Rosario Arévalo(Consejera de Medio Ambiente)
Mañana, 2 de febrero, celebramos el Día Mundial de los Humedales, una fecha con la que pretendemos conmemorar la firma de la Convención de los Humedales o Ramsar hace ahora 34 años y que debe servirnos para recordar la importancia que tienen las zonas húmedas, el agua en definitiva, para el equilibrio ecológico y la vida en nuestro planeta.
Bajo el lema “Hay riqueza en la diversidad de los humedales…no la perdamos”, este año se va a poner el acento en la estrecha relación que existe entre las diversidades cultural y biológica, ya que el mantenimiento de la diversidad biológica en los humedales está muchas veces absolutamente ligada a las vidas y creencias de la gente.
Esta conmemoración constituye una inmejorable oportunidad para recordar la importancia que tienen los humedales no sólo en la conservación de nuestro patrimonio natural, sino en nuestra propia vida. Y es que el agua, un bien tan preciado como escaso, resulta indispensable para el ser humano, además de suponer una fuente de riqueza y desarrollo.
Por ello, la gestión de este recurso no puede realizarse, en modo alguno, como una mera mercancía. Estoy convencida de que la ausencia de control y el incremento especulativo de las necesidades de agua puede llevar a la degradación de nuestras zonas húmedas y, con ellas, no sólo a todos sus ecosistemas ligados, sino también a la poblaciones existentes en su entorno.
Somos los seres humanos una parte muy importante en el ciclo del agua y por eso debemos conocerlo con profundidad, y dirigir nuestros esfuerzos a una mejor gestión de los recursos hídricos y a la regeneración de la calidad de las aguas y sus ecosistemas ligados. Es la única garantía de futuro.
Es incuestionable que los humedales son auténticas cunas de diversidad biológica y fuentes de agua y productividad primaria, y, además de desempeñar numerosas funciones vitales para el ecosistema, reportan innegables beneficios económicos y sociales para los municipios cercanos, al estar vinculados a actividades como la pesca, el turismo o el ocio.
En Castilla-La Mancha, pese a no ser una tierra fecunda en lluvias, disfrutamos de unos 450 humedales, incluyendo tanto los naturales como los artificiales, que poseen altos valores ecológicos por su flora, la vegetación asociada y algunas especies de fauna muy específicas que albergan.
Ha de llenarnos especialmente de satisfacción que somos la comunidad autónoma española que, después de Andalucía, cuenta con el mayor número de humedales, en concreto siete, incluidos en la lista de la Convención Ramsar, o que algunos de ellos han sido proclamados Reserva de la Biosfera de la Mancha Húmeda por la UNESCO.
Aquí reside la magia de la Mancha, en sus aguas permanentes y las que duran poco, en las que vemos y las que no, las que surgen inesperadamente y las que se esconden, las dulces, las saladas, las profundas, las someras.
El paisaje manchego es así y así debemos mantenerlo. Mientras estas tierras de secarrales extensos sigan jalonadas de “reflejos del cielo”, seguirá existiendo el literato camino que un día recorrió nuestro más insigne y conocido paisano, don Quijote.
La Administración regional ha tomado buena nota y lleva años trabajando en su desarrollo y protección. Contamos para ello con un Plan de Conservación de los Humedales que recoge las medidas y actuaciones necesarias, y que cumple las directrices establecidas por la Ley de Conservación de la Naturaleza de Castilla-La Mancha.
Todas las actuaciones emprendidas son “pasos hacia delante” que, sin embargo, no tendrán los efectos deseados si todos nosotros no nos implicamos en ellas. Todos debemos hacer lo que esté en nuestra mano para conservar un recurso tan preciado en las mejores condiciones y propiciar su utilización equilibrada y racional.
Los humedales, el agua en definitiva, constituyen un bien único y escaso que siempre debemos poner en valor.
Y es que conservando los humedales mejoramos nuestra vida.