Rafael Cabanillas Saldaña. Escritor y embajador de la Ruta de la Pasión Calatrava.– El arte, de la pintura a la música y del teatro a la literatura, el verdadero arte, en lo más profundo, es puro contraste. Un choque de placas tectónicas que remueven, hasta la erupción, las entrañas de la tierra y el latido de los corazones. La emoción del arte, la belleza que impacta y te sobrecoge, nace de la antítesis, del claroscuro y la divergencia: el placer y la culpa, el cielo y el infierno, lo religioso y lo profano, la verdad y la mentira, la venganza y el perdón. Lo mejor del ser humano y a la vez lo peor. Sed y agua. Fuego y hielo. Lluvia y desierto. Sangre e incienso.
Colisión de titanes que estalla, como en ningún lugar del mundo, en el Campo de Calatrava cuando celebra su Semana Santa. Ruta de la Pasión Calatrava: estruendo de tambores y silencio abisal, alaridos destemplados y lamentos silentes, túnicas al rojo vivo y mantillas negras, agudos de cornetas y graves de trompas que te trasportan al Tíbet, brillo de corazas al sol y crepúsculos de miradas, golpes de martillo y ecos de lágrimas, pies que se arrastran como fantasmas y ojos de caverna circular que en la oscuridad hablan, suaves dedos que acarician los rostros afligidos y manos ásperas que prenden con sogas el cuello. Pasión y traición. Como el amor y el odio. Como la muerte y la vida. El gozo y el dolor.
La esencia, el alma, de los pueblos y las tierras del Campo de Calatrava está en sus volcanes y en su Semana Santa. Unidos y hermanados aunque parezca un sinsentido, una locura que cabalga estos páramos. ¿Qué tendrá que ver la Semana Santa con los volcanes? Pero es, precisamente, el choque de rivales del que hablaba al inicio – la pasión y la traición, pasión para amar y odio para traicionar – los que fundamentan esta historia. Para entenderla, tienes que estar dispuesto a viajar al interior de la tierra y a viajar en el tiempo. A volar y a escarbar. Vamos, silencio. Cierra los ojos y escucha lo que te cuento:
Debajo de este Campo de Calatrava, en sus profundidades, se encuentra la fragua de Vulcano, que todos hemos visto en el cuadro homónimo (1.630) de Velázquez, o en otros igual de hermosos y reales. A mí, particularmente, me gustan el de Jacopo Bassano (1.577) del museo del Prado y el de Giorgio Vasari (1.564) en los Uffizi de Florencia. Para tener una idea, de entrada cronológica, de la dimensión de lo que estamos hablando, reseñar que cuando esos tres maestros de la pintura pintaban sus respectivas “Fragua de Vulcano”, en el Campo de Calatrava ya existían los armaos, pues se remontan al siglo XVI.
Vulcano, dios del fuego y de los metales. Dios de la forja. Dios que ha dado nombre a nuestros volcanes – el volcán de Cerro Gordo, del Cerro de los Santos, de Hoyos, de la Mesnera, de Columba, de la Cabeza, de la Yezosa, del Cabezuelo, de Pozo Blanco, de Carboneros… – Y a sus maares. ¿Existe palabra más bella en la lengua española que «maar»? Maar de la Hoya de Cervera, laguna Inesperada.
El dios Vulcano, que nuestros armaos llaman en latín «qui ignem mulcet», es decir «el que ablanda los metales», es el herrero mitológico. El forjador de sueños de hierro y bronce. El quincallero de todos nuestros deseos estelares. Su trabajo es forjar las armas y los rayos. Y está muy presente en el Campo de Calatrava: tierra de volcanes y tierra que necesitaba esas armas desde hace 400 años. Ya te imaginas para qué.
Vulcano es hijo de Júpiter, el dios supremo, Zeus para los griegos, y de Juno, su esposa. Nuestro herrero sentía un especial afecto por su madre – ¡Normal! ¿Quién no lo siente? Observa esa imagen de María mirando a su hijo que te hará temblar por dentro –, a la que defendía en las discusiones con Júpiter. Un día Juno, encolerizada por las infidelidades de su esposo, se enfrentó a él. Le gritó y le amenazó con abandonarle. Y el dios supremo la castigó suspendiéndola de las nubes con una cadena de oro. Presa en el aire. Sublime imagen, pero triste y dolorosa. Su hijo Vulcano, al verlo y sin poder soportar tal sufrimiento, intentó liberar a su madre. Intromisión que Júpiter castigó expulsándolo con violencia del paraíso. Con tanta fuerza y agresividad que, al chocar con la tierra, cayó herido, quedándose cojo, deforme y tuerto.
