En la escuela aprendí que la comunicación se compone de cinco elementos: emisor, receptor, mensaje, código y canal. A simple vista, la comunicación es unidireccional, con un emisor como elemento activo y un receptor como pasivo; los otros elementos (idea, lenguaje, vía) ya no serían actores. Después, se puede pensar que una buena comunicación se da cuando esa dirección se recorre en sentido de ida y vuelta. Y aunque la cuestión de la comunicación sea infinitamente más compleja, en el fondo no lo es tanto si atendemos a la manera en que se relacionan sus actores.
Hay que partir del axioma de que los mensajes tienen distinto calado en el receptor dependiendo del canal. Para contarte las bondades de un producto, no es lo mismo un anuncio en televisión, o que te lo cuente una teleoperadora por teléfono, a que esas bondades te las cuente alguien de confianza. El fenómeno de las redes, como forma de relación y comunicación entre personas, se estudia en profundidad desde hace tiempo. La comunicación en redes convierte la unidireccionalidad en multilateralidad. Pero el colmo de la sofisticación de las redes está en las aplicaciones informáticas que, a través de “la Red”, permiten personalizar libremente tu propia red de contactos y extenderla hasta el infinito con personas de distinto ámbito o procedencia, recuperando incluso viejas amistades perdidas, para dar o recibir comunicaciones, imágenes, etc. Nos conectamos a las redes sociales con actitud relajada, creyendo que la información que nos llega procede de fuentes de plena confianza, ya sea una amistad o de los medios de comunicación que hayamos agregado a esta red previamente.
Sin embargo, sería ingenuo o anacrónico confiar en la bondad de estas aplicaciones, sin tener en cuenta su potencial económico y cómo nos afecta en la información que nos llega. Ya no se trata de que uno mismo busque mensajes o contenidos por voluntad propia, sino de los algoritmos que hemos generado a partir de búsquedas anteriores. O sea, de cómo los contenidos te buscan a ti, cómo esas sugerencias que hace la propia aplicación te llegan porque han pagado para ello con un propósito propagandístico. Si solo se tratara de vender camisetas, no tendría mayor importancia; en cambio, lo peligroso de este asunto es que Internet resulta ser el medio más idóneo para propagar bulos e ideas muy tóxicas.
Entonces, la mierda aparece en tu vida de una manera prodigiosamente fácil, íntima y silenciosa: alguien de tu red comparte contigo un video o una noticia (ya sea a través de las redes sociales, Telegram o YouTube); y por eso, como es de confianza, tiendes a dar al mensaje la credibilidad que por otro canal no le habrías dado. No solo le dices que te gusta, sino que de buena fe lo compartes con tu red. Y tú, que creías estar en un canal de comunicación de ida y vuelta, alternativo a la comunicación en un solo sentido, resulta que estás contribuyendo a propagar mensajes en ese único sentido. Sí, a lo mejor hasta puedes leer y poner comentarios en la entrada original, y comprobar entonces que tu comentario no va a tener más recorrido, y que cuanto más tóxico es el contenido más mierda te vas a encontrar. Si además la aplicación favorece el anonimato, la toxicidad aumenta y circula impunemente. Lo malo es cuando el uso de estos canales no es circunstancial, sino habitual, y nos abrimos a aceptar informaciones tóxicas con demasiada frecuencia y sin precaución alguna. La conexión a las redes es compulsiva y adictiva. Reconozco, con cierto pudor, que así (a través de Facebook) yo llegué a creerme y propagar el bulo de que las rayas de los aviones en el cielo se debían a que echaban sustancias que afectaban a las nubes para que no lloviera, y así se favoreciera el turismo. Mi propia experiencia me hace pensar que cualquier persona es vulnerable a la toxicidad.
