El sanatorio es el cobijo de los cuerdos

Ramón Castro Pérez.- Ya sé que la Tierra es plana, aunque a mí me gusta pensar que se parece a una pelota. Esto lo mantengo casi en secreto, pues solamente lo he compartido con mi enfermero de celda, Alberto, quien me cuida, lava mis partes y me lleva de una consulta a otra, donde médicos terraplanistas aplican corrientes a mi córtex cerebral, dañado, según ellos, por años de adoctrinamiento en los cuales se nos presentó, a toda la población mundial, la idea de una esfera achatada por los polos.

Como el tratamiento de choque no cesa, he pensado que Alberto me traiciona, revelando a la dirección del sanatorio que aún creo en la curvatura y que sostengo que los mares no se desbordan por el efecto de la rotación y la gravedad. Que existe un manto y un núcleo y que tengo amigos al otro lado del mundo, a los que podría acceder trazando un túnel que atravesara el mismo centro de la Tierra. Me hicieron quitar los dibujos de la celda y destruyeron lo poco que quedaba de las enciclopedias de los ochenta que mis padres habían comprado a plazos.

Me cancelaron, al igual que silenciaron, antes, a los primeros críticos, comenzando por aquellos que ocupaban trincheras enemigas y terminando con la purga del treinta y tres, en la que no quedó títere con cabeza. La Tierra es plana y la gravedad una ficción a la cual se la ha despojado de la categoría de ley. A la ciencia se la desterró por cuestionar lo que nuestros dirigentes habían establecido por nuestro bien. Yo tenía un buen trabajo como profesor en una escuela secundaria hasta que muchos de mis compañeros denunciaron mi fe en la ciencia.

Alberto ya no me traicionará más. Aprovechando un traslado, he hundido la barra del toallero en su cuello, apreciando cómo la sangre que brotaba de su garganta, se desparramaba por el suelo, sin que esta tomara una dirección en concreto, sino todo lo contrario, estancándose a escasos centímetros de su cadáver, sin que la maldita curvatura la haga fluir hacia abajo. Durante el interrogatorio, les he dicho a los doctores que la Tierra es plana y que me hallo convencido de ello, gracias al experimento llevado a cabo con la sangre de Alberto. Han quedado satisfechos y he recuperado mi trabajo.

Al volver al aula laboratorio, no hay ni rastro de los viejos mapas del globo terráqueo. Además, se han llevado mis apuntes sobre Newton y han colocado, en su lugar, una cámara con micrófono incluido. No estoy seguro de mantener mi empleo de por vida, pues, en algún momento, miraré de frente al objetivo y gritaré que la Tierra es redonda, exigiendo que me devuelvan al sanatorio, de donde nunca debí salir.

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