Ácrata pijo, demagogo indecente, falto de rigor, responsable de un comentario bochornoso y lamentable… la decadente – según señala el auto del juez Pedraz- clase política se ensaña lapidando al magistrado; a pesar de la benevolencia de unas palabras, a mi juicio, impropiamente edulcoradas.
Si la decadencia sugiere el tránsito de un primaveral estado saludable a un cadavérico invierno, seamos justos, prestar un otoño a la envilecida clase política es de una generosidad ciega. El hedor de la corrupción moral, por muy profesionalizada y almizclada que esté, es insoportable. Reconozcamos que la honestidad encaja en nuestro sistema democrático como casto en lupanar: a fuerza de hipocresía y cinismo – lo que, eufemística, socialista y popularmente, se entiende por hacer política -.
Normal que quien no asuma, quien no soporte, convivir en permanente sumisión a la putrefacción, salga a la calle, se indigne hasta el resuello, se joda vivo y se cague en los muertos del arco parlamentario. Una vez que el negocio se tuerce, el chiringuito se reserva el derecho de admisión; y el resto… a mamarla. De aquellos polvos vienen estos lodos, ahora caemos en la cuenta.