El programa ‘Epílogo’, de ayer 9 de abril en Canal+, sobre Sara Montiel-María Antonia Abad incide en muchos lugares comunes que se han desplegado y desperdigado, desde que se supo su muerte por todas las redacciones y mentideros y así se espigó en crónicas, reseñas, onomásticas, noticias necrológicas, recuerdos dolientes y obituarios.
Un lugar común visible incluso en un programa como el citado, destinado a ser difundido cuando el entrevistado o la entrevistada, haya muerto; por lo que se puede pensar que se encontrarán, en la entrevista emitida con carácter póstumo, verdades nuevas y afirmaciones enérgicas producidas a contrapelo de las creencias comunes o tenidas como tales.
Un visionado del ‘Epílogo’, de ayer 9 de abril en Canal+, nos permite mantener la certeza de una visión desviada que, sobre sí misma y sus circunstancias, Sara tuvo y sostuvo y difundió sin menoscabo. Una visión desviada y desenfocada, construida desde una considerable autoestima de la protagonista, que la sitúan en la altura leve y aireada, de la Sierra de los Molinos de su Campo de Criptana natal. Visión desviada de la protagonista, mitomanía implícita en los espectadores españoles que, seguidores de fama y espectáculo, veían un cuerpo vedado (ellos) o un cuerpo a imitar (ellas), y esquemas de alabanza nacional y nacionalista, en buena parte de la crítica y de los medios de comunicación del momento histórico, y que por ello hablan de ‘Sara de España’, como una conquistadora de lo patrio en tierras lejanas.
Y de todo ello, de su monja primera Sor Leocadia en Orihuela; de sus titubeos iniciales cantando una saeta que es escuchada por José Ángel Ezcurra en 1941, quien con el tiempo será el fundador de la mítica revista ‘Triunfo’; su debut junto a Fernán Gómez, que además fue el primero en besarla; el bautismo de María Antonia como ‘Sara’, por mano de Enrique Herreros en la revista ‘Primer Plano’ y, sobre todo, el conocimiento de Miguel Mihura, que al fin y a la postre la recomendará en Hispamex, y por ello viajará a México para rodar ‘Furia roja’. Y ahí, hacia 1950, todo se precipita: México, Pedro Infante, León Felipe y más tarde su estancia americana de 1953 a 1957, su matrimonio con Anthony Mann, sus amistades plurales y una vida imposible para la España que aún pugna por salir de la autarquía económica y el prohibicionismo sexual, y a la que vuelve en un gesto incomprensible e inconsciente.
Y vuelve para tener un éxito, en 1957, con una película menor como fuera ‘El último cuplé’ de Juan de Orduña. Director menor, obra menor, pero éxito imprevisto que la situará en el órbita rara de un ‘Star system’ a la española. Lo demás se aproxima a la denominación española de la obra de Billy Wilder ‘Sunset boulevard’, ‘El ocaso de una estrella’. Un ocaso que brilla con luz propia a finales de los sesenta con el estrépito de ‘Tuset street’ (1969) de Jordi Grau (despedido por desavenencias con la estrella), y sobre todo con la irreconocible ‘Varietés’ (1971), de un irreconocible Juan Antonio Bardem, tan en caída libre como la misma Sara
Un lugar común del meritoriaje artístico y cinematográfico, cuajado de tópicos que la misma Sara construyó con tino y tiento, desde que se hizo patente su declive, y que fue configurando una rara maraña donde se confundía realidad y ficción, como ha subrayado Diego Galán en su obituario. O incluso, como ha dicho Martín Prieto, “Sara ni actuaba, ni bailaba, ni cantaba…pero tampoco lo necesitaba”.
