El discurso del Rey

Manuel Valero.- Sean cuales sean las afinidades políticas de cada cual, sea cual sea la militancia en uno u otro partido, sea cual sea el compromiso ideológico de cada hijo-hija de vecino (ya no feminizo más el lenguaje porque es un coñazo), el hecho objetivo es que Felipe VI cierra este año 2024 con los índices de simpatía popular desatados a  su favor, sobre todo desde que un escolta de la reina Letizia experimentó en frente propia la ira del pueblo anegado por la gota fría.

Desatendidas durante tres o cuatro días críticos, ninguna de las localidades enfangadas desde los cimientos hasta la tejas, era lo que se dice territorio amigo. Los Reyes aguantaron el tipo y repitieron visita, la última con la familia en pleno para regocijo de la gente. Resulta curioso cómo en apenas una década la Corona ha pasado de ser denostada por la deriva casanova del emérito y los escándalos que salpicaron a su familia a ser una de las instituciones mejor valoradas. No fue una herencia ejemplar la que recibió Felipe VI. Y sin embargo, en las postrimerías de este 2024, el joven monarca puede hablarle al pueblo de frente, salir a la calle sin temor a ser abucheado y contactar con la ciudadanía, en contraste con lo que ocurre con la clase política, sobre todo con el actual presidente del Gobierno, cuya presencia en eventos públicos suele constituir un verdadero dolor de cabeza para los escoltas. Es un hecho objetivo. Y una paradoja. Un gran paradoja si tenemos en cuenta que la izquierda surgida del 14-M y sus medios afines incluía en su asalto a los cielos la republicanización del régimen del 78.

Se podrá discutir el pelaje medieval de las monarquías hereditarias pero se podrá contraponer a tal aserto que hay monarquías y monarquías y repúblicas y repúblicas. No es lo mismo la monarquía marroquí que la sueca, ni la república francesa es la venezolana o la teocrática iraní. Mediando la democracia, el poder del pueblo con el pueblo, todo queda legitimado porque tanto las monarquías medievales a lo saudí como las repúblicas populares, religiosas o de idolatrado liderazgo a lo norcoreano son mucho del nombre pero nada del apellido… democrático. Por lo tanto, sea libre la gente, hágase justicia en todos los frentes, repártanse los impuestos con criterio social, funcionen bien los servicios públicos, sea ciega y rápida la Justicia, queden blindadas a perpetuidad las libertades individuales y colectivas, garantícese la libertad de expresión, de cátedra, la objeción de conciencia, respétense las minorías y todo cuanto usted quiera añadir, y al que esto firma lo demás  le importa, francamente, un bledo.

Así que ciñéndonos al dato objetivo, el actual rey  si se compara con la clase política y sus dirigentes, parece tener más ascendente que cualquiera de los primeros espadas de las organizaciones políticas sin que ello suponga, claro, la sustitución de un gobierno elegido por una monarquía ejecutiva, lo cual sería una aberración. Qué duda cabe.

Pero Felipe VI ha sido precisamente el primero que se afanó en limpiar la Corona del óxido emérito para iniciar su reinado sin sombras, por el momento, de corruptelas, nepotismos, jugarretas de negocios de altos vuelos y velocidades AVE y ha ganado con ello credibilidad personal e institucional. Sea cual sea la predilección de cada cual y la intensidad de republicanismo que se profese. Lo dicen las encuestas y apuesto hasta que el mismo CIS no lo retrataría malamente si se embarcara en sondear al personal. Monárquico recalcitrante se es aunque el rey sea un felón de grado sumo y republicano fervoroso se es aunque el presidente sea un golfo a lo emérito… precisamente.

Es verdad que la Corona se hereda y la presidencia de la República se gana en las urnas. En esto no hay discusión. Pero la clave reside en las consecuencias de una u otra forma de Estado sobre la vida  normal de sus ciudadanos. Si una monarquía supone una micra de opresión, urge darle una patada al monarca como votar a otro jefe del Estado republicano si el titular resulta un buscavidas. O si amaña los resultados, que pasar, pasa.

Ahora bien, leídas las declaraciones del PSOE y PP sobre el tradicional discurso navideño del Rey, silbando y mirando al otro de reojo, a uno le dan ganas de ser republicano, del mismo modo que leyendo las declaraciones de Sumar, Podemos o ERC, a uno lo arrebata un deseo incontenible de hacerse monárquico.

Un sinvivir.

Relacionados

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img