Días pasados, el sociólogo Enrique Gil Calvo escribía a propósito del cambio de ciclo histórico, político, social, cultural y moral en España, y decía: “Y en el caso español, la crisis de deuda derivada del estallido de la burbuja inmobiliaria procede también de los setenta, pues el boom especulativo no se inició con la Ley del Suelo de Aznar, sino bastante más atrás, con la beatiful people de González, Boyer y Solana y antes con los Pactos de la Moncloa de Fuentes Quintana y Abril Martorell”. Es decir que todos los desajustes económicos y toda la incapacidad institucional que hoy nos llevamos a la boca, quien pueda y tenga aún boca, tienen un largo recorrido. Más aún, podría haber establecido el sociólogo, que los lodos presentes derivan de unos polvos muy persistentes y tenaces; tan persistentes y tenaces que los lleva a los umbrales del año 1978.
Con lo cual toda la mitología del proceso de Transición española, suscitaría algunas dudas más. No solo las zozobras territoriales que ya vemos y sentimos, sino las marejadas derivadas de la nunca verificada Democracia Económica. Había leído últimamente que, como en el Perú de Vargas Llosa, en ‘Conversación en la catedral’, la cosa española se jodió con la Ley de Órganos de Gobierno de las Cajas de Ahorro, en 1984. Año en que por demás, el ministro de Economía Solchaga, advirtió en un foro empresarial, lo fácil que era hacerse rico en España. Y calentando motores de gasto millonario e inversión multimillonaria, para los fastos del triplete de 1992: Expo sevillana, Olimpiada barcelonesa y Capitalida cultural madrileña.
A lo que se ve hay que retroceder algo más en la búsqueda de los males y aflicciones; no basta con 1992 y la alegría de la huerta, ni con 1984 y los vaticinios solchagescos, ni siquiera con 1978 y los Pactos de la Moncloa. Puestos a ello, puestos a bucear en el pasado de las desviaciones planificadoras y en los soliloquios del ‘progreso sobre todo‘, yo estaría dispuesto a llegar un poco más lejos, tanto como a llegar hasta 1964. Año de las celebraciones, por cierto, de los XXV Años de Paz franquistas, y año del despegue impresionante del llamado Milagro Español.
Milagro residenciado, entre otros supuestos varios, en la Ley de Fraga Iribarne desde el pomposo Ministerios de Información y Turismo o MIT. Es decir, desde la Ley en favor de los Centros de Interés Turístico, que burlando, burlando la legislación urbanística del momento, otorgaron poderes plenos a la primera oleada de depredación territorial del litoral, que llamaron eufemistícamente como Apogeo de las Industrias Turísticas. De aquellos polvos venimos, y por ello padecemos la estable enfermedad de la codicia inmobiliaria de forma prolongada. Hemos vivido largos años en un boom, sin saberlo. Y ahora surgen los achaques.