Manuel Valero.- Ha sido una de las estrellas de estas Navidades: la puta, perdón, la jodida fiesta rave, dicen los anglófilos del lenguaje. Y ha sido aquí al lado. Sin que tuviéramos ni la más remota noticia de lo que emergió como por ensalmo la tarde del 31 de diciembre, cuando la Guardia Civil hubo de cortar el tráfico en la A-41. Como si hubieran brotado de una sola vez coches, caravanas, camiones con infraestructura feriante y unos cuantos miles de almas raveras llaneando en los barbechos aeroportuarios, ante la perplejidad y asombro del pueblo ignaro. Cinco mil personas no es ninguna tontería si después de jugar un rato al ratón y al gato, los organizadores fijan el punto G apenas unas horas antes para que las autoridades tengan escusas suficientes para hacerse las suecas y la política de hechos consumados incite a practicar una tolerancia vigilada en evitación de males mayores.
La jodida fiesta esa que para quienes conocieron las primeras citas masivas de los años sesenta y setenta no fue más que una verbena campestre con música de estrecho espectro. Además, amasa mucho gentío lo cual le otorga una imagen que desde el aire recuerda a una ameba gigantesca y hambrienta que se come todo lo que se menea. Hay que añadir en el debe de ese fiestorro masivo y urbanita-rural que se trata de un evento ilegal por razones obvias: se concentran miles de personas con la consiguiente distorsión de la normalidad y la probabilidad de actos violentos y otras derivadas producto del consumo al por mayor de alcohol, droga y condones, aunque a la postre este ultimo fundamento sea el más inocente. Y en cualquier Estado de Derecho, lo ilegal es perseguible y punible con la ley en la mano, que la ley es la rienda que nos guía por la armonía social que creo dijo Voltaire porque sin ella, sin la Ley, sería todo un desbarajuste selvático dado que el hombre en circunstancias de anarquía sobrevenida u organizada es muy dado a sacar el primate que lleva dentro pero no mucho, no muy adentro quiero decir.
La parte más curiosa de esa jodida fiesta rara, esto es rave, no es la celebración en sí sino los prolegómenos. La gente de la calle no teníamos ni idea y uno se pregunta si la preparación de un evento de esas dimensiones con pedígrí internacional que le da un toque guay al aprisco itinerante y que ya se había celebrado dos veces antes, no había llegado a los servicios de información de los Cuerpos y Seguridad del Estado. Y ahí queda la pregunta. Una vez instalados los ocupantes del terrón (sólo por unos días, ¿eh?), con toda la infraestructura desplegada al modo autogestionario y con la simpatía por futuras e inesperadas divisas de los alcaldes vecinos, es muy complicado por no decir imposible el desalojo. Ni siquiera es recomendable, de lo que se deduce que en el juego previo del ratón y el gato, las autoridades ganen la partida y tomen con antelación la campa.
Por lo demás, y justo es reconocerlo, la inmensa mayoría de los peregrinos ha sido pacifica sin más ánimo que divertirse sin ser molestados y sin molestar, aunque esto tenga su debate. El medidor de las consecuencias son los medios que no han dado ningún percance grave y los habidos se pueden considerar estadísticamente despreciables.
A uno personalmente la masa festiva, como ayer los botellones, nunca lo ha atraído. Resultamos amasados como un enjambre de cabezas que saltan al unísono sin más poesía que los decibelios. Cuestión de gustos. A la hora de beber me quedo con el bebedor solitario. Resulta más cromático, literario, magnético e interesante porque hacen atractivo el fracaso mientras cuecen y recuecen su tragedia vital. Dónde va a parar: un hombre solo o un rebaño de ovejas. Tanta paz lleven como descanso dejan. Cuestión de gustos.
PD.- Ya no se acordaba uno de las célebres avutardas que atormentaron la existencia del Aeropuerto cuyas campas aledañas fueron las elegidas por el rabero mayor del reino… de don Quijote. Bueno, al menos hemos salido en el telediario pero… ¿vale la pena salir así?
Buen año tengan todos.