Muchos pensarán que las redes sociales son las vías de comunicación más democráticas, porque su acceso es libre y universal. Pero eso es una tremenda falacia, porque la democracia implica otros valores tan esenciales como los anteriores, como la igualdad real, el acceso a la veracidad comprobada de los datos, y las garantías ciudadanas; lo cual no ocurre en las redes desde el mismo momento en que se te cuelan bulos nocivos y tendenciosos que circulan sin cortapisas, y también cuando los algoritmos no filtran determinadas sugerencias de contenidos que obedecen a otros intereses, aunque tú abomines de ellos, sin poder rebatir esa información tóxica. Entonces, los creyentes afirman convencidos que estos mensajes tóxicos son la verdad que te ocultan tanto los medios oficiales como los medios de comunicación reconocidos, porque éstos los controlan las élites políticas y personajes como Bill Gates. O sea, ellos son el “Sistema”, el “Stablishment”, que es lo contrapuesto al pueblo llano. Evidentemente, esto no acaba aquí: el alarmismo genera desconfianza e indignación; la indignación estimula el negacionismo hacia lo establecido, la rebelión y la rabia contra todo aquello que es objeto de atención (cambio climático, desigualdad social, inmigración, corrupción, etc.) con total independencia de la verdad que ofrecen los datos verificables o la realidad común; y también agita a la población a la búsqueda de nuevas certezas. La consecuencia de esa exposición prolongada a la información tóxica es que termina afectando al ideario de las personas y al de amplias capas sociales. Una vez creada una base social antisistema, basta con la presencia de predicadores populistas que vayan en esa línea para que se produzcan nuevos equilibrios de poder (como comprobamos en las últimas elecciones al Parlamento Europeo) donde actores y partidos, como Alvise Pérez o Vox, adquieren un protagonismo inusitado.
Antes decía que los mensajes tienen distinto calado en el receptor dependiendo del canal. Claro, estos canales de comunicación son muy distintos de los medios de comunicación tradicionales (prensa, radio, televisión). Creer que el medio en papel es más serio que el medio digital es otra falacia: lo esencial no es el canal, ni siquiera el emisor, sino la veracidad del mensaje. Y creer que son menos tóxicos por tener el formato de los medios de comunicación es otra falacia. La tecnología permite crear nuevos medios de comunicación sin las dificultades que antes ofrecía la prensa escrita, lo que ha permitido la proliferación y la competencia de estos medios. Además, los mensajes sensacionalistas provocan mayor curiosidad e impacto en los receptores que aquellos que son más sosegados, lo cual se observa en los propios titulares de los noticiarios de Google (tipo “fulano hace tal, y esto fue lo que pasó”) y que puede llegar a que un titular difiera notoriamente respecto del contenido mismo de la noticia. En consecuencia, tenemos una sobreexposición a medios de comunicación sensacionalistas y fundamentalistas (todos ellos con la misma tendenciosidad política) cuyo mayor interés no estar en dar información veraz, sino en su propio crecimiento como medio y en ahondar en la alarma, la crispación y el malestar sociales, con la finalidad de provocar desafección y rebelión hacia el “Sistema”, ya sea el Gobierno, la Fiscalía, La Comisión Europea, Hacienda, etc.
En este escenario, cabría pedir a los estamentos más influyentes del Estado una llamada a la moderación y la vuelta a la cordura. Pero el principal partido de la oposición, el PP, hace tiempo que entró en este juego sucio e inmoral, no solo por el insoportable uso que hace de la crispación constante, que hace imposible ningún tipo de acuerdo -tal concepto tienen de la democracia- sino por las permanentes acusaciones de mentir que hace sobre los demás, siendo los mismos que promovieron y promueven la mentira en sus etapas de Gobierno (recuérdese, sin ir más lejos, la actividad de la “Policía Patriótica” en la etapa de gobierno de Mariano Rajoy). Casos donde los medios de comunicación han propagado las mentiras del Sistema, o donde el partido del Sistema fundamenta sus argumentos en los bulos que se publican. La consecuencia lógica es que nuestro sistema político se tambalea ante tanta hipérbole alarmista antisistema, y que el Anarco-capitalismo se convierte en una amenaza muy viva. Mientras tanto, las verdaderas élites económicas, auténticas y muy discretas protagonistas de esta historia, son las principales beneficiarias de todo este embrollo, de los nuevos equilibrios de poder que suceden en este cambio de era.