Estaba el rey moro de Toledo tan orgulloso de la belleza de una de sus concubinas, que no perdía la ocasión de alabar ante quien se terciara el gallardo porte de la mozuela, su deliciosa turgencia, los hociquitos de rechupete, los graciosos pucheritos y, ah, esa curcusilla que haría perder el juicio a quien presumiera de horcajadura.
Recibió un día el monarca al embajador de Alfonso VI, y para presumir de tan soberbia hembra, no tuvo mejor idea que conducir a su invitado tras una celosía y mostrarle a la joven mientras se bañaba, tal y como su madre la trajo al mundo, en la fuente de palacio. Y allí era de ver al entusiasmado soberano describiendo tan sobrecogedor espectáculo y asegurando que la imponente polluela dejaba en el agua el sabor del azafrán y el cardamomo.
A esas alturas, el pobre embajador cristiano ya tenía el cortijo alborotado y aún más contenta la pajarilla. Y no pudiendo aguantar más, ni sabiendo dónde poner el ojo ni a qué santo encomendarse, pidió al sultán una tacita del agua de la fuente, aunque sólo fuera para matar el gusanillo con tan delicioso refrigerio. Mas el rey moro a todo se negó: “De ninguna de las maneras, mi señor, no vaya a ser que catando el caldo le diera también por empapuzarse la perdiz…”.
Viene a cuento esta leyenda por su paralelismo con las promesas de transparencia de las administraciones públicas. Ponderan nuestros políticos las altas prendas de sus instituciones, pero que al administrado no se le ocurra decir esta boca es mía, que la perdiz ya se la manduca el menda.
Que muchos ayuntamientos tienen más conchas que un galápago no hay para qué decirlo; y que no pocos han adulterado sus procesos selectivos y la contratación de personal, tampoco. Esta dudosa praxis ha abultado las nóminas de las administraciones municipales hasta cotas insostenibles, pero más triste es comprobar cómo la tradición apenas cambia, pese a los recortes sociales y los despidos de empleados públicos.
Hace unas semanas, el Ayuntamiento de Ciudad Real convocó oposiciones para cubrir cuatro plazas de orientador laboral en su Instituto de Promoción Económica, Formación y Empleo (IMPEFE). En otras circunstancias económicas la convocatoria hubiera pasado más o menos desapercibida, pero hete aquí que a la llamada acudió presta una horda desesperada de casi medio millar de solicitantes de los cuales se presentaron unos trescientos. Y como la gente, que ya no está para cosquillas, sabe más que Lepe, Lepijo y todos sus hijos, no han tardado en trascender las quejas.
El Ayuntamiento de Ciudad Real, como la mujer del César, no sólo debe ser honrado, sino parecerlo. Muy transparente no parece si convoca unas pruebas salpicadas de preguntas imposibles, con un sistema de baremación draconiano y un excesivo peso de la entrevista personal; unas pruebas que no ofrecían la posibilidad al aspirante de guardar copia de su examen, y que no garantizaban el anonimato. Unas pruebas, en fin, de las que no consta ni publicación de la plantilla de resultados ni establecimiento de plazos de reclamación ¿Procedimiento legal? Los dioses me guarden de cuestionarlo. ¿Oscuro? Más que boca de lobo.
El Ayuntamiento de Ciudad Real (como tantas otras administraciones de todo signo político) presume de lo sabrosa que es la perdiz de su transparencia. Pues que predique con el ejemplo. Las administraciones ya no son reinos de taifas, aunque aún haya sultanes que quieran relamerse a solas con el caldo que hace el pájaro.
En Twitter: @santosgmonroy
¿Se ha presentado a las oposiciones el marido de la alcaldesa de Ciudad Real? Creo que no, ya aprobó las oposiciones al aeropuerto y ahora es posible que haya aprobado las oposiciones al gimnasio.
¿Y la alcaldesa, cuanto cobra? ¿63.000 euros? ¿Es un sueldo acorde a una ciudad como Ciudad Real?
Vamos por buen camino.