Me presento

No sé si me conocéis, en muchas ocasiones visto ropajes que no me distinguen. Soy quien sostiene el hilo invisible que ata los corazones. Me llaman Cupido, Eros, San Valentín. También me llaman Susurro, Flecha, Pasión. Soy el eco de una promesa susurrada en la piel, el temblor en los labios antes del primer beso, la certeza de que nada importa más que el roce de unos dedos buscándote en la penumbra.

Mi arco no falla. Mis flechas no distinguen entre reyes y mendigos, entre poetas y soldados. Puedo hacer de un suspiro un incendio, de un roce una condena. Soy la fuerza que quiebra voluntades, la fiebre que hace girar el mundo. Lanza mi nombre al viento y oirás mil historias enhebradas por mis telares: el del que amó hasta la locura, el que esperó hasta la muerte, el que dio todo sin recibir nada, ellos y ellas tendrán motivos para hablar. Porque yo soy el que da y el que arrebata. Soy la embriaguez de los sentidos, el fervor de la entrega, el vértigo del deseo.

Juego con el destino como un titiritero que mueve los hilos invisibles de la voluntad. Mi mano no tiembla cuando elijo quién sentirá la plenitud y quién se hundirá en el abismo del anhelo. Puedo convertir un cruce de miradas en un pacto eterno, un roce fugaz en una condena irrompible. Soy el arquitecto de promesas, el juez de los deseos, el arquitecto de los suspiros que elevan y las cadenas que atan. Aquellos que saborean el cielo de mis bendiciones jamás vuelven a ser los mismos, porque lo que entrego nunca se olvida y lo que arrebato jamás se recupera. Algunos utilizan mi nombre en vano; hacen sentencias que ningún Dios es capaz de proclamar, y aun así piensan que mi labor es fácil, sencilla y al alcance de cualquier ser. Presto y robo parte de vosotros para que seáis felices, o al menos sintáis el placer de lo divino; pues el amor es vida.

Pero también soy la sombra en la esquina de la cama vacía. Soy el peso en el pecho del que ama sin ser amado. Soy la lágrima que nadie ve, el grito ahogado en la garganta del que espera lo imposible. Una máscara que oculta los defectos y enardece las virtudes del que os enamoráis. Un velo que corrompe la realidad y crea el escenario perfecto para que la razón pierda su rumbo. Me llamo Cupido, pero también podría llamarme Desvelo, Silencio, Dolor, Angustia, Soledad. Tengo mil caras y como la Muerte, tengo mil nombres y todos conducen al mismo abismo.

Porque cuando clavo mi dardo, no hay escapatoria. Vuelvo a los hombres marionetas de su propio anhelo. Ciego las balanzas, quiebro el orgullo, arrastro la voluntad hasta los límites del delirio. No hay droga más adictiva que mi hechizo, ni veneno más dulce que la piel que nunca podrás tocar. ¿Quieres llamarlo amor? Llámalo así. ¿Quieres llamarlo condena? También lo es.

Soy la caricia que incendia y la hoguera que consume. La exaltación y el suplicio. La bendición y la maldición.

¡Soy Cupido!

Y si ya estás en mis manos.

         No me culpes del todo si alguna vez te has perdido en el laberinto de mi hechizo. No me odies si te he dado el cielo y, luego, te he arrojado a la tormenta. Yo solo obedezco a mi naturaleza, a la fuerza primigenia que me dio forma, a la esencia de lo que soy. No elijo a quién enlazo, ni decido quién arde y quién se apaga.

Si pudiera, aliviaría el peso que cargo, pero ¿cómo hacerlo cuando el amor es el motor de toda existencia? Pedir perdón sería negar lo que soy, renunciar a la belleza de los encuentros y a la pasión que inflama cada latido. No puedo, no debo. Mi castigo es eterno, mi destino, inquebrantable.

Así que aquí sigo, tensando el arco, apuntando al corazón de quienes aún no saben que están a punto de arder. Y aunque algunos me maldigan y otros me alaben, seguiré lanzando mis flechas, porque sin mí, la vida sería un lienzo sin color.

¡Bienvenidos a la locura del delirio que produce la zozobra del amor!

Julián García Gallego  —Sin palabras mudas—  (San Valentín 2025)

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