La sociología hospitalaria, es decir, el modo como nos comportamos durante la estancia en un hospital, dice mucho de como somos realmente sin que en ese perfil medie para nada ni el sesgo político ni el credo religioso: es una cuestión de educación, nada más. Hoy, y ayer, y desgraciadamente mañana, el Hospital Santa Bárbara de Puertollano, al que supongo arquetipo de los hospitales públicos de la región, más que un hospital parece una corrala sin orden ni concierto en el que se amasijan profesionales de la sanidad, enfermos, familiares y visitantes.
Al incesante ir y venir de gentío que se concentra tanto en las habitaciones, como en los pasillos o en los rellanos y parlotea como en una feria, se unen otros sinsentidos que ha alimentado una absurda permisividad, quizá confundiendo cierta humanización con un laissez faire insoportable, maleducado, grosero, insolidario, egoista, impropio de un lugar donde los enfermos va a sanar cuanto antes, si es posible, y a ser atendidos en las mejores concidiciones.
Los usuarios de los hospitales no entienden que una cierta intimidad es, en esas circunstacias, mejor para todos, y mantienen las puertas de las habitaciones abiertas de par en par, los visitantes no entienden que las visitas a los enfermos se pueden saldar en diez minutos, los familiares de los enfermos no comprenden que a lo mejor es el visitado el que está asquedado de tanta romería que incluye a niños pequeños. Y para colmo, unas televisiones de tarjeta en habitaciones de dos camas, que puede agradar a un enfermo y a los suyos pero fastidiar al otro y a su tropa.
Con las puertas abiertas, la televisión a todo trapo, el comadreo a grito pelado en los pasillos, las habitaciones en overbooking, las visitas interminables y pelmazas que incluyen meriendas copiosas nos asomamos a un hospital decimonónico en blanco y negro. La calidad de la sanidad también se mide con este parámetro, pero ¿es quizá impopular meter en cintura al rebaño?
Éste es un problema menor de cuantos aquejan hoy a la sanidad pública. De acuerdo. Pero convendría que la autoridad presumiblemente competente, haga algo por cambiar los hábitos de mala educación que campa por nuestros hospitales, que hasta han sufrido agresiones y no pocas. Lo público es generalmente entendido por territorio de nadie más que de todos. Y un pueblo se retrata también según se comporta en estos lugares de convalecencia y dolor. Una nueva normativa que regule las relaciones internas y el comportamiento en estos centros es urgente. Por los enfermos y quienes los atienden que son los únicos que importan en ese trance de la salud.
Es verdad lo que se menciona en el artículo y algo habría que hacer. En las últimas semanas he tenido que visitar mucho un hospital de nuestra provincia y la situación, sin llegar a ser tan caótica, es indeseable en los pasillos de planta. Demasiados familiares y demasiado vocerío. Yo creo que los profesionales de la sanidad -y el sistema en general- se benefician de las estancias nocturnas de un familiar que suele acompañar al enfermo. No habría personal suficiente para atender a tanta persona mayor que quiere ir al baño u otros menesteres durante la noche. Pero más allá de eso, debería limitarse de forma rigurosa el número de visitantes en planta. Un control con tarjeta como el quue se hace en urgencias tirando a riguroso (ya sabemos todos…, en fin, no somos alemanes. Y lo de la televisión tampoco lo entiendo, salvo que haya acuerdo (¿?) entre los dos pacientes. Los familiares en eso no tendrían ni que opinar.
Pues menos mal que ya está prohibido fumar, porque era llegar y en los descansillos de cada piso podías masticar el humo. Visitantes y pacientes, con el suelo lleno de colillas y el ambiente más que enrarecido, daban la bienvenida al que llegaba dando una impresión más que lamentable.