Manuel Valero.- Se hace inevitable, sí. Pero háganme el favor de no saltarse este artículo que habla del apagón. En todos los informativos y rondós de tertulianos se ha hablado de todo. De las cinco preguntas que son la esencia del periodismo. Quien, Cómo, Donde…etc. No ha faltado ninguna. Y no las voy a repetir. Ni en inglés que queda más cool.
Vamos desde la mano de Putin hasta una estrategia de Pedro Sánchez de no eliminar tajantemente el ataque informático, para justificar la ampliación del presupuesto guerrero al que ha sido obligado por la UE. Y la OTAN, of course. Esta última puntilla proviene de un señor importante que fue ministro de Aznar y que trabaja en la primera división de la Liga Tertuliana. Allá cada cual. También les digo el cansancio que me reporta el análisis desde las ideologías de lo que ha supuesto el papado de Francisco, es directamente proporcional al hastío que me provocan las conspiranoices y los conspiranoides y también de ese Malaquías de los cojones, el cual ha contribuido a la creación de un pseudoperiodismo alternativo.
La humanidad se extinguirá ya lo adelanto yo, pero por cabezonería. Lleva ya unos cuantos milenios saltándose los ojos y no se ha quedado ciega, todavía. Y, amigo, aquí es donde salta la libre.
El apagón -tenía que llegar sí-, nos ha demostrado que estamos en pelotas, que somos más débiles que un pollito de paloma caído del cielo en plena lluvia. Cuanto más hemos avanzado, más se ha acentuado la sensación constante de vivir sin fortaleza, pendientes de un hilo tan fino como el de la fibra digital . Tenemos Internet, comunicación visual instantánea, móviles, correos-luz, canales de televisión y tertulianos, y sin embargo estamos con un pie en la calle y con una mano delante y otra detrás y la que está detrás la cambiamos a los ojos como venda para no ver. Es verdad que durante el apagón la gente se ha comportado como seres humanos fraternos y amorosos y ha acudido hasta los trenes varados a atender a los pasajeros, que en las grandes ciudades, el conductor ha dejado pasar cortésmente al pelotón de transeúntes sin bocinazos, que han soportado el embotellamiento con una paciencia bíblica. Sin embargo a uno le aterra, como usted y a muchos, seguro, pensar qué hubiera ocurrido si el apagón en lugar de doce o catorce horas hubiera durado… las misma cantidad pero de días. Entonces, sí, que estaríamos hablando de una cruel distopía. Las televisiones también compiten en esto cuando llega la luz y los platós se convierten en aviarios de cotorras (salvo excepciones) pero es la radio de toda la vida la que se lleva la palma del retorno al pasado, aunque ese retorno dure poco. Pero es un aviso de la regresión.
Hasta que no llegó la electricidad a los hogares, el hombre ha estado alumbrándose y calentándose exactamente igual que lo hacían los romanos. Casi mil años produciendo una llama de alumbrar o de calentar ya sea con una antorcha o con un quinqué de diseño parisino alimentado de aceite, lo cual ya era un alarde.
Por lo tanto, nuestros ancestros no temían a que les llegara un apagón que descolocara sus vidas. Ni su existencia estaba unida a su destino integral dependiente de una sola cosa. Por más destrucción que provocara Napoleón en su ensoñación imperial es una fiesta de chicas al lado de lo que puede acarrear al planeta y a la humanidad una guerra regional grave, ya no digo mundial, con que sea solo un par de escalones más que la actual guerra ruso-ucraniana. El hombre con la evolución de su inteligencia ha llegado a armarse hasta los dientes y ha acumulado tanto arsenal como para dejar huérfano al Sistema Solar. El puto enano del hombre amenazando al Sistema Solar. De triste hasta sofoca, por mucho que consuele que el hombre siempre se ha dado un sistema después de destruir el anterior.
Una prueba de esa paradoja -a más evolución humana más debilidad humana-es la electricidad. Hoy no hace falta declarar formalmente la apertura de trincheras. En internet coexisten el bien y el mal y el mal siempre, siempre amenaza con tener la última palabra.
En definitiva, Maese Fulanito de Tal vivía sin luz eléctrica. Sin hospitales confortables, sin el vapor, sin el automóvil, vale. Pero sin la electricidad que no solo da luz sino que mueve montañas. Tendría que esperar siglos para que sus sucesores conocieran todo lo citado. Sin embargo, si hubiera un apagón de quince días el hombre de hoy de internet y la IA, ¡AY!, pasaría de piropear a una chica-robot, si la ha programado un informático de derechas que no le da la opción de lanzarle un sopapo por acosador, al tiempo de los visigodos en un mes, por tirar a lo alto. Esa es la diferencia.
Y todo porque falla ese pellizco que le damos a la pared.
PD.- Siempre que decimos se ha ido la luz me he preguntado, a dónde.