La joya de la corona

“Por las venas de Cuba no corre sangre, sino fuego: melodioso fuego que derrite texturas y
obstáculos, que impide la mesura y, muchas veces, la reflexión. Pero así somos, y ése es nuestro
mayor encanto y defecto: estamos hechos de música” 

DAÍNA CHAVIANO
(Escritora cubano-estadounidense)

                Es lo que tienen los viajes a otros lares. Excitan nuestra curiosidad, muchas veces infinita; potencian la relación con personas de origen muy diverso del que tratamos habitualmente; nos permiten conocer culturas y mundos, tan diferentes como sorprendentes; y, en definitiva, enriquecen nuestra existencia con aportaciones que amplían nuestra visión, a veces exigua, de lo que consideremos importante en nuestras vidas.

                Aquel viaje a Cuba fue algo diferente a los que habíamos realizado en Europa o incluso en países hispanoamericanos, como Chile, en los que había una mínima coincidencia en los hábitos y en un modelo de sociedad similar al nuestro. Nos sorprendió reconocer a personas famosas en aquella isla caribeña. En el Aeropuerto José Martí, coincidimos con el polifacético Carlos Carnicero, periodista español afincado en la capital cubana.

                En el Valle de Viñales, —ubicado en la parte occidental de la isla—, pudimos visitar explotaciones agropecuarias, donde había cultivos tropicales o se explotaban reses de ganado vacuno. Estuvimos en una planta de embotellado de ron, cuyo proceso era similar al de las fábricas de gaseosas de La Mancha de los años sesenta. Con envases de diferentes tamaños y colores. O donde se elaboraban a mano, los típicos cigarros puros.

                En un campo, llamó mi atención la sencillez de los guajiros, así llaman a los agricultores. Quisimos adquirir unos mangos, pero, para nuestra sorpresa, fueron incapaces de fijar el precio a sus productos. Les dimos la voluntad, —la contraprestación indeterminada sujeta al único criterio de quien adquiere el producto—. Aunque los pesos cubanos de los turistas, con los que les pagamos, parecían desconocidos para ellos.

                Pero, más allá de sus actividades, el Valle de Viñales nos ofrecía un paisaje paradisiaco. Con una espesa vegetación natural en todo su territorio, con el verdor característico del que es Parque Nacional de Cuba y que ha sido declarado Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO; o con las montañas en forma de montículos aislados, conocidos como mogotes; y con la muy poca población que habitaba aquellas tierras tan fértiles.

                La visita a Trinidad, nos abrió paso a un mundo lleno de colores con los que se adornaba la arquitectura colonial de viviendas y edificios públicos. Las intensas lluvias tropicales deslucieron nuestra visita a esta ciudad, por lo que tuvimos que guarecernos en un espacio interior genuinamente adornado con su estilo isleño. También visitamos Santa Clara, convertida en una ciudad mausoleo de los líderes de la revolución.

                Camino de Cienfuegos, visitamos una gran finca, un ingenio. En estos predios había explotaciones de caña de azúcar y de tabaco, además de otros cultivos como el del mango. En estas grandes haciendas aún quedaban vestigios de construcciones coloniales, —algunas acondicionadas por los lugareños—. Llamaba la atención las enormes torres vigía que se erguían en estas plantaciones. Luego visitamos la ciudad de Cienfuegos.

                De nuevo en La Habana, recorrimos sus calles en las que proliferaban cafeterías, bares o sus parques por el centro de la ciudad. Pero en casi toda la ciudad la música habanera nos acompañaba, interpretada por numerosos grupos que utilizaban sus instrumentos de cuerda, principalmente el violonchelo y la guitarra, pero sobre todo con sus voces suaves y melódicas que emocionan a los turistas que visitamos la ciudad aquel verano de 2016. 

                La pérdida de esta provincia, —como se llamaba en España a Cuba—, quizás era inevitable como un proceso natural de descolonización, que más tarde o más pronto se iba a producir. Pero en este caso ocurrió algo inaudito. En un acto de falsa bandera, los EE. UU., parece ser que hundieron su acorazado Maine, en el puerto de La Habana. Lo que propició el inicio de la guerra hispano-norteamericana de 1898, que España perdió.

                Pero no solo dejó de ser española la isla de Cuba. También se perdió Puerto Rico, Filipinas y la Isla de Guam, ubicada en la Polinesia, muy cerca de la fosa de Las Marianas en el océano Pacífico. Mediante el Tratado de París de 1898, España cedió a los EE. UU., todos estos territorios que, en la práctica ponen fin nuestro poder colonial de ultramar.

Cuando España perdió esta isla, se dijo que había perdido su joya de la corana. Y seguramente fue así. Aunque también fue una de sus joyas más codiciadas, La Habana, —su capital—, pero de toda la isla de Cuba.

Hoy no puedo evitar sentir cierta nostalgia al recordar aquel viaje que realizamos al país antillano en el que todavía vivía, —aunque por muy poco tiempo—, el simpar Fidel Castro.

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