Manuel Valero.– Y en esto llega Joe Biden el demócrata y dice que Ucrania tiene la venia de EEUU para utilizar los misiles de largo alcance contra Rusia, que para eso se los prestó. Lo ha dicho el señor Biden, sí, a pocos meses de su paso a la jubilación definitiva, como si la cercanía de su retiro lo sumiera en una indiferencia crónica y la suerte del mundo le importara un bledo.
Al principio, cuando apenas estábamos echando barba democrática en España, las elecciones USA nos parecían envidiables -como todas las elecciones-porque además los USA tenían una prensa capaz de levantar a un presidente de la cama de la Casablanca y darle una patada en el culo. Era normal que Bob Woodward y Carl Bernstein, los periodistas del Washington Post que destaparon el caso Watergate y provocaron la caída de Richard Nixon fueran la referencia mística de los jóvenes aspirantes a periodistas en la España de los años 70. Poco a poco fuimos profundizando en el conocimiento de la idiosincrasia norteamericana por medio, también, de películas que aunque comerciales la tomábamos como de culto –El cazador, Taxi Driver, El regreso, Sérpico, Apocalipse Now, Easy Reader, Annie Hall, – muchas alegatos contra la guerra de Vietman. Con el tiempo consideramos que las elecciones USA había que seguirlas más de cerca a raíz de la destitución de Nixon. La actualidad aumentó esa curiosidad. La revolución iraní, las guerras del Golfo, etc, que fueron salpicando a los presidentes Ford (al que tuve la ocasión de ver en el año 1975 en la calle Princesa de Madrid a bordo de un Rolls Royce descapotable junto a un Franco acartonado, ambos de pie y saludando a la gente), Carter, Reagan, los Bush, Clinton. Obama, Trump y Biden, (el demócrata que ahora le dice al joven Zelinski que puede disponer de los pepinos de larga distancia a su antojo… )y de nuevo el inquietante Trump… Donald Trump.
No, al principio no conocíamos los matices diferenciales entre los candidatos demócrata y republicano. Bastante tuvimos con analizar el sistema electoral de primarias y caucus de un país que admirábamos por ser la cuna del moderno periodismo político e independiente. Hasta que como pasa con todo lo que se estudia al final acabas dando con el hueso de melocotón: ocurría que los republicanos parecían más conservadores y cuidadosos de las esencias yanquies, (o sudistas, si me apuran) más de derechas; los demócratas daban la sensación de ser más permeables, abiertos, más urbanitas, más europeo, menos de derechas, muy neoyorquinos. El cuadro de la nueva América se fue clarificando a partir de la aparición de Barak Obama. Todo tomó otro cariz y significativos matices. ¿Quién llegará antes a la presidencia, un negro o una mujer? Era nuestra apuesta hasta hace bien poco en la redacción del periódico. De las dos candidatas una, Hillary Clinton fue derrotada en primarias por Barak Obama y la última, Kamala Harris, mujer levemente coloreada, arrollada por el histriónico Donald Trump.
Convergíamos en la evidencia de que unos y otros, demócratas y republicanos, eran lo mismo, sobre todo de puertas afuera de EEUU ya que tocando a los intereses patrios ambos, demócratas y republicanos, eran la misma cosa. Pero a raíz de ciertos movimientos sociales que germinaron en un ensayo de pensamiento progresista del futuro –Me too, por ejemplo, el activismo de género, el reformateo de la identidad sexual, la lucha contra la homofobia, la xenofobia, la familia tradicional, excesivamente garantista y lo políticamente correcto- se creó una nueva línea de pensamiento que alcanzó a la vieja Europa siempre a la sombra de los EEUU y por supuesto a España. Es el pensamiento Woke, como se ha definido a la nueva izquierda global que ha sustituido los viejos dogmas de la izquierda tradicional por la defensa de nuevos derechos civiles y la revisión de conceptos hasta ayer tolerados por el común. Hasta tal punto ha ocurrido que se ha llegado a comparar a los demócratas USA con los socialdemócratas europeos unidos por el hilo conductor del wokismo y a los republicanos con la derecha y la ultraderecha, unidos por el hilo conductor, y como reacción, de la defensa de valores tradicionales y posicionamientos negacionistas y antiglobalización y contrarios al aborto. La prueba evidente, Kamala Harris y Donald Trump.
Todo este rodeo para acabar donde empecé: ha sido el candidato demócrata que se mantuvo como tal hasta que comenzó a darse contra las paredes y fue sustituido por Kamala Harris quien ha firmado la guerra. El señor Joe Biden apoyado por los Obama, que a su vez apadrinaron a Harris que fue presentada en sociedad por su jefe Biden, ha sido el que le ha dicho al joven Zelenski que haga con los cobetes de larga distancia lo que le venga en gana que para lo que le queda en el convento… pues eso.
Extraña esta polarización distópica en la que lo políticamente correcto, como lo cuántico, está en dos sitios a la vez moviéndose entre lo woke y lo fascista. Y retroalimentándose.
PD.- En las procelosas y peligrosas redes no faltan expertos que dicen que el efecto Trump es prueba palpable del ascenso del antiwokismo y por lo tanto de un nuevo modo de hacer política entre la astracanada y cierto anarquismo liberal como lo llama el argentino Javier Milei que ya se deja ver por la vieja Europa: la nueva derecha pura y dura, en suma .