Su deformidad, casi monstruosa, y su pena, le obligaron a refugiarse en una cueva del interior de la tierra donde montó su fragua. Una cueva o sima de por aquí cerca. Debajo de cualquier oquedad de estos cerros, rastrojeras o barbechos. Si pones tu oído en el suelo y guardas silencio – ¡Sssshhh! –, escucharás el yunque con su martilleo: – ¡Tac, tac, tac!
Su fealdad, además, le provocó el rechazo de las diosas, impidiéndole encontrar pareja. Pero Júpiter – siempre enfadado: es lo que tiene ser jefe –, que estaba harto de la orgullosa Venus, la más bella diosa del cielo, tan engreída y despreciativa con todos sus pretendientes, la castigó y la casó con Vulcano. A la fuerza. La más guapa, con el más feo. Otra vez vuelve la antítesis: la bella y la bestia, la beldad y la fealdad unidas en Vulcano y Venus.
En su forja, el dios herrero fabrica las armas de nuestros soldados romanos que desfilan – haciendo el caracol, la estrella, el molino – estos días por el Campo de Calatrava: las lanzas y las espadas, las picas de los estandartes, a base de martillo y fuelle, humo, lumbre y chispas de diminutas estrellas. Como descanso y porque no le gusta estar ocioso, con la cara y las manos negras, va recortando y ensamblando las piezas de hojalata para las corazas, armaduras y cascos. ¿Veis cómo relumbran en los pechos de esos hombres que desfilan ante vuestros ojos? Vulcano, dios de los armaos, rostro negro y sucio, ante la blancura nívea de su amada esposa que sueña con escapar un día de esa caverna de metales y nostalgias. Venus: la divinidad hecha belleza. Nacida de la espuma del mar.
El que más visita la herrería, es su hermano Marte, dios de la guerra, que se ha convertido en su mejor cliente y al que ama tanto, que algunas piezas, las más elaboradas, nunca se las cobra. Natural que le visite tanto, pues necesita todas esas armas, las mejores que puedan fabricarse, para sus guerras, y esas, solo las sabe forjar Vulcano.
Marte es un joven fuerte, musculoso, con la piel enaceitada para las peleas y el cabello ensortijado y negro como el carbón de esa fragua. Tiene muchos atributos: dios de la guerra, de la virilidad, de la pasión y la sexualidad, de la perfección y la belleza. Un espejo en el que podría mirarse la propia Venus. La más bella en el cielo, la más divina en la tierra.
Sin embargo, cada vez que entra a la fragua de su hermano para hacerle sus encargos, se le derrite la mirada, y no precisamente de calor, por la diosa Venus. El cuerpo le tiembla y la lengua se le traba, igual que se enredan las palabras. Vulcano, que ama y confía en Marte, su hermano, funde y moldea los metales en un trabajo incesante para darle las armas más resistentes y poderosas con las que lograr la victoria en las batallas. Pero, mientras Vulcano golpea el yunque con una fuerza colosal, las manos de Marte, contrariamente, acarician con dulzura el cuerpo de Venus en la habitación continua. Pasión y Traición. Aquí queríamos llegar. Pasión para amarse y traición para engañarse. La misma traición por la que Judas, en este preciso momento de caricias y besos, acaba de vender a su maestro. Por un puñado de denarios. Denarios plateados como los dos que refulgen al sol, al ser lanzados al aire, en una plaza del Campo de Calatrava, deteniendo la respiración y los relojes del planeta para saber si saldrán caras o cruces. Metales. Judas: el pérfido traidor que cambiará la historia de la humanidad por unas monedas como esas.
Cuando el feo Vulcano, la bestia noble y buena de esta historia, que tanto ha hecho por el Campo de Calatrava, descubre el engaño, teje una red invisible para atrapar a los enamorados. Y ahí los tenéis, por si los queréis ver, en decenas de cuadros pintados a lo largo de los siglos (me quedo, en una difícil elección, con el de “Venus y Marte sorprendidos por Vulcano”, del neerlandés Joachim Wtewael, pintado sobre cobre en 1.601), desnudos, amándose en la cama, apresados para escarnio de la mirada y la risa del resto de dioses. Aunque el pobre Vulcano oculte su rostro, para que no le vean llorando.
Venus y Marte: pasión y traición. Judas Iscariote vendiendo a Jesucristo y los armaos, que igual que Marte han recibido las mejores armas del herrero hermano, desfilando para prender a un Dios, echándole una soga al cuello.
Primero pasión, luego traición. Pasión que hace erupcionar los volcanes y traición para llenar de lágrimas los maares.