Tempus fugit, marca afamada de relojes de carillón.
Esos relojes no sólo marcaban las horas, señalaban la fugacidad de la vida.
Ahora que rememoramos esa brevedad en la rememoración a los muertos de los días venideros.
Que tienen –o tenemos sobre ellos– una rara contabilidad de piedra y memoria.
También la obviedad del “Tiempo que huye” y del “Tiempo que vuela”.
Por eso el dicho de “la tarde se me pasó volando”.
Y ¿cómo vuelan las horas?, ¿cómo huye el tiempo?
Pero ¿lo hace de verdad?
¿Huye el tiempo?
O ¿somos nosotros los que huimos?
Un viejo bolero, entonado por Lucho Gatica El reloj, dejaba entrever algunos problemas estructurales y narrativos del tiempo. “Reloj no marques las horas /porque voy a enloquecer/ ella se irá para siempre/ cuando amanezca otra vez”.
Cuando bien cierto es, que no todos los relojes marcan las horas.
O no todos los relojes marcan el tiempo de la misma manera.
Ni tampoco, esos relojes, marcan la misma hora.
Hasta los relojes parados y averiados, aciertan la hora dos veces al día, como quería y decía Gómez de la Serna.
Yamamoto, modisto japonés aspiraba a diseñar el tiempo en sus trajes y vestidos.
Como si eso fuera posible.
De la misma forma el filósofo Karl Schögel, escribía esa disyuntiva, en 2007, con la obra En el espacio leemos el tiempo.
Que nos mueve a preguntarnos su inversa.
¿Es posible leer el tiempo en el espacio?
Y ¿cómo resulta esa lectura?
De la misma forma Henri Focillon, en Historia de las formas, decía que “el pasado solo sirve para conocer el presente, pero el presente se me escapa”.
Y si se escapa y huye ¿adónde va?
Al pozo del tiempo, como un agujero negro del campo estelar.
A la inversa de todo ello, el pintor Antonio López García enuncia aquello de la pintura contra el tiempo.
O la pintura como imposibilidad de parar el tiempo.
Cuanto más fijamente miro al reloj más lento es su desplazamiento y su recorrido.
Cuando no lo miro con atención y fijeza, su velocidad se precipita.
Llegar a destiempo a un sitio o reunión, es tan inconveniente como no hacerlo a tiempo.
Aunque si el destiempo es el fijado por del diccionario (“Fuera del tiempo, sin oportunidad”), no llegaremos nunca.
Para Quevedo, con sabiduría cínica: “Solo lo fugitivo permanece y dura”.
Por lo que, ocultamente, lo eterno se desvanece y no dura.
‘Sin eternidad’, es casi lo mismo que ‘Sin tiempo’.