Navidades matritenses

“Desde Madrid al cielo”
LUIS QUIÑONES DE BENAVENTE
(Dramaturgo)

Estas Navidades hemos pasado algunos días en Madrid. Celebrar estas fiestas en aquel “poblachón manchego”, —expresión que se atribuye a Azorín— ha sido casi una obligación, pero que ha resultado más que atractiva, sugerente. Además, los primeros y ya lejanos recuerdos de las iniciales visitas, —de hace casi sesenta años—, los hemos vuelto a rememorar con nostalgia. Pero la capital siempre ofrece un variado programa de actividades, tanto para sus moradores habituales como para el visitante ocasional.

Un día iniciamos el recorrido en la Puerta del Sol. No había los agobios de las fiestas. Luego subimos hasta la plaza Mayor, donde el mercado navideño permanecía cerrado, incluso algunas de las casetas estaban ya desmontadas. Seguimos con nuestro paseo por el Madrid galdosiano, que se ha convertido en una de las actividades más sugerentes de esta visita. Primero estuvimos en la calle Cava de San Miguel en la que está ubicada la residencia de Fortunata, personaje de ficción de su obra maestra, la novela “Fortunata y Jacinta”.

Después llegamos a la calle de las Fuentes, donde residió el escritor canario en una pensión que fue su primer domicilio en la capital del reino, —como atestigua una placa que así nos lo recuerda—. Lugar en el que empezó a fraguarse el gran cronista que fue del Madrid de su época. Muy cerca de allí accedimos por la calle Arenal hasta la plaza de la Ópera, en cuyo palacio don Benito comenzó a hacer sus pinitos como periodista, con sus crónicas y la crítica a las actuaciones musicales y a las representaciones teatrales a las que era un gran aficionado.  

A continuación subimos a la plaza de Santo Domingo, para tomar la Gran Vía, que, en un paseo sosegado, nos llevó hasta la Plaza de España. Allí, como en otros muchos rincones de la capital, había instalado un amplio mercadillo donde se vendían numerosos productos de artesanía: de cerámica, juguetes de madera, bisutería o marroquinería, entre otros, además había puestos de comida rápida, de distinta procedencia, muy concurridos en estos días. El centro de la plaza, la coronaba una pista de hielo que hacía las delicias de los más jóvenes.

De regreso volvimos de nuevo a la popular Plaza Mayor donde continuando con nuestras costumbres, nos tomamos un exquisito bocadillo de calamares con una buena birra fría, en uno de los bares más castizos de la zona, ubicado debajo de los soportales que hay en la salida hacia la calle Ciudad Rodrigo. La variada fauna urbana presente en estos locales, parecía asistir a una especie de ritual iniciático donde se descansaba del largo paseo vespertino y se guarecía del frío, mientras se reponía y saciaba su sed.

Otro de los días asistimos a una especie de cabalgata, —pero que en realidad no lo era—, en la que los colegios del barrio de Prosperidad desfilaban ofreciendo a los visitantes sus caramelos, serpentinas y confetis. No faltaba una banda de música pachanguera, cuyos miembros iban ataviados con su uniforme impoluto. Los acompañaban varias carrozas y algunos titiriteros haciendo sus acrobacias provocando la admiración del público concurrente. Aunque la tarde estaba lluviosa, no faltó la alegría de los participantes y del público en general.

Las compras de estos días nos ocupan más tiempo del que desearíamos, aunque es un ritual casi inevitable en estas fechas en las que las tarjetas de pago se iban fundiendo poco a poco, hasta quedar casi agotadas. Uno de esos días me encontré con un amigo con quien departí distendidamente y obviando, por un momento, el ritual de este consumismo frenético.

Una tarde, decidimos ir al cine con la liturgia que se exige. En los Cines Conde Duque, en la calle Pradillo, asistimos a una de las películas de estreno de esta temporada. Parthénope. Un film de Paolo Sorrentino, —uno de los directores italianos más reconocidos del momento—, que no deja indiferente al espectador. Aunque dura más de dos horas y cuarto, mantiene la expectación a lo largo de toda la sesión. En ella trata de la vida de una mujer desde que nace en 1950 hasta la actualidad. Se desarrolla en Nápoles ciudad natal del director.

Quizás no alcance el nivel que tienen “La gran belleza” o “Fue la mano de Dios”, —que, junto a esta película forman una trilogía—, pero tiene todos los elementos que lo caracterizan. Una gran belleza de mujer, que representa Parthénope a través de la actriz Celeste Della Porta; la gran influencia de Federico Fellini; la aparición de personajes sorprendentes, como el profesor, el obispo o el escritor; y el ambiente sórdido de algunos barrios napolitanos.

Un diálogo entre la protagonista y su admirado escritor o la aparición en escena del hijo deforme de su querido profesor, bien valen esta película, en la que no falta el esperpento.

Nos tomamos unos churros en una de las franquicias de la chocolatería de San Ginés y los riquísimos roscones en el día de Reyes. Y por supuesto, recordamos algunas de las típicas escenas matritenses, como describiera don Ramón de Mesonero Romanos, a mediados del siglo XIX.

Relacionados

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img