Poderes y contrapoderes

Hay catástrofes naturales que pueden detectarse anticipadamente. Mientras tanto, y hasta que se consuma el desastre, no hay razones para la alarma, la vida transcurre con total normalidad aunque el peligro esté latente. Esa apariencia de normalidad es saludable, pero no cambia la realidad, y es lo que en cierto modo está ocurriendo ante la amenaza de convulsión social. Solo cabe esperar que no haya un detonante para que esa rabia contenida cristalice en otro tipo de acontecimientos, visto lo visto frente a la sede del PSOE en la madrileña calle de Ferraz. Aquí andamos distraídos con el politiqueo cuando la mayor amenaza es de otro tipo.

Actualmente hay una ola reaccionaria en todo el mundo. Antes de ella, en España, la crisis que siguió a los atentados del 11M y el estallido de la burbuja inmobiliaria después, provocó una marea de indignación popular y el resurgimiento de movimientos ciudadanos de izquierda, que llegaron incluso a colocar en las encuestas a Podemos como primera opción política en algún momento. Después, fracasada UPyD, la marca catalana Ciudadanos fue aupada a nivel nacional para ofrecer una alternativa similar desde el espectro ideológico opuesto: había intereses para contrarrestar a la formación morada, y a la vez a los partidos de la “vieja política” y su imagen de fracaso. Ciudadanos pasó de la equidistancia (apoyando al PSOE en Andalucía para formar gobierno, o denunciando la corrupción en el Gobierno de Murcia) al pleno alineamiento con el PP, y ocurrió lo más lógico y previsible: el pez grande se comió al chico (primero en la Comunidad de Madrid, y automáticamente desmoronándose en el resto del país). En cuanto a Podemos, bueno: el sectarismo y la desconfianza que estaba en su germen terminó por convertirlo en el Caballo de Troya de la izquierda. Así fue como ambas formaciones se hicieron irrelevantes, y cómo la ola progresista comenzó su declive.

Pero las masas populares son mesianistas, y más en un país como el nuestro con enorme arraigo del catolicismo, y mucha gente desencantada creyó en el nuevo/viejo populismo de la ultraderecha de Vox. Cuando se presentó la oportunidad, en las elecciones al Parlamento de Andalucía de 2018, el desencanto popular con sus políticos de antaño favoreció su irrupción en el Parlamento. Desde entonces, ha ido entrando en la mayoría de las instituciones, y en cuantas formaciones de gobierno ha podido, y se ha ido generando una oleada de derechas. Vox compite, no solo contra la izquierda, sino contra el PP, con la fuerza de los desencantados y de la agitación en los medios. Al igual que sucedió con Ciudadanos, hay una pugna entre PP y Vox por lograr una posición hegemónica (cuando no por diluirla) y es lo que explica fundamentalmente la desviación del discurso del PP hacia los enunciados extremistas de Vox: el mismo perro con distinto collar. A mi modo de ver, el PP se equivoca de estrategia, creyendo que va a recoger el apoyo de la gente crispada que ahora apoya a Vox (como sucedió con Ciudadanos) aunque sea a costa de que un partido “de Estado” desacredite permanentemente las instituciones y lleve la crispación hasta el mayor extremo posible. De momento, no solo quedó lejos de conseguir mayoría en el Congreso para lograr el Gobierno de España el año pasado, sino que han crecido las opciones de la extrema derecha (no solo Vox, también el partido de Alvise, y otros que vaticino que más pronto que tarde harán su aparición en la vida política, como el negacionista y propagador de bulos Rubén Gisbert).

Que la gente crea que el objetivo es derribar al adversario a cualquier precio, como pretende la extrema derecha, es un síntoma de no creer en la democracia, así de simple. Esto no debería ir de ver quien es más locuaz insultando o desprestigiando, o quien presenta más denuncias los juzgados. Lo principal, es que esto va de la competencia que demuestran los gobernantes de las administraciones en el ámbito de (valga la redundancia) todas sus competencias, y de que sus acciones afecten con la mayor equidad posible a toda la ciudadanía. Porque no es lo mismo una acción de gobierno para rescatar bancos, como hizo Luis de Guindos en 2012 (que nos costó 52.000M € a las arcas del Estado, anticipo de los recortes en gasto social que vinieron después) que garantizar el poder adquisitivo de los ciudadanos subiendo el salario mínimo interprofesional o las pensiones ¿Qué pasará cuando PP y Vox gobiernen el país? Pero por mucho que los “tigres de papel” puedan quitar y poner gobiernos con sus votos, los peoncitos no son los principales actores en la partida de ajedrez, aunque también jueguen.

