Cada época tiene su discurso. La depresión socioeconómica, la ansiedad individual ante la falta de ingresos, el afán del gobierno por reducir las estadísticas de desempleo y las campañas de marketing financiero para renovar el mercado crediticio han convertido al “emprendimiento” en una nueva religión.
Se impone el discurso del emprendimiento, y Gobierno y entidades bancarias jalean al ciudadano para que inicie la aventura. El fomento de la cultura empresarial es un factor clave para despertar de la pesadilla económica española. Sin embargo, impera el ruido en el mensaje: da la sensación de que los políticos-funcionarios, que jamás pagaron un cupón de autónomo o trabajado en la empresa privada, impusieran el autoempleo como única salida, recriminando al parado la desgracia de su propia condición.
El discurso es peligroso y debiera sopesar más las amenazas que se ciernen sobre el emprendedor, porque apenas se advierte al ciudadano de la alta probabilidad de dejarse la piel por el camino y, lo que es más grave, sin que los propios Gobiernos regional y nacional sean capaces de generar unas condiciones propicias para el florecimiento de las microempresas.
En un contexto de caída imparable del Producto Interior Bruto y con un mercado en continua retracción, emprender es una tarea de colosos para la que hace falta capacidad, formación y recursos económicos. Lamentablemente, el cumplimiento de estos requisitos es complicado, y mucho más frente a la congelación del crédito y de los programas de reciclaje y formación profesional. La realidad es que, frente a las palabras de promisión, emprender en España no es fácil. Las ayudas siguen siendo insuficientes y la subida de la base de cotización del IRPF en seis puntos (del 15% al 21%) para los autónomos ha venido a complicar aún más las cosas.
Al mismo tiempo, y al abrigo de esta psicosis del emprendimiento, ha surgido un nuevo discurso ridículamente anglosajonizado, salpicado de business angels, starups, crowdsourcings, coachings, wired meetings, etc. Algunos aventureros de fortuna venden a precio de oro conferencias en las que refríen las viejas bases del capitalismo bajo nuevos términos, e intentan convencer a los acólitos de que es habitual tener una idea genial y amasar riquezas.
Se hace necesaria, pues, una redefinición del discurso del emprendimiento por parte de los responsables públicos, y una mayor responsabilidad a la hora de crear expectativas. Construir una empresa es una tarea maravillosa y uno de los retos más apasionantes que se pueden afrontar. Pero para ello es necesario mucho trabajo, la consciencia del fracaso o de la mera supervivencia y, sobre todo, un marco económico que lo permita. Y no parece la mejor baza vivir en un país que condena al ostracismo a la I+D y en el que el sector industrial aporta un ridículo 15% al PIB.