Señales de un próximo tsunami

J. Carlos Sanz.- Treinta y dos años después de la intentona golpista, otro 23-F sacó a las calles de 80 ciudades españolas a millones de personas para expresar su repulsa ante lo que muchos analistas conciben ya como un golpe de estado financiero. La llamada “marea ciudadana” inundó por enésima vez las calles de numerosas localidades, tamizando el paisaje urbano con una mezcla heterogénea de organizaciones y movimientos sociales que en los últimos años han aflorado como consecuencia del descomunal rechazo a los draconianos recortes que están haciendo trizas el modelo socioeconómico hasta ahora conocido.

Una corriente ciudadana, caudalosa y de creciente fuerza, que conforme se agrava el deterioro va aglutinando a más sectores afectados. En la del pasado 23-F estuvieron presentes ciudadanos vinculados a sectores como Educación, Sanidad, Intervención Social, Discapacidad, Feminismo, trabajadores de las cuencas mineras, otros pertenecientes a Iberia así como una miscelánea de movimientos cívicos y plataformas ciudadanas. A medida que las “recetas” impuestas por la Troika hacen mella entre la población, ésta tiende a unirse con más vehemencia en un frente ciudadano común que colisiona con aquellos que se erigieron como representantes y que tambalea como nunca la llamada “estabilidad política institucional”.

De nuevo, Madrid fue un clamor contra los recortes y contra un gobierno que sigue despreciando a una ciudadanía que está recibiendo un castigo mayúsculo sin ni siquiera habérselo preguntado. Fui testigo directo pues quise acompañar a una treintena de simpatizantes y miembros de la Plataforma Ciudadana por el futuro de Puertollano que se desplazaron a la capital para formar parte de esa riada humana que recorrió las calles. Y es de recibo destacar la sensibilidad de este colectivo hacia un sector herido de muerte como es la minería; por ello, quisieron iniciar la marcha junto a los mujeres y hombres de las cuencas mineras de Asturias, Aragón y León. Sin embargo, hay que lamentar una sensación de vacío, de cierta orfandad ya que ningún trabajador del sector minero de Puertollano hizo acto de presencia. Contradicciones que no encuentran explicación (sigue).

La manifestación del pasado sábado también sirvió para constatar el fallecimiento de ese período histórico derivado de la Transición postfranquista. Hubo amortajamiento y exequias de una época que algunos interesados canonizaron hasta la saciedad y que ha entrado en fase de obsolescencia por mucho que buena parte de la clase política se empecine en negarlo. El edificio democrático que se vertebró a raíz de la Transición se viene abajo, su arquitectura se resquebraja sin remedio y así quedó reflejado en las multitudinarias marchas del 23-F.

Se hace añicos por méritos propios y por haberse metido de lleno en un sumidero de corrupción. Es ingenuo pensar que todo lo que está sucediendo es solo producto de una crisis financiera importada, cuando los partidos que gobiernan se pasan por el forro las promesas electorales, cuando los principios consagrados en la Constitución son papel mojado, cuando la Jefatura del Estado se ve envuelta en escándalos más propios de mafiosos de que monarcas, cuando la gente no cree en los jueces, cuando la policía apalea a los que protestan por la corrupción, cuando los banqueros se forran con el dinero de las familias humildes que pierden sus viviendas y se llenan los bolsillos del dinero público que sus voceros niegan a quienes ellos han arruinado.

O cuando aparece la metástasis corruptiva en la que han entrado los principales partidos políticos con centenares de imputados por cohecho, malversación de fondos y robos impunes. Ni la clase política, ni la monarquía, ni ciertas estructuras judiciales ni financieras están del lado de la gente, todo lo contrario, acrecientan la brecha, el cisma y con ello dan la puntilla a aquel cuento llamado Transición.

Hace 32 años, el golpe de estado se truncó y muchos se apresuraron por entronizar la figura del monarca como principal garante de los derechos y libertades democráticas. Enseguida se forzaron en generar una narrativa explicativa y nos creímos agraciados por lo ejemplar que había sido el relevo del régimen franquista a un estado democrático. Durante décadas nos hemos tragado la versión oficial y parecía un axioma que no se prestaba al cuestionamiento.

Pero la aparente estabilidad política institucional no ha evitado que el edificio democrático haga aguas en sus cañerías. El aumento desorbitado de la desigualdad, el adelgazamiento brutal del gasto social, el debilitamiento de la frágil estructura democrática de las instituciones de representación, todo ello ha terminado por dinamitar el afecto de la ciudadanía hacia los dos grandes partidos. Por mucho que lo intenten, no pueden evitar dejar al descubierto los intereses que realmente existen, la servidumbre y putrefacción tan gigantesca que afecta a gran parte de los dirigentes que nos gobiernan, alternándose cada cierto tiempo y mostrando uno detrás de otro, ante una población cada vez más asqueada, su continua vinculación con casos de corrupción.

En un escenario de descomposición como el que vivimos, el tótem de la Transición y todo lo que trajo aparejado no es más un armatoste inservible, una presencia obsoleta que ha de derribarse. Pero la mayoría de políticos y aludidos no quieren darse cuenta, siguen en su atalaya ideológica, mostrando dosis de altanería y desprecio contra un frente ciudadano que exige el fin de los recortes y una regeneración democrática profunda.

La última muestra nos la brindó Salvador Victoria, Portavoz y Consejero de Presidencia de la comunidad de Madrid, quien ni corto ni perezoso publicó un tuit donde queda patente su sentir hacia la marcha del 23-F: “la marea antisistema y antidemocrática de esta tarde, es un tsunami contra las libertades y la democracia parlamentaria. No nos engañan”. Y el menda se quedó tan ancho. Nada mejor que demonizar a los que están denunciando la avería sistémica reinante.

Más que nunca hace falta una profunda regeneración democrática e institucional que pasa por una reforma integral de la Constitución, de la Ley electoral, la celebración de un plebiscito vinculante donde sea la ciudadanía la que decida aquello que le viene bien o no. Sin embargo, vivimos una época de imposiciones, de divorcio entre la gente y sus supuestos representantes. Mientras continúen en su postura de criminalizar a la creciente marea ciudadana, en su obsesión por repeler de sus orillas esa corriente cívica que pide un cambio y más democracia, mientras sigan en su intento de apartarlos como si fueran apestados, todo esto provocará un efecto contrario. Y más temprano que tarde la colisión entre poder y ciudadanía se tornará choque irreversible.

Se producirá un tsunami ciudadano que terminará arrasándolo todo. Se llevará por delante el viejo edificio de la transición postfranquista y a todos los que de acción o pensamiento protegen o justifican a los verdaderos golpistas de hoy en día, las élites financieras.