Tampoco la partida es entre izquierda y derecha, es de mayor alcance; y el movimiento tectónico ya no es como en la década de los 10 de este siglo, sino de una amenaza reaccionaria cada vez más presente, real y extendida, cuya imagen paradigmática es Donald Trump.  La partida es entre EL PODER ECONÓMICO DE LAS GRANDES COMPAÑÍAS Y CORPORACIONES A NIVEL MUNDIAL Y LOS CONTRAPODERES DE LOS ESTADOS: ya sea en democracia o en dictadura, el poder de todo estado depende de la gestión de sus recursos económicos y del equilibrio de fuerzas de ambos poderes, económico y político.

Dicho de otro modo: en un mundo en crisis, en pugna por lograr mayores cuotas de poder, el auténtico contrapoder frente al poder económico, a nivel planetario, es el Estado. Y cuando el estado pierde fuerza, los mayores beneficiados son las grandes corporaciones. Porque solo el Estado de derecho, a través de la legislación, puede intervenir para defender a la ciudadanía frente a la ley supremacista del libre mercado, que mercantiliza los servicios y los va haciendo más inaccesibles cuanto más vulnerable es la población.

Por añadidura, el desarrollo de esta pugna tiene dimensiones geopolíticas internacionales. La cuestión territorial es importante cuando la explotación económica del territorio es rentable: a mayor territorio explotado, mayor riqueza económica del país; y viceversa, la secesión del territorio hace más vulnerable su economía y más débiles a sus gobiernos. Las principales potencias mundiales (EEUU, los países BRICS) tienen amplios territorios, población y área de influencia. Por eso, no es de extrañar que el principal interesado en el resurgir de los nacionalismos desintegradores de la UE, alentados por los partidos europeos de extrema derecha, sea la Rusia de Vladimir Putin. La salida de la UE, en el nombre de la recuperación de la plena soberanía nacional, no mejoraría nuestra situación, visto cómo fueron las consecuencias del Brexit.

Nadie cuestiona que la fusión bancaria fortalece a la entidad emergente más allá de la mera suma de los recursos disponibles previamente. Lo mismo sucede con las entidades supranacionales, como la UE. Es cierto que (a cambio de fortalecer sus economías, y consecuentemente también dar mayor seguridad a sus ciudadanos) ha habido una pérdida de soberanía nacional de los países socios con su entrada en la UE, quienes pugnan constantemente por lograr una posición de ventaja en un escenario dominado por el eje franco-alemán. Recordemos el peso de Alemania en las duras condiciones de rescate que se impuso a países como Grecia, Italia o España. Pero aquí, sobre todo, la desigualdad en las políticas fiscales beneficia a determinados países (Irlanda, Luxemburgo, Holanda) frente a otros ¿Y a quiénes benefician estas reglas de juego? Exacto: a las grandes compañías y sus inversores.

En febrero de 1923, la mayor empresa constructora del país, Ferrovial (beneficiada por una infinidad de obra pública en nuestro país) trasladó su sede a Holanda. En los últimos años, los beneficios de las entidades financieras y energéticas (10.247 M € en el año 2024) baten records sucesivos año tras año. Sin embargo, las energéticas amenazan con llevarse sus sedes a otros países si siguen tributando igual que en 2022 en el nuestro.

La especulación inmobiliaria está descontrolada: En España, cerca del 5% del mercado de vivienda en alquiler (unas 110.000 casas) está en manos de grandes tenedores privados, con Blackstone  (un fondo de inversión extranjero) y CaixaBank a la cabeza, lo que (además de por los tipos de interés fijados por el BCE) termina por condicionar al tipo de compradores de viviendas y por afectar a sus precios.

¿Recuerdan las movilizaciones del sector agrario en los meses previos a las elecciones europeas, y sus agitadores? Movilizaciones políticas contra la PAC, que tal vez lograran corregir algunos problemas burocráticos y económicos; pero el contrapoder de las grandes empresas sigue controlando el mercado, y los productos de origen extranjero siguen muy presentes en la cesta de la compra ¿Recuerdan los vuelcos de camiones con productos agrícolas en la frontera española -vuelcos que se reproducen en los últimos tiempos? Es el ultranacionalismo quien instiga a creer que los productos extranjeros, aunque cumplan la obligada normativa de la propia UE, hacen competencia desleal.

La plutocracia de las grandes compañías tiene una responsabilidad nacional, acorde con su parcela de poder y de su capacidad de aportación al mantenimiento de los estándares de la calidad de los servicios públicos. Especialmente ahora que el Estado va a acudir al rescate de la economía de empresas y particulares afectados por las inundaciones en Valencia, con una ingente cantidad de dinero que necesariamente afectará a otras partidas. Pero parece que el dinero es cobarde y no entiende de banderas, aunque sí entiende de participar en el acoso y derribo de las instituciones nacionales. Poca importancia le da el ciudadano corriente a todas estas cuestiones, parece que se distrae más con otros asuntos y escándalos (ciertos o falsos) que muevan sus emociones.

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