Contubernio imperial

“Al poder le ocurre como al nogal, no deja crecer nada bajo su sombra”
ANTONIO GALA
(Poeta y dramaturgo)

En estos tiempos que vivimos, occidente —sobre todo la Europa integrada en la Unión Europea—, se mira en el espejo de su propia debilidad, de sus incoherencias y, lo que es peor, de la falta de peso político al que se enfrenta en el concierto internacional. Las negociaciones iniciadas por Rusia y EE. UU. para resolver el conflicto de Ucrania, —sin la concurrencia europea ni del país invadido—, está condenando a estos países a la irrelevancia. 

En materia de defensa y seguridad, los norteamericanos han tutelado a las democracias liberales europeas desde la Gran Guerra de principios del siglo XX, pasando por el decisivo apoyo en la Segunda Guerra Mundial, durante la Guerra Fría o tras la caída del muro de Berlín. En realidad su apoyo se ha mantenido ininterrumpidamente durante más de cien años hasta la reciente llegada de Donald Trump, en el que es su segundo mandato.

La seguridad no se valora por las sociedades cuando estas no se implican en ella aportando soldados y medios materiales. Para algunos países esa seguridad no requiere de la puesta a disposición de recursos y que por el solo hecho de pertenecer a una alianza militar, como la OTAN, es suficiente para no tener que preocuparse de ella. Es más, esa situación nos permite oponernos a todo lo militar, incluso a ser ingenuamente antibelicistas.

Cuando se tienen valores democráticos que defender, —como ocurre en la Europa occidental actual—, no se puede prescindir de defenderlos con todos los medios al alcance de esos países paradigmáticos de lo que han sido las democracias liberales. Que esa defensa haya sido invisible porque la haya ejercido una potencia exterior, no excluye la responsabilidad de esos países en su defensa. Y la de Ucrania frente a Rusia, es estratégica. 

En Europa, la presencia de EE. UU. con sus bases militares, sus soldados y su apoyo logístico, como el proporcionado a Ucrania desde su invasión por Rusia en 2022, ha generado una falsa sensación de tranquilidad de los ciudadanos europeos. Sin embargo, cuando el señor Trump quiere resarcirse del apoyo que dio su país a esta causa a través del incondicional apoyo del señor Biden, las alarmas en la UE y en la OTAN, se han encendido.  

El contubernio que se está celebrando en Arabia Saudí entre las dos grandes potencias al margen del resto de los países occidentales que han apoyado a Ucrania en su guerra contra Rusia, no ofrece buenas expectativas para el pueblo ucraniano. Pero no se entiende que EE. UU. haya cambiado de bando y pretenda repartirse el botín de guerra con los rusos a la vista de todo el mundo, legitimando y rehabilitando al autócrata invasor.

Esta inseguridad produce en todo el continente europeo una sensación de desamparo y de impotencia, máximos. Y hace posicionarse en un escenario nuevo en el que cambia el modelo que ha funcionado con el apoyo norteamericano. Ahora habrá que poner los recursos necesarios suficientes para abordar nuestra propia seguridad, en un momento complicado y ante un enemigo cierto, ambicioso y cuyos métodos son conocidos.

En la literatura se nos muestra la extrañeza de los soldados rusos cuando, tras la invasión de su país, ellos lo reconquistan y hacen replegarse al ejército alemán hasta su capital. No entendían cómo un país como Alemania, que poseía las mejores condiciones de vida y las más modernas infraestructuras, quisiera conquistar la Unión Soviética. ¿Qué buscaban en aquel extenso pero paupérrimo país lleno de miseria y de carencias?

La ambición de los gobernantes autocráticos genera estas situaciones extrañas. En el caso alemán durante la Segunda Guerra Mundial, con la invasión de la URSS, querían asegurarse los recursos estratégicos para su potente maquinaria de guerra. Y para conseguirlos no repararon en el esfuerzo y en el derroche de medios que ello les suponía, pero que, a la postre, les haría perder la guerra. En Ucrania a Rusia le sucede lo mismo.

Putin pensaba que la invasión de Ucrania sería una guerra rápida y efectiva. Contaba con una adhesión masiva de la población rusofona a su causa, lo que no se ha producido. Y que su superioridad militar fuera aplastante, lo que tampoco ha pasado. La dignidad del pueblo ucraniano en la defensa del territorio de su país y la generosa ayuda internacional, sobre todo, de los países de la Unión Europea, de la OTAN y de los EE. UU., lo ha impedido.

Este cambio de posición del gigante americano, cambia el status quo actual por algo desconocido. Pero hay algo peor. El reparto de las riquezas y de los territorios de Ucrania, mediante el acuerdo y la alianza indigna de estos nuevos imperios, es más que censurable. El Estado de derecho y el derecho a las fronteras seguras de los estados, en este caso se ven cercenados, concediéndole al invasor ilegal e ilegítimo, el fruto de su hostilidad.

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