La semana pasada viví un momento sorprendente que me mantuvo reflexionando todo el fin de semana: ante un auditorio de unos 130 profesores y futuros docentes que me escuchaban hablar sobre la acción educativa española en el exterior la inmensa mayoría levantó la mano ante la pregunta que les lancé: “¿quién quiere irse inmediatamente a trabajar al extranjero?”. Pensé, ingenuo de mí, que asistían al congreso simplemente para obtener un certificado cuando en realidad les movía un deseo irrefrenable de huir de España.
Desde hace décadas se cuentan por cientos los profesores españoles deseosos de emprender la aventura docente más allá de nuestras fronteras porque es una excelente forma de enriquecimiento vital y profesional. Sin embargo en el último año esta cifra se ha multiplicado por cuestiones ajenas al espíritu aventurero, al ser empujados por la desesperanza y el erial educativo en que se está convirtiendo España. No les permiten ninguna otra alternativa adecuada a su formación universitaria. No en vano se me dibujó una mueca cuando el organizador del congreso me comentó que, a pesar de celebrarse en Madrid, gran parte del auditorio provenía de Castilla-La Mancha, en lo que constituye una prueba más de que nuestra región es el laboratorio de las políticas neoliberales aplicadas al sistema educativo.
Lo peor no es que esta inmensa fuerza de trabajo cualificada desee largarse para enriquecer a otras naciones, sino que además los recortes están mostrando su lado más afilado en los programas oficiales de política educativa en el exterior, con dolorosas consecuencias para la economía nacional.
Por ejemplo el programa de lectorado de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo recortó su presupuesto en pleno proceso de selección de hace ocho meses, con lo que decenas de futuros lectores no pudieron desplazarse a las universidades remotas del planeta. Lejos de ser este un programa caprichoso o prescindible, los lectores españoles han permitido recuperar con creces la pequeña inversión de 1200 euros mensuales por profesor que hace el Estado porque -más allá de sus clases en la Universidad- facilitan las relaciones comerciales con países conflictivos, sirven como relaciones públicas de empresas españolas en mercados complicados, actúan de mediadores en situaciones complejas que solo se pueden resolver conociendo de cerca a los nativos -algo que permite el oficio de docente-, ayudan a periodistas a contactar con protagonistas de sus reportajes, son piezas fundamentales para el mercado de los contenidos en lengua española… El programa de lectorado está herido de muerte, y con él importantes intereses económicos difícilmente cuantificables.
Tamaña insensatez se percibirá la próxima vez que una empresa quiera comerciar con Irán o con un lugar remoto de China, India o tantos otros. En dicho lugares ya no habrá españoles con redes sociales sólidas y respetados por una comunidad que valora su trabajo. Esto no solo dificulta el futuro comercio exterior, sino también las relaciones diplomáticas, así como algunas cuestiones menores de seguridad que afectan a España; igualmente se entorpecen los asuntos de política exterior, en los que los diplomáticos oficiales poco pueden hacer sin la colaboración privilegiada de los lectores, verdaderos expertos en la intrahistoria de la región inhóspita.
Es un despropósito que las autoridades educativas estén hundiendo aún más la economía de España llevados por un trastorno obsesivo-compulsivo por el ahorro con el que pretenden pagar a las mafias financieras la crisis-estafa con la que nos han embaucado. No obstante ni siquiera siento tristeza, impotencia o resignación por tal cúmulo de despropósitos educativos. Un sentimiento de repugnancia cancela con creces lo anterior: el que me provocan los dos sindicatos de la enseñanza que se han desvinculado de la huelga del catorce de noviembre, convirtiéndose en irresponsables cómplices del desastre educativo, tanto exterior como interior; para mayor desfachatez quieren vender su gesto servil como un ejercicio de “autonomía e independencia política”.
Lamentablemente si debemos convivir con estos sindicatos esquiroles y con estos asesores de políticas educativas desnortados lo mejor es que -si usted quiere ser profesor en Castilla-La Mancha o educar a su hijo por estas tierras- vaya pensando en largarse al extranjero, aunque sea para cultivar melones.
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