José Agustín Blanco Redondo. Microrrelato y artículo de opinión sobre la exposición “Arqueología íntima” de Bernabé Gilabert. Museo Municipal de Valdepeñas.- Alguna vez se escuchó aquí la risa de un niño. Alguna vez se engendraron sueños en las alcobas y se repartieron porciones de tarta en los cumpleaños. Alguna vez se leyeron periódicos en papel junto a una mesa camilla, cerca de un brasero, junto a una cafetera de aluminio que destilaba aquel aroma inolvidable. Alguna vez se traspasó la puerta después de una jornada de trabajo que se eternizaba hasta el crepúsculo. Alguna vez se sintió el lenitivo calor de un abrazo, también el temblor de una mirada y el bálsamo de unas palabras de aliento. Alguna vez la vida, ese furtivo claudicar del tiempo sobre el solar de la memoria, habitó aquí, lo sé, junto a la pintura de las paredes y el encalado de las despensas, cerca de aquel papel pintado que imitaba el esplendor de estancias envidiadas, junto a los azulejos ahora quebrados, sobre los suelos de terrazo, por entre el yeso y el cemento de los rodapiés, bajo los techos de escayola. Detrás de las paredes de la casa sólo se atisban los muros de tapial, los mampuestos de las lindes y las medianerías de ladrillo. Delante de las paredes sólo se aprecia el soporte de lo perecedero, de lo que albergó quizá prodigios que jamás volverán a ser contemplados, ni rozados, ni atendidos. En las paredes de la casa habita ese recuerdo de colores desvaídos, un recuerdo que se marcha, despacio, entre alacenas ciegas, ventanas tapiadas y alicatados desprendidos. La intemperie es así, despiadada, confusa, quizá vulgar, pero ella sabe, como yo, que alguna vez la luz más intensa habitó en esta casa.
………………………………………
La exposición “Arqueología íntima”, del pintor Bernabé Gilabert —Medalla Gregorio Prieto al mérito de las Bellas Artes concedida por el Ayuntamiento de Valdepeñas en 2023—, se muestra en las salas del Museo Municipal de Valdepeñas hasta el 26 de enero de 2025. En esta ocasión, Bernabé ha escogido diferentes técnicas y modalidades artísticas: acrílicos, collages, fotografías y anaqueles con frascos de cristal colmados con restos de la pintura utilizada en sus creaciones. También encontramos dos vitrinas con fragmentos de muros procedentes de ruinas y derribos, fragmentos cuya trazabilidad, en el tiempo y en el espacio, se garantiza mediante la minuciosidad de unas etiquetas escritas a mano por el autor.
El recuerdo emana con naturalidad de las obras de Bernabé, un sentimiento de pérdida irremediable que resbala por esas geometrías de color engarzadas a unas paredes que quedaron allí, atónitas, tras el trauma del hundimiento. Es geometría, pero también añoranza. Es color, pero también emociones no asimiladas. Podríamos pensar en abstracción, pero es la realidad, a veces prolija, la que se condensa en nuestra mirada. Podríamos contemplar sus creaciones con la frivolidad del progreso, de la modernidad, de los nuevos tiempos. Pero allí, ante los paramentos desconchados, ante las huellas de viejas chimeneas, alfarjes, baños y escaleras, intuimos que demasiadas personas labraron su existencia, despacio y en silencio, entre surcos de modestia, rutinas sosegadas y ansias de prosperidad.
A partir de ahora, en nuestro diario caminar, quizá nos detengamos, respetuosos, ante alguno de los solares que albergaron antiguas viviendas. Quizá aquellos coloridos, deslavazados testigos de pasado que se adosan a las medianerías nos provoquen emociones jamás imaginadas, pero siempre teñidas con el añil del tiempo, el gris de la nostalgia y el blanco de la vida. Tal vez.