Por Eugenio Blanco.- Esta pequeña Grecia sitiada, esta ciudad acostumbrada a la lentitud de los problemas, es en el fondo una Galia mitológica que ha empezado a creer en la palabra.
En la palabra. Primero, para auscultarse, para que la ciudadanía mida sus constantes vitales, eche mano de su identidad austera y recupere el espíritu humilde de quien ha crecido y tiene su vida y su historia en el centro de un páramo, de un páramo hermoso y escarpado donde la lucha de los hombres contra la tierra -su lucha y su fe y su hermanamiento- ha sido la historia artesanal que ha ido generando la literatura de Puertollano.
La palabra primero sirve para que uno se reconozca, para que uno entienda el camino, el viaje a esta decadencia. Tomar conciencia no es una solución por sí misma, pero es el único primer paso para encontrar el antídoto. Hay que calibrar el desastre, para que se haga el inventario de lo que ha quedado en pie después del terremoto, acaso mientras sigue temblando el terremoto.
La ciudad camina por sus calles y vuelve a hacer suyos sus espacios cuando los problemas y las malas noticias se comparten. Porque son muchas las malas noticias y son interminables los frentes abiertos. Pero 8.000 personas navegando en una misma dirección establecen un simbolismo esperanzador. Porque la palabra se usa. Y no se una como una forma de trinchera o como una forma de excusa; se usa como una forma de construcción, como una suerte de empatía, como una manera de entender los miedos propios a través de los miedos comunes.
Por eso la manifestación espontánea de este domingo nos convierte en una ciudad con espíritu. Porque caminamos por las calles, como en otras décadas, recuperando nuestra historia fatigada, y escuchamos a nuestros vecinos; hacemos juntos el inventario de las incertidumbres y, sobre todo, asumimos que somos la sociedad civil. Y eso significa que se asume la postura comprometida del ciudadano, que se asume el sufrimiento, que se asume la tarea de la regeneración democrática, de la regeneración creativa, de la regeneración valiente.
Se asume nuestra debilidad, si cabe, pero no los brazos caídos. Se asume que la carcoma económica corroe los cimientos de nuestro estado social. Pero la ciudadanía aprende a recapacitar y a repensarse. El camino de ayer por el Paseo de San Gregorio, por la calle Amargura, por Gran Capitán era una manifestación psicológica primero, donde uno medía su rol en la comunidad, y era una terapia colectiva después. Se asume, pues, que la sociedad civil toma el mando, antes o después, con la responsabilidad enorme que eso acarrea, la sociedad civil reclama la voz, la palabra.
¿Por qué? Porque las generaciones de Puertollano, en un momento de trance, asumen sus dificultades, pero no asumen la impostura. No asumen los clientelismos. No asumen una posición pedigüeña o indigna, no asumen un escenario político fuertemente desautorizado, no asumen la incredulidad de las instituciones, no asumen la indiferencia, la poca empatía y la soberbia de las representaciones públicas, sometidas al Gran Hermano colectivo, presas de la indignación o de la desmemoria o – y esto no es una excusa, es un drama- de la impotencia. No se asume el cainismo. Que es proverbial siempre y empobrece el pensamiento.
La ciudadanía sabe que después de la autocrítica, de los años felices donde nos olvidamos de que esta ciudad estaba en mitad de un páramo, hay que ponerse manos a la obra. A cooperar. A arriesgarse. A luchar por la belleza de este lugar, por su extraña belleza seca. Quien diga que las manifestaciones del ciudadano indignado no sirven para nada no ha abierto un libro de historia en su vida. Habrá un cambio psicológico, emocional si cabe, nos tendremos que acostumbrar a no poseer tanto, a no relacionarnos a través de la idea de estatus, pero habremos aprendido a preservar la alegría, la dignidad y la esperanza. Esta pequeña Grecia sitiada, esta tierra áspera cuarteada en vetas, sabe que tiene una literatura basada en el proseguir y en la lucha.
Ayer esta ciudad dolorida, apabullada por lo problemas, llena de desempleados, de deudas, la ciudad en vilo, acostumbrada al sobresalto, paseó por las calles, dialogó, interactuó, fue empática. Que nadie diga que no se aportan soluciones, porque actos como el de ayer van mucha más allá de soluciones socioeconómicas, generan el espíritu de una ciudad y, si quieren, por no ser tan naive construyen la responsabilidad del ciudadano. Y sí, es verdad, da vértigo la responsabilidad, pero también reabre la esperanza. Y no nos queda otra que estar esperanzados.
Euguenio Blanco es periodista.
Como siempre….GENIAL !. Gracias, Eugenio.