Microrrelato sobre la obra “Procesión”, de Daniel de Campos. Por José Agustín Blanco Redondo
Luna nueva
Esperan en la noche. Las antorchas llamean su impaciencia bajo un cielo de amatista y de cinabrio. De lo bravío de la sierra descienden aromas de romero, de jara y de cantueso mientras el canto del autillo remonta desde los taludes del río con la cadencia de lo que no conoce la premura.
Esperan en la noche, en silencio, el reverbero del fuego esmaltado en sus pupilas. Sabes que te respetan, que te admiran, que darían su vida por salvar la tuya. Escuchan cómo los cascos de tu caballo golpean las cuarcitas que guarnecen la trocha, pero aún no pueden verlo, no hay luna y la oscuridad es demasiado intensa. Alguna plegaria aletea por entre las llamas, es un rezo difuso, apenas esbozado, envuelto en ese humo gris que eterniza a los presentes.
Esperan en la noche. Tu caballo de pelaje ocre y crines negras asoma por el recodo. La querencia, ese instinto reservado a los animales cimarrones que alguna vez fueron domados, ha logrado que te reúnas con tus fieles. Y aunque del estío no queden más que un par de semanas, de los belfos del caballo emana una niebla árida, entenebrecida, como abrigada de tafetán funerario. Y así te reciben, en silencio y bajo esas luces tenues, apenas un rechinar de muelas, los nudillos blanqueando sus puños, tu cuerpo de bandolero tendido sobre el lomo del animal, la sangre cuajada en la espalda, en tu costado, en la quijada; la soledad de la sierra aún apretada a lo inerte de tus labios y una negrura áspera, honda, quizá perpleja en el cristal de tu mirada.
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Procesión es un óleo sobre tabla del pintor y doctor en Bellas Artes Daniel de Campos (Viso del Marqués, 1952) Esta obra forma parte de la exposición “Bandoleros y su entorno” que se muestra en el Museo Municipal de Valdepeñas hasta el 8 de junio de 2025.
El tema principal que amalgama las creaciones expuestas es el bandolerismo como fenómeno que prosperó en la Serranía de Ronda y en otras geografías a finales del siglo XVIII y principios del XIX, sobre todo durante la invasión napoleónica y la Guerra de la Independencia. En los lienzos de Daniel de Campos sobrevuela una atmósfera trágica. Es la muerte la que atraviesa las escenas, la que confiere a los personajes una expresión de pesar y duelo, de incertidumbre, venganza y resignación. El color —espléndido catalizador de emociones— es el protagonista de los óleos expuestos. La composición, los generosos empastes de pintura y el documentado trabajo en armas, enseres y atuendos confieren a los lienzos una pátina de verosimilitud que hace creíble el sufrimiento, la solidaridad y el arrojo de aquellas gentes curtidas por la injusticia, las privaciones y el amor a su tierra.
Daniel de Campos nos ofrece también una visión impresionista en los paisajes que conforman varias de sus obras, bien como fondo o como integrantes exclusivos de las mismas. Son paisajes de sierra, parajes asilvestrados, perdederos montaraces en los que se respira el fragor de jaguarzos, enebros y lentiscos mientras se palpa la aspereza de las rocas de cuarcita. Mientras se escucha el ulular del búho real en los roquedos y el canto amarillo de la oropéndola en los ribazos. Este compendio de sensaciones nos acerca la dureza de una vida alejada del hogar, entre alimañas, traiciones, estiajes y celliscas, en ese empeño vagabundo de los personajes representados por sobrevivir y alumbrar sus vidas con el calor de una justicia propia, de la camaradería y de un destino imprevisible.
Cada obra de Daniel de Campos cuenta una historia. Un relato de estética romántica, con su trama, su argumento y unos personajes que dialogan a menudo con el silencio de la intemperie, de la soledad, de esa muerte que, como un mal presagio, los persigue en el insomnio y también en los sueños. El desenlace de estas historias no augura, por tanto, un final feliz. En ocasiones serán abruptos, cerrados, incontestables. Habrá algún final abierto, sometido a las decisiones de la imaginación y del azar. Pero predominarán, sin duda, los finales trágicos, sí, los personajes sufrirán pérdidas irreparables que tallarán cicatrices en la piel de unas entrañas que, aunque endurecidas por carencias y destierros, sangrarán por tanto dolor.
El catálogo de la muestra, magníficamente prologado por el profesor y doctor en Filología Clásica Martín Miguel-Rubio Esteban, recoge la reproducción de varias de las obras expuestas y de los detalles de las mismas, por lo que recomiendo una lectura sosegada.
“Bandoleros y su entorno” se mantendrá en las salas del museo municipal de Valdepeñas hasta el 8 de junio. Son fragmentos del mejor arte, añicos de nuestra historia, lienzos de unos antepasados que, tal vez, solo desean una visita de reconocimiento. Una visita necesaria, apasionante, cautivadora.
José Agustín Blanco Redondo