Sin equipaje

Ramón Castro Pérez.- Es muy probable que, a quien odies, sea tu vecino. Que ames a quien te rechaza. Que evites a quien te persigue. Que el que acabe con tu vida sea alguien de quien no esperabas tal cosa. No hay por qué cruzar océanos para infligir daño ni sufrir castigos, sentir el desamor, calmar la sed, desear el mal o abandonarlo todo para ir a ninguna parte.

La vida está al otro lado de la pared, tras la escalera que baja al segundo, justo al volver la esquina, a escasos metros del colegio, en ese lugar donde no te atreves a mirar fijamente porque sueñas con realizarte lejos, muy lejos, casi tanto como para nacer de nuevo. No te das cuenta. Repetirías lo mismo. Tras la otra orilla, anhelarías esta.

Así que el odio, el amor, el deseo irrefrenable, los peligros, la envidia y hasta la grosería sí que conocen fronteras. Somos afortunados. Viajar con toda esa carga provocaría que los vuelos no llegaran a destino y moriríamos, ahogados, en el fondo del mar, sepultados bajo toneladas de agua que silenciarían nuestras voces.

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