Requiem por el último escribidor

«Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola»
MARIO VARGAS LLOSA
(Escritor peruano)

Mario Vargas Llosa nos acaba de dejar y lo ha hecho casi en silencio en Lima. Él cultivó con solvencia numerosos géneros literarios, —novela, cuento, ensayo o teatro—, y además fue un gran pensador y excelente articulista. Su obra creativa quedará en el activo patrimonial no solo de la literatura en lengua española, sino de la universal. Porque él también se expresó en inglés, en portugués y en francés, llegando incluso a ser miembro de La Academia Francesa. Pero no solo fue un enorme autor literario, sino que su vida fue casi de novela.

Formó parte del grupo del Boom latinoamericano que surgió en los años sesenta del siglo pasado. Él era el último autor que quedaba de aquel exitoso movimiento del que formaron parte, sobre todo, el colombiano Gabriel García Márquez, el mexicano Carlos Fuentes y el argentino Julio Cortázar. Aunque también formó parte de esta corriente literaria, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1967. Por lo tanto este movimiento literario posee tres de estos prestigiosos galardones.

Su vida fue apasionante. Sus padres se separaron poco después de su nacimiento en Arequipa (Perú). Vivió en Bolivia durante sus primeros años de vida, antes de que sus padres se reconciliaran. Estudió en colegios salesianos, y con catorce años su padre lo envió a un colegio militar, cuya sobrecogedora experiencia recogerá en “La ciudad de los perros”. Después estudiará Derecho y Literatura en la Universidad de San Marcos en Lima.

Se casó con diecinueve años con una tía política suya, —catorce años mayor que él—, cuya relación quedó inmortalizada en su obra “La tía Julia y el escribidor”. Obra que tuvo su réplica en un libro de Julia Urquidi, —su exmujer—, bajo el título de “Lo que Varguitas no contó”.  Esta historia le llevará a enfrentarse a su propia familia para poder casarse con ella.

Ya casado, amplió sus estudios en la Universidad Complutense de Madrid. Vivió en París y tras divorciarse, se casó con una prima suya y sobrina materna de su exmujer. Luego vivirá en Barcelona, donde comenzará sus publicaciones con la Editorial Seix Barral, siendo Carmen Balcells su agente literaria. Y allí conocerá a su amigo Gabriel García Márquez.

Ya casi octogenario, iniciará una nueva relación afectiva con la popular Isabel Preysler, tan sorprendente como inexplicable, que durará poco más de siete años. Aunque después y hasta el final de sus días, volverá con Patricia Llosa Urquidi, su segunda mujer.

En cuanto a sus ideas, cumplirá con aquella frase que se atribuye a Winston Churchill, “quien no es liberal cuando es joven, no tiene corazón. Quien no es conservador cuando es viejo, no tiene cerebro”. Vargas Llosa simpatizará con el comienzo de la revolución cubana hasta que la detención del poeta Heberto Padilla, por el régimen castrista, le llevó —como a otros escritores— a exigir su liberación y a distanciarse de aquel régimen autocrático.

Pero él va a evolucionar en sus ideas. Dejará de admirar a Sartre y el movimiento marxista, pasando a influirle determinados pensadores como José Ortega y Gasset, que le descubrirán lo que es el liberalismo. Verá en este movimiento un espacio que estaba exento de los extremismos que llevaron a los países europeos de la primera mitad del siglo XX, a violentos enfrentamientos que provocaron la mayor destrucción y muerte conocidas.

Admiró a Margaret Thatcher, —se llegó a trasladar a Londres durante algún tiempo—, porque la mandataria británica fue capaz de desmantelar un sistema clientelar y proteccionista que limitaba el desarrollo de las libertades individuales, lo que generó grandes esperanzas en el Reino Unido. Para él el liberalismo dentro de la cultura democrática era probablemente la doctrina que había impulsado las reformas más profundas, las mejores transformaciones. 

En el año 2020 leí su novela “Tiempos recios”, en la que reconocí de nuevo al autor más brillante de sus primeras obras. El de “La ciudad y los perros” o “Conversación en la catedral”, pero también el de “La fiesta del chivo”. Escribió un ensayo sobre Benito Pérez Galdós, cuyo título fue “La mirada quieta”, en el que analiza la obra galdosiana y su trayectoria literaria, realizando un estudio sobre su obra dramática, que él valora especialmente.

Me sorprendió que prologara un libro autobiográfico del pintor Cristóbal Toral, cuyo título era “La vida en una maleta”. Este pintor gaditano, afincado en Antequera, recibirá de Vargas Llosa el reconocimiento a su origen humilde utilizando en su prólogo los elementos de su pintura: el espacio y la ingravidez, la realidad del conocimiento científico y el mundo fantástico de la imaginación, el desarraigo y los viajes. Y de las maletas como metáfora.

Sin embargo, estos días hemos visto cómo algunos autores de renombre han laminado con sus mensajes de despedida a este gigante literario. A veces esas palabras entristecen porque parecen de reconocimiento fingido, ocultando una valoración crítica al autor peruano.

Ahora solo nos queda decir un hasta siempre al último escribidor de una brillante generación literaria.

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