Por el pueblo

Ramón Castro Pérez.- La democracia cansa. Sobre todo, cuando la masa muestra síntomas de disconformidad con el discurso que nos aupó al poder. Claro que tampoco podemos postularnos abiertamente como dictadores, pues, como viejos demócratas, los hemos denostado en el pasado. Incluso hemos removido sus huesos. Es hora de avanzar, desplazando algún resorte que afecte a alguno de sus pilares. Identificaremos fallas y, con el ánimo de perseguir una democracia, aún más perfecta, atacaremos sus principios más elementales.

Comenzaremos por la presunción de inocencia. Lo haremos de manera sutil, utilizando alguna causa lo suficientemente popular como para encontrar un respaldo amplio que justifique la ofensiva. Nos dirigiremos a quienes consagran el principio, cuestionándolos para suplantarlos. El poder ejecutivo engullirá al judicial y el legislativo no hará perder el tiempo a sus súbditos con absurdos debates. La democracia habrá muerto para siempre. La causa popular, la que nos facilitó esta conquista, será olvidada y, erradicada la presunción de inocencia, el mundo será nuestro, pues usaremos el poder de coacción, libre ya de contrapuntos, para perpetuarnos en el poder, sin importarnos la disidencia, que será aplastada.

La masa nos ha permitido llegar hasta aquí y dar este paso. La hemos confundido hábilmente, dirigiendo su atención hacia quimeras relacionadas con los hábitos saludables, la defensa de la diversidad, la prevención del acoso o la salud mental, al mismo tiempo que capitalizábamos las bases de todo lo que las amenaza. Hemos proporcionado autopistas al mal y garantizado que sean unos los que pongan trabas a lo que otros, honorablemente, persiguen. Y nosotros somos los que venimos a salvarlos de ellos mismos. Algunos ya han comenzado a solicitarlo abiertamente. La democracia cansa. Lo hacemos por el pueblo.

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