Color de ocasión

Ya sabrán ustedes que el color elegido para 2025 –y si no lo saben, ahora pueden enterarse en estas líneas–, como color del año, por el Pantone Color Institute, es el denominado Mocha mousse.

Que viene a ser algo parecido a la espuma o a la crema de café.

Pero que dicho en inglés parece más sutil y elegante.

Como otros años ha ocurrido, con la sutileza del Coral Living, del Nude, del Burgundy o del Clasic Blue.

Por lo que podemos entender que un color no es ya algo óptico y físico, sino que resulta algo emocional, afectivo y, en el fondo, cultural.

Que finalmente, el Mocha mousse, es un color marrón subido y fuerte.

Tal vez un Brown sugar.

Que bien liga con el Mocha mousse, pero que no deja de ser azúcar de caña, más suave de tono.

Por ello, un Marrón fuerte.

Ya saben, como el Marrón carmelitano.

Que aludía al ropaje de los frailes y monjas de esa Orden religiosa.

Por lo que el Mocha mousse, más parecería un chocolate espeso que un café que puede tener diferentes coloraciones, según vaya cortado, manchado, aclarado o infusionado.

Todo  entre cremas y arenas, entre cañas oscuras y cortezas vegetales resecas.

Tal vez, entre nosotros el color del año, debería de haber indagado –merced al uso extendido en el habla y en los medios– en la nómina enorme de otros Marrones y colores pardos y terrosos: Barros, Lodos, Légamos, Cienos, Légamos, Fangos o Limos.

Y no solo, todo ello, referido a la catástrofe de la DANA de Valencia del 29 de octubre.

Que ha estado condicionada –más allá del imperio de las 222 muertes y otras destrucciones– por la presencia continuada y desbordante de ese barro parduzco y pegajoso.

Junto a esta presencia de índole dramática, la otra desbordante, es la referida al uso del Barro/Lodo/Fango en la vida política contemporánea.

Llena de improperios embarrados, de bulos enfangados, de lodos verdaderos y de falsos cienos.

Y de pocas ideas.

Tan es así, todo ello, que Soledad Gallego-Diaz, proponía en El País, el pasado 1 de diciembre, como palabra del año 2024 –de próxima publicación y conocimiento por parte de la Fundeu– Enmerdar.

En proximidad el vocablo propuesto, con los tonos pardos que venimos comentado.

Entre los barros terrosos y las Mocha mousse, aparecerá salvadora la voz del año.

Que participa de las tonalidades marrones y terrosas.

Y que prolonga el mundo de los universales residuales.

Ya anoté en estas páginas en El Museo como aseo (8 de mayo de 2018) la emergencia del universo de lo residual y excrementicio.

Si el museo de Londres, como muestra de ese mundo institucional de los viejos museos en transformación, es capaz de exhibir una porción del llamado Fatberg de Whitechapel, algo está pasando en las valoraciones de los objetos susceptibles de ser exhibidos.

Ya saben que el Fatberg es una palabra nueva de diccionario Oxford de 2015, que alude a la montaña de grasa y desperdicio material, que circulaba por las alcantarillas de Londres, particularmente por los bajos inmundos de Whitechapel.

El fenómeno de la oclusión de las alcantarillas y de las redes de servicio va además camino de su universalización global, por el uso creciente de toallas, pañales, compresas y pañuelos de papeles no solubles que son arrojados al vertedero, al inodoro, a la letrina o a la placa turca.

Y toda esa masa no sólo se solidifica, sino que dispara los costes de mantenimiento de los servicios municipales.

Y de rebote, merece la consideración de ser exhibida en un museo como prueba de la nueva sensibilidad artística.

Sensibilidad artística llena de mierda, como  hiciera Piero Manzoni, en 1961, que fue capaz de envasar sus propios excrementos y exhibirlos (¡Y venderlos!) enlatados con el nombre de Mierda de artista.

Si hubo antes un urinario y luego la obra excrementicia, ¿por qué no iba a dedicarse su tiempo y su espacio, la sociedad contemporánea al Fatberg, a la Mierda y al Mocha mousse.

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