marshall McLuhan y retocado un poco más tarde por el profesor boloñés Umberto Eco, en su perorata de ‘Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas’. Y creo que aún seguimos en ese debate, con pequeñas variaciones conceptuales y con muchos cambios instrumentales.
Nos vemos sumergidos en las dudas de cómo afectan las TIC, tanto a la comunicación misma, como al proceso de escritura comunicativa. ¿Mejoramos o empeoramos? Algo parecido, como ya he escrito en otro lugar, a lo manifestado por el nonagenario arquitecto Oriol Bohigas, a propósito de la Arquitectura; cuando se lamenta de la pérdida del lápiz, de la goma de borrar, del cartabón y del compás. Pérdida de la herramienta que encubre, evidentemente, otras pérdidas. Ahora que el ordenador y los Cad degluten todo pensamiento gráfico y unifican el nervio de todo dibujo en un solo carácter átono y universal. Bohígas nos advierte, que todos esos utensilios de la práctica del dibujo artesanal y un poco menestral establecían su propio sistema de investigación y de representación.
Al haber pasado de esa escritura de tintero y palillo, al empleo de pantallas de datos y artilugios similares, probablemente hayamos perdido no sólo los utensilios de la escritura, de la copia de papel carbón y del archivo en blocs de notas; sino que hayamos perdido una forma de representar el mundo, otra forma de investigarlo y una manera más de sostener nuestras opiniones frente al lector. Y ese es el triángulo que nos ocupa: Representación, Investigación y Comunicación.
Adaptémonos. Me complace imaginar la cara de asombro del primer dueño de un libro ajeno a los conventos y a la Corte. Debio ser increible tener el conocimiento en sus gruesas páginas al alcance literal de las palmas de las manos. Por lo demás, brillante.