La nostalgia de recordar al amigo: Eladio Cabañero veinticinco años sin ti

Natividad Cepeda.- Volver al pasado es revivir recuerdos y entonces la nostalgia es agua entre las manos y humo perdido en las alturas del cielo. Pero si recordar es recuperar la oralidad de aquellos que nos ayudaron a encontrar la belleza de la vida en sus diferentes vertientes, entonces recordar es soñar en volver a sentir la emoción de aquellos que conocimos y marcharon. 

Silenciosamente el tiempo transcurre sin apenas darnos cuenta de su trayecto continuo, es como los juncos nacidos junto al río y mecidos por su brisa de agua y al verlos pensamos que siempre es así, y no es cierto, porque también los juncos mueren y se renuevan en las orillas del agua. Caminamos y en esa página en blanco que es la vida de cada persona escribimos la voz del viento y el susurro de las horas. Junto a ese caminar descubrimos, con la información disponible, que existen personas tejedoras de sueños, de historias trenzadas en versos y que esos personajes son también humanos a pesar de ser diferentes por ser trasmisores de luz.

Soy una lectora voraz y en esa pasión sigo descubriendo el vagar del poeta que fue Eladio cabañero. Sus silencios y su callar cuando caminaba por las calles de Tomelloso un tanto osco y meditabundo sin pararse a perder el tiempo con los paisanos, algo triste detrás de sus gafas que escondían su mirada de hombre tímido y con alguna brusquedad altiva para que nadie supiera lo que pensaba.

Si leemos pacientemente sus poemas se descubre que el centro del mundo era su corazón y el silencio sin rayos x ni radiografías interiores porque el centro del mundo era lo que sentía y escribía. De algunos de sus amigos y conocidos he escuchado que Eladio Cabañero era, fue, un hombre bueno y no lo dudo. Sobre todo, era observador y silencioso. Dialogaba con quien él quería porque en ello radicaba su libertad. Esa libertad que ejercía cuando estaba en Tomelloso y cruzaba pacientemente y algo imbuido en si mismo la plaza hasta la acera del juzgado, ahora de la policía municipal, pasando por la Posada de los Portales sin verla o haciendo como que no la veía, camino de la ferretería de sus amigos Emiliano y José Antonio Negrillo y allí llegaba y se sentaba como si no estuviera, pero estando y mirando pasar las generaciones que a él lo ignoraban y no le conocían. Quiero imaginar que para el hombre poeta callado y reservado las gentes que pasaba y cruzaban por aquella tienda significaban fechas sin acontecimientos y a la vez pasajeros de un mundo que ya no era el suyo.

Lo escribí, no recuerdo cuando ni donde, que en una ocasión Eladio Cabañero llamó a mi puerta y se quedó a comer con mis hijas, entonces niñas, y conmigo sardinas fritas y unos huevos fritos, porque no lo esperaba y el puré de patatas para las niñas no le entusiasmó. Nunca supe porque llegó a casa y siempre supe que fue feliz comiendo conmigo y con mis hijas.  Aquel día no me atreví a pedirle que me dedicara uno de sus libros que teníamos en nuestra biblioteca, me pareció que sería importunarle y no se lo pedí. Nunca lo hice y por eso sus libros que son los míos carecen de su firma.

El tiempo que flota entre los días nos reunió en aquella vez que presenté mi primer libro de poemas en la calle de la Paz del vetusto edificio de la Casa de Castilla-La Mancha en Madrid, acudió con su mujer Eduarda Moro y fue simpático y sonriente con su amigo Valentín Arteaga que los había casado y con los que conocía; se negó a ser presentado por quienes querían estrechar su mano y lo admiraban y me sonrió diciendo que ese primer libro estaba bien. En realidad, siempre fue conmigo cercano y sincero, aunque jamás me permitió hacerle una entrevista creo que porque yo miro directamente a los ojos y él no quería que yo viese lo que ocultaban los suyos. Me decía que podíamos hablar de lo que quisiera pero que, de entrevistarle, nada. Lo respeté y nunca más se lo volví a pedir.

Eladio Cabañero y sus libros; su libro de “Marisa sabia” tan bello y autentico. Tanto amor volcado en los poemas a la mujer que amó en silencio. Los mitos y la magia de la palabra escrita y los lectores que hacemos nuestra la emoción del poeta guiados por el hechizo de los versos. Versos universales que duermen en los libros sin apenas ser conocidos como el poema de, Tus bellas manos de niña, del libro “Marisa sabia”. Cuatro versos, solo cuatro versos para invitar a leerlo entero.

Tus manos, rescatadas de los fuegos

de la infancia que huye y que ahora dan

temperatura humana, dulces riegos,

pulso de amor, calor de pan…

Asombra descubrir tanta belleza con sencillas palabras: esa es la verdadera poesía y este es el legado maravilloso dejado por el poeta Eladio Cabañero. Leerlo es acceder a la buena literatura e imprescindible para conocer el alma y pensamiento de un magnífico poeta que sigue estando entre nosotros.

                                                                                        Natividad Cepeda

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