J.M. Beldad.- En la quietud de los pueblos calatravos, donde el horizonte se extiende interminable sobre campos resquebrajados de vides y olivos en caminos polvorientos, sobrevive esa fe que ya casi no tiene cabida en el ritmo acelerado de unos tiempos indómitos y profanos. La Ruta de la Pasión Calatrava es un camino hacia las raíces profundas de la religiosidad popular, del alma colectiva que mira hacia ese Dios del campo, sencillo y austero, que se muestra especialmente cercano, casi como uno más de la familia, durante la Semana Santa. El hortelano, el campesino, el obrero en el que cohabitan algunas realidades diferentes que llenan esa religiosidad popular, donde también hay agnósticos y ateos, contentos y plenos en esa contradicción de no creer como tal y salir a ver a su Virgen y participar de todas sus fiestas tradicionales que giran en torno al cristianismo.
Isi, un ‘armao’ de Calzada de Calatrava, lo expresa con la humildad y autenticidad propias del que lo ha vivido desde dentro desde niño: «Para ser armao hay que sentirlo y vivirlo». En esas simples palabras está contenida toda la esencia de la religiosidad popular que aún late con fuerza en la España de provincias. No es una fe intelectualizada, ni intelectualoide, ni distante, ni superflua; es fe vivida, respirada, compartida entre familiares y amigos, como quien comparte el pan y el vino en una mesa de madera bajo una parra. ¿Les va sonando?
Los ‘armaos’ son como una familia durante toda su vida, porque lo religioso y lo humano están inseparablemente entrelazados en lo inmaterial. Su búsqueda de Jesús por las ermitas de los pueblos simboliza algo que va más allá de una tradición: representa la búsqueda constante del sentido, la necesidad de reencontrarse año tras año con lo esencial, que no es otra cosa que el amor que, a su vez, es un reflejo de las generaciones que han entregado su vida y su alma a conservar la tradición en los oficios, en las fiestas y en la religión. Así, entre pasacalles y procesiones, se mantiene viva una fe y una forma de entender la existencia que cada vez parecen más lejanas en la sociedad actual, dominada por las pantallas y el capitalismo salvaje que ha matado a Dios y ha dejado inane al ser humano.
La Pasión Calatrava es la resistencia de una espiritualidad auténtica que crece en el sosiego de los campos arados, ermitas de piedra, paredes encaladas y patios centenarios como el de San Francisco o el Corral de Comedias, testigos del paso del tiempo. Es la dignidad silenciosa de aquellos que no necesitan grandes catedrales para encontrarse con Dios, sino apenas el tambor solemne que marca el paso lento de los armaos por calles estrechas, iluminadas por cirios que brillan en la noche entresoñada de La Mancha antigua.
Mientras las grandes ciudades olvidan, las provincias recuerdan. Son ellas las guardianas de lo intangible, las que conservan con esmero las claves de una vida sencilla y profunda, donde se es más consciente del tiempo, de la vida, de la muerte y de Dios. En tiempos de incertidumbre, vivir esta ruta es reencontrarse con algo que remueve las entrañas y que te llena de intangibles, de aromas a flores y a torrija y de los ecos de otro tiempo. En la Pasión Calatrava todavía vive el Dios del campo, el Dios de secano, el de la gente humilde que mantiene encendida la llama de una fe sencilla, pero tremendamente poderosa. Y es que todavía existen lugares donde lo sagrado se vive con el alma desnuda y el corazón en la mano.
*Jose Miguel Beldad Quesada (Ciudad Real, 24/11/1992). Doble graduado en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la URJC. Periodista en La Tribuna de Ciudad Real. Anteriormente en diario Lanza. Creyente y practicante. La fe es el pilar fundamental de mi vida. Me gusta el deporte, escribir, las artes audiovisuales y vivir la vida en familia, con el Amor de Dios en medio de todas las cosas. Escribir es contar historias, porque las crónicas quedan para siempre. He realizado coberturas de ferias internacionales, de la DANA en Valencia, así como crónicas deportivas y taurinas.