Hace pocas semanas que tomó posesión como Presidente de los EE. UU., Donald Trump, y ya se ha convertido en el personaje más polémico del año, cuando acaba de comenzar 2025. En las elecciones anteriores, se negó a aceptar su derrota. Hizo todo cuanto estuvo en su mano para que se percibiera con claridad su contrariedad. No asistió al acto de toma de posesión de su competidor y pudo instigar la toma violenta del Capitolio.
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Sin embargo, pese a su triunfo electoral, a la proliferación de sus “decretos ejecutivos” suscritos en los primeros días de su mandato y pese a su innegable popularidad en amplios sectores de la opinión pública de su país, él parece necesitar algo más para sentirse satisfecho. Desea y espera más resultados de los que ha obtenido, sobre todo en materia migratoria y con sus deportaciones de emigrantes irregulares.
Hoy sabemos que fueron decisivas sus declaraciones antes de tomar posesión de su cargo. Con ellas se precipitó el acuerdo de paz que, in extemis, alcanzaron el estado de Israel y Hamás, lo que posibilitó el alto el fuego en Gaza y el intercambio de los secuestrados israelíes por prisioneros palestinos. Pero no le está resultando tan fácil alcanzar la paz prometida en el otro gran conflicto, el de la invasión de Rusia en Ucrania.
Aunque levantan ampollas sus intenciones de implantar una política arancelaria agresiva con la práctica totalidad de los países occidentales y, entre otros, con China. En este caso, el señor Trump parece contradecir su propia ideología ultraliberal, utilizando la intervención comercial para proteger los intereses norteamericanos. Prima aquello de “American first”, América primero.
En algunos casos, la simple amenaza de imponerlos le ha permitido obtener distintas formas de colaboración para reforzar uno de sus objetivos prioritarios, la seguridad de su país. Esto le ha ocurrido con México y Canadá, que han logrado una moratoria a la aplicación de estos aranceles, reforzando militarmente el control de las fronteras, para reducir la entrada de emigrantes ilegales y del tráfico de sustancias estupefacientes.
No se arredra cuando hace públicos sus deseos más extravagantes en política exterior —aunque es posible que estos sean anhelados, por parte de la sociedad norteamericana—. Me estoy refiriendo a la pretendida anexión de Canadá como un nuevo estado de la federación, a la ocupación o adquisición de la isla danesa de Groenlandia o a la recuperación del canal de Panamá, cuya soberanía fue cedida a aquel país en el año 1999.
Aunque si hay que hacer referencia al aspecto más importante en el ámbito internacional, este es el de la seguridad. De manera especial del militar que afecta al reconocimiento de las fronteras establecidas y a la soberanía de los países occidentales integrados en la OTAN. La amenaza presente de Rusia, pero también la no menos importante de China, requiere tomar decisiones importantes y de largo alcance.
Una de las exigencias de Trump a los miembros de la Alianza Atlántica, es la de que deben aumentar ostensiblemente su gasto en defensa, llegando hasta el 5% del PIB de cada uno de los países miembros. Aunque se pueda cuestionar ese porcentaje, lo que es evidente es que el incremento del gasto militar de los países de la OTAN, debe alcanzar un nivel adecuado para que, quienes amenazan a Europa se vean disuadidos de atacarla.
Las medidas arancelarias que pretende imponer el presidente estadounidense, pueden abrir una guerra comercial en todo el mundo. Pero, según los expertos, a largo plazo esa lucha la perderían todos los países occidentales, especialmente los de la U.E.
En lo que son las políticas de seguridad militar, occidente y, sobre todo los países de la Alianza Atlántica, no tienen alternativa. Deben reforzarse y dotarse con los medios necesarios para que sea efectiva la disuasión a sus potenciales enemigos.
Los aranceles, como ocurrió en el anterior mandato de Trump, pueden dañar las ventas españolas al exterior. Nuestras exportaciones representan un 1,3% de nuestro PIB y afectarían, principalmente, a Andalucía, la Comunidad Valenciana y al País Vasco. Y por sectores, a las semimanufacturas, a los bienes de equipo, a la alimentación y a la energía, que suponen el 73% de nuestras ventas a los EE. UU.
El gasto militar en nuestro país, es de los más bajos de la OTAN. Representa el 1,28% del PIB, cuando en 2024 debería ser ya del 2% como exige la Alianza Atlántica, aunque nuestro gobierno prevé alcanzar ese porcentaje en 2029. Pero el señor Trump pide ya un 5%, ya que vincula estos gastos con la idea de que Europa se pague su propia defensa, lo que, según el mandatario americano, ahora no ocurre.
Quien fuera portavoz de Defensa del PSOE, Jesús Cuadrado Bausela, en recientes declaraciones decía que: “el cupo catalán, dificultará cumplir con la OTAN”. Pero España está vinculada con la defensa occidental y por ello debe cumplir con sus compromisos, aunque parece que el gobierno actual tiene otras prioridades presupuestarias.