Ni bailaba, ni cantaba, ni interpretaba…
Yo también vi la entrevista de ayer que sirvió para reafirmarme en lo que ya pensaba. Sara supo como nadie administrar su casi nula cultura y su escaso talento para la interpretación y limitaciones vocales. Y con el paréntesis de la última década,en la que vimos a una Sara excesiva y senil, no se le puede negar la inteligencia que acreditó tanto en la vida como en el espectáculo. Hizo lo que quiso cuando quiso en un tiempo en que el artisteo patrio se rasgaba las vestiduras para no contrariar al régimen y a la mojigatería de una ciudadanía adormecida. Adaptó a su tono las canciones, algo de agradecer en un tiempo en que todas las mujeres y hombres no hablaban, chillaban. E hizo de ello una virtud sensual.
Ayer, cuando vi la entrevista, me di cuenta que también dominó a la entrevistadora. Estuvo medida donde había que moderarse y excesiva en sus batallitas artísticas. Y , claro, sería muy fácil tildarla de muchos defectos. Pero ella, como Almodóvar en algún sentido, salió de la nada , de una tierra que es un páramo, de una familia pobre en cultura , influencia social y en economía. De no existir ella, tendría que haberse inventado, como tendría que haberse inventado a un Bosé en los setenta. Qué fácil sin embargo ser Bosé con una genelaogía tan llena de mitos y relaciones intelectuales y artísticas. Qué difícil ser Sara o Almodóvar.
Sara coincido en casi todas tus apreciaciones. El problema,a mi juicio, no son los creadores y artistas(¿…?) nacidos del erial o de la nada, sin apoyo y sin estímulos. Sino la sociedad que produce tales fenómenos de excepción cultural, y luego parctica el autobombo y la farfolla que esa misma sociedad sociedad, que ni los tuteló ni los formó, monta cuando han rozado la línea de la gloria. Y todos los conversos y adevenedizos, en esos momentos brillantes y acongojantes, son almodovarianos o saritísimos o cualquier otra cosa. Olvidan que en ambos casos hubo que poner tierra de por medio y huir a México o a Madrid, para luego volver (¿…?) en olor de multitudes y a punto de beatificación. Y ellos, los hijos pródigos y prodigiosos, aceptan el ronzal de la condecoración, de la medalla de honor y hasta del ‘Doctor Honoris causa’
El erial, sí el erial… Lo que ocurre es que no se puede analizar todo siempre desde el intelecto, la historia reciente o el prisma tenebrista del franquismo. Saura, don Luis, Bardem representan el mejor cine de este pais, su orgullo. Pero a una ciudadanía con poca formación, que era la mayoría, el pesimismo de estos directores le producía ardores en el duodeno. Y no se les puede culpar. Para muchos hombres y mujeres de la época de Sara, el cine era evasión. Y Sara , con su carnalidad , con esa voz que no parecía salir de la garganta sino de la vagina, hacía las delicias de los hombres. Su utilización por el régimen… Yo creo que Sara tenía la inteligencia intuitiva suficiente para no dejarse manipular ni por Franco redivivo. Por otra parte, no hay que ponerse excesivamente estupendos. Conozco a hombres que tienen el gusto y la sensibilidad suficientes para distinguir lo bueno de entre lo mejor, de saber apreciar la superior voz de un Kraus ,y que no tienen empacho, empero, en afirmar que Sara y sus pelis les han hecho felices. Hay que olvidarse de los complejos. En este país nos gusta mucho restar. Copiemos a los franceses.
«Para distinguir lo bueno de entre lo mejor», me quedo con Mae West. La tesis del erial es en parte la de Gregorio Morán sobre los últimos años de Ortega tras el exilio portugués y que llamó por ello ‘El maestro en el erial’. Y ello sin menoscabo del reconocimiento de otras tesis sobre ‘Los brillantes 50’, pese al peso del fardo militar y del olor de «cerrado y sacristía».
Por lo demás dos observaciones finales: No por doler el duodeno del español medio, las películas de Buñuel, Bardem, Berlanga, Nieves Conde o Saura, deben de posponerse en aras de los oficiales y triunfales trabajos de Juan Orduña, Florián Rey, Cesáreo González o Saénz de Heredia.
