Orfandad

“El padre es el techo, la madre el suelo, y cuando ambos desaparecen uno siente que también ha iniciado la cuenta atrás y que ya no tiene sujeción alguna, quedando suspendido en el aire.” 
JULIA NAVARRO

La orfandad es, en condiciones normales, una situación inevitable y asumible cuando se llega a una cierta edad. Es a lo que llamamos ley de vida. Pero hay quien llega a esa situación a una edad más temprana. Y en algunos de estos casos, se llega en condiciones muy difíciles. Pero el espíritu de supervivencia y su lucha por la vida, hace que muchos de esos huérfanos, acaben superando con entereza y dignidad su situación.

Sus carencias estaban ahí, aunque ellos consiguieron normalizar aquello que cuando se produjo era una excepción de lo habitual. Todos conocimos a niños que perdieron a su padre o a su madre, en circunstancias naturales o de otro tipo. Excepcionalmente, también nos hemos encontrado con personas que han sido huérfanos plenos y a muy corta edad.

Pero en ocasiones, la orfandad no es real, pero sí las consecuencias que se producen. Así, algunos niños son víctimas de situaciones excepcionales. Como cuando son sustraídos a sus padres en extrañas circunstancias; o cuando uno o ambos progenitores los abandonan; o porque se vive en medio de una grave crisis social, como un conflicto bélico, que precipita su soledad.

En 1957, se publicó una novela autobiográfica del escritor hispano-francés, Michel del Castillo, cuyo título era Tanguy. En ella se cuenta la vida de un niño madrileño abandonado por su padre que, en plena Guerra Civil, es separado de la madre; en Francia ingresa en un correccional del que huye, para acabar en un Campo de Concentración alemán; de regreso a España lo internan en un reformatorio en Barcelona de donde logra escapar; por último, ingresa en un centro de jesuitas en Úbeda, en el que recibe un mejor trato.

Esta novela de éxito, conmocionó a la sociedad española, cuando se publicó en 1959. Según se contaba, hasta la mujer de Franco, Carmen Polo, mostró cierta afectación con aquella historia real, contada magistralmente por su protagonista.

Pero el caso más terrible de pérdida, es la del huérfilo, —quien pierde a un hijo—. Esta expresión, no reconocida todavía por la RAE, define una de las más desgarradoras vivencias que sufre el ser humano. Su estado de ánimo queda destrozado y se altera el orden natural de la sucesión entre generaciones. Da igual que la pérdida la provoque un accidente, una grave enfermedad o la decisión voluntaria del hijo fallecido. Nada la hará soportable.  

Metafóricamente, orfandad también significa estar desvalido o en soledad. Esta es una situación de permanencia en un estado de vulnerabilidad, más o menos prolongada, de personas que viven en determinadas circunstancias individuales o en grupo. Algunos ejemplos son los indigentes; los desplazados de un país o de sus hábitats naturales; o los perseguidos por razones étnicas, sociales o políticas. 

Hay quien llama orfandad emocional a que los hijos que viven en el entorno familiar, se puedan sentir solos por creer que no pueden contar con sus padres; por no tener sentido de pertenencia en el hogar; o, porque se sienten inseguros en casa. Lo peor es que, debido a esa sensación, —algunas veces injustificada—, acaban conectando con personas que poco o nada, los favorecen en su vida cotidiana.

La expresión de huérfano pleno, me recuerda a mi padre. Él se quedó sin sus padres al iniciarse la guerra civil, en el año 1936, con apenas siete años. En esa situación le tocó vivir los duros periodos de la guerra y de la posguerra. Durante algún tiempo, permaneció con sus hermanos mayores. Para después, iniciar su propio camino en solitario. Aunque él trataba de ocultarlas, se le notaban algunas carencias.

Leía cuanto caía en sus manos. Le gustaban, sobre todo, las biografías de personajes históricos. Aunque quizás no fue nunca a la escuela, sí que recibió clases nocturnas de un maestro del pueblo, que él supo aprovechar.

Un día de finales de los años setenta, sin que él me viera, lo observé leyendo un relato mío. Cuando lo terminó, lo dejó donde lo había tomado y, ni él ni yo, hablamos nunca de aquello. Pero, aunque no había motivo o razón alguna que lo justificara, yo sentí como si se hubiera vulnerado mi intimidad.

Muchos años después, lo encontré leyendo Soldados de Salamina, de Javier Cercas, novela en la que se cuenta la inaudita historia de Rafael Sánchez Mazas, cuyo fusilamiento frustrado, la posterior persecución y su huida consentida por un miliciano republicano, era el tema central de aquel relato. Entonces hablamos de aquella historia que él ya conocía. Me sorprendió su memoria y su entusiasmo al contármela. Noté que se sintió gratificado y a gusto.

Algún tiempo después, él nos dejó. Y yo pensé que aquella conversación, sirvió para, de alguna manera, resarcirlo de aquella actitud casi infantil que yo mantuve con él.

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