«Gusto y la sensibilidad suficientes para distinguir lo bueno de entre lo mejor..y…afirmar que Sara y sus pelis les han hecho felices». No hay felicidad posible y verdadera, al margen del interés por lo mostrado y visto. Por lo que esa expresión mixtificadora es un oxímoron enorme.¿Felicidad sin interés?
¿Oxímoron…? Pues si, sr. Rivero. Nadie dice que Florián Rey o Sáez de Heredia sean mejores directores, Dios me libre. No me identifico con su cine apergaminado ni por edad ni por sensibilidad. Me gusta Saura y el gran don Luis. De lo que abomino es del snobismo. No se incurre en el oxímoron porque te guste Mae West y en algún film puedas disfrutar de la omnipresencia de Sarita en La Violetera. Lo que yo quería decir es que no se puede juzgar a una actriz por el mero hecho de vivir en un país en una época determinada sin valorarla después pese a ello. Nadie es tan puro como pretende ser usted. Todos llevamos dentro un toque de vulgaridad. Pero lo que más me disgusta es que usted, hasta usted, incurra en la suspicacia de pensar que porque se haga una defensa ponderada de una artista estoy defendiendo una época , un régimen o un cine de cartón piedra.Sólo rindo homenaje a personas que no tuvieron el tiempo ni la posibilidad de cultivar una cultura. El refinamiento y la estética están muy bien a veces en nuestro ideario. Pero creo hay que poner más alma en todo lo que hacemos y decimos. Usted también.
Un saludo
«Sólo rindo homenaje a personas que no tuvieron el tiempo ni la posibilidad de cultivar una cultura». Tal vez sí, tal vez no. Pero eas personas homenajeadas cultivaron una buena fortuna, a modo y manera. Pese a las dificultades de origen y a sus defensas y objeciones, la Montiel cultivaba una suerte de esnobismo enjoyado y engastado en alta pedrería.
No confundamos el ‘buenismo’ con el ‘saritismo’.
Por lo demás no creo en el criptofranquísmo de nadie, por defender a S.M. Cuyas películas gustaban y se veían, con moderación y un poco de espanto, en el Pardo. Traqs la sopa hervida y el yogur.
¿Prejuicios, sr. Rivero, con las personas que amasaron una fortuna partiendo de un erial económico y cultural?
No soy ninguna ingenua. Ni defiendo ni acuso. Constato un hecho. En un tiempo en blanco y negro, con la negrura impuesta por un dictador y donde salir del pueblo constituía una heroicidad para cualquier mujer por muy bien asesorada que estuviere, que alguien desafiara las limitaciones de su casta ya merece algo de respeto. No defiendo a Sara, estoy defendiendo a Antonia Abad. Sí reprocho a quienes no admiten en su vida la contradicción( el oxímoron al que usted alude) que un poquito de eclecticismo no les vendría mal. Lo que me subleva es que caigamos en el fundamentalismo reduccionista de exigir una conducta acorde con nuestro credo ideólogico a artistas e intelectuales. No hay que juzgar a nadie por la ideología o religión que profesen.
A usted le gusta Mae West. A mi me gustan Jeff Bridges, Michael Fassbender en algunas de sus pelis y Daniel Day Lewis, en todas. Y también me gustan Poncela y Hommar, pero no soy mitómana. El hombre que repara con rapidez una lavadora también puede ser mi héroe.
«Fundamentalismo reduccionista de exigir una conducta acorde con nuestro credo ideólogico a artistas e intelectuales. No hay que juzgar a nadie por la ideología o religión que profesen». ¿Todo eso por un cuplé y unas violetas?
Lo dejo en el olimpo de los dioses… no me gustan los diálogos de sordos.
Tampoco a mí, me gustan los diálogos invisibles con firmantes anónimos.