Rocín flaco pero con hechuras de Quijote

Antes de comenzar, dejen sus mercedes que desprenda de mis ropajes el polvo acumulado en el camino; la travesía por los parajes de nuestras tierras de Castilla-La Mancha, cabalgando con nuestros queridos Don Quijote y Sancho Panza, ha sido tan enriquecedora como emotiva y tengo que tomarme unos segundos para recobrar el aliento. Con su permiso, tomaré un trago de vino y una cata de pan con aceite, pues he oído que con la tripa llena las palabras fluyen más airosas y que a la hora de contar las andanzas se consigue que el orador estimule la narración.

Muchas son las historias que tengo guardadas en mi zurrón, y lo acarreo tan repleto de poesías y relatos que he tenido que echar mano de las alforjas de mi querido asno, Carmelo, para poder traérmelas todas, pues no quisiera olvidarme de ninguna. Las considero lecciones de vida; provienen de bellas doncellas y apuestos caballeros que mostraron sus virtudes en el maravilloso II Encuentro Cervantino, promovido por la Asociación Quijote y arropado como suele hacerse en la espectacular población de Villanueva de los Infantes.

Hasta las calles empedradas de ese formidable enclave llegaron las monturas de nuestros rapsodas, algunos de ellos asombrados ante el espectáculo visual y la sorpresa de hallarse entre coquetas callejuelas, casas de alto abolengo y preciosos patios, que conviven con una riqueza cultural que nada tiene que envidiar a otros de gran renombre. Quizás poco conocidos porque no ser gentes de alardear de su cultura; pero que, a mi poco entender, pues sólo soy un mozo de cuadra: ¡qué más se le puede pedir a un paraíso histórico como ese! Algunos aún se frotan los ojos, dudando de si lo que vieron fueron gigantes o molinos; pero les puedo asegurar que esas piedras y aquellas construcciones son Patrimonio Histórico-Artístico Nacional. Dignas de ser disfrutadas.

Una vez que se vieron erguidos y con los huesos desentumecidos de trotar bajo el sol, estos cuenta-historias en versos y estrofas fueron alojados bajo techo, cobijados tras los muros de la Alhóndiga. Lugar singular donde los haya, pues pasó de ser pósito a cárcel en un santiamén y terminó siendo referente cultural de las gentes de la comarca. ¡Estos, mis paisanos manchegos, no desaprovechan los edificios, «siempre hay un roto para un descosido», como diría mi esposa! ¡Estos infanteños e infanteñas son únicos!

Se dio paso a esa parte que llena el alma y consuela al que halla nuevas caras, presentaciones que pusieron nombre a esos rostros que el destino unió en la lejanía y que unas breves palabras acercaron para ver quién éramos y desde qué confín habían llegado nuestros pasos. Gratos saludos para los encuentros cercanos y besos tímidos para “los escudos de armas” que desconocías, y que tras unas horas se convertirían en lazos invisibles, unidos por el aroma a vid a punto de ser recolectada —estoy convencido de que sellarán el destino de algunos para siempre. Es lo que tiene que grandes personas paren en mitad del sendero de la vida para escuchar secretos del alma sin esperar más que alivio—.

Recorrer la villa, a lomos de nuestras piernas y guiados por Ramón, fueron otros de esos instantes en los que el paseo se convierte en cómplice para dialogar y desmigar la palabra nueva amistad. Que no cierran por completo el círculo, pero sí dejan abierta la puerta a la confianza. Tras idas y venidas, almacenando instantáneas en el genial baúl de los recuerdos, llegó aquel imprevisto que algunos llaman destino, y que para mí es casualidad.

Es bien sabido por todos que los campos de Montiel albergan tantos paisajes bellos como peligros al acecho, pues lleva al engaño que estas comarcas son moradas de planicies inalcanzables por su extensión y que la vista se pierde en sus grandes llanuras. Y si no que se lo digan a nuestra atrevida moza, Vicky, que salió con un pan bajo el brazo y fueron sus huesos a comprobar la dureza de la piedra desnuda. Mudó la felicidad de su gesto al dolor más terrible, perdiendo en esas batallas hasta el rumbo de sus pupilas. Fue combate sin armadura, y el parte de campaña se firmó con un brazo en cabestrillo. Dirán las malas lenguas que el vino hizo de las suyas, pero doy fe de que ni gota probó, pues marchó a por el remedio de fierabrás hambrienta y sedienta, nada entró en su estómago que produjese vaivenes y mucho menos torpeza por embriaguez. No vayan luego a contar cosas que no son, que es conocido que entre poetas y prosistas todo se lleva al terreno de la imaginación y se cuentan los huevos por docenas.

Fue Quevedo el que puso fin a ese trasiego entre plazas, balcones y conversaciones; pues nos dio santo y seña del lugar en el que se despidió de su esposa. Y lo hizo de la manera más sencilla que pudo, mostrando, nuevamente que los huesos que descansan en la cripta son en propiedad y no invenciones de lenguas que sólo buscan protagonismo.

…Los comensales, tras una grata comida y una charla enriquecedora, de esas que llenan las arcas del alma y que protegen a la ignorancia de jugar con los destinos de los que no conoces, marcharon prestos a descubrir cuantas cosas poseen en común Shakespeare y Cervantes. No sin antes sentirse parte de algo más grande, porque eso de compartir mesa y mantel es uno de los placeres más bonitos que existen; también hay que dar por entendido que, por supuesto, depende de quienes sean los que te ofrezcan su cariño y repartan el “pan” contigo.

Para desvelar los secretos sobre literaturas separadas por grandes distancias, mares y océanos, fue Don Manuel Juliá Dorado, entregado caballero que fue retirando el telón poco a poco, y nos desveló esos designios ocultos que llevaron a que la humanidad tuviera un legado tan importante y que hoy, tras siglos de estudios, sigamos debatiendo cuáles fueron los mensajes que nos quisieron dejar los grandes. ¡Enhorabuena por la ponencia y su exposición, que fue subiendo en tono y contenido para dejarnos con la miel en los labios!

Lo que viene ahora es lo que no podría definir sin repetir elogios y caer en la pomposidad de las palabras, porque el Recital fue el momento álgido e irrepetible, tan lleno de emoción y sensibilidad que sería un error describir con exactitud lo que vivimos ayer. Y lo es porque cada corazón y cada piel sintió de manera diferente la diversidad de poemas y encantamientos que tomaron vida sobre el atril de la Alhóndiga. Acompañados por Francisco Javier Peinado García, que estuvo todo el día pendiente de nosotros y, entre bambalinas, por la alcaldesa, Carmen María Montalbán Martínez, que dejó el protagonismo para los miembros de la asociación Quijote, nos sentimos parte de la cultura de su ciudad y eso no se puede devolver salvo con un gracias, pero enorme. Que se apueste por crecer culturalmente, en ocasiones, se convierte en una odisea, más complicado que vencer a un rebaño de ovejas si piensas que es un ejército invasor.

El II Encuentro Cervantino de la Asociación el Quijote fue un verdadero despliegue de emociones, y lo que más me impactó fue la intensidad y singularidad con la que cada uno de los participantes recitó sus versos.

Recuerdo cómo Almudena María Puebla, con su voz envolvente, nos llevó a un viaje íntimo por la obra cervantina. Su tono, suave pero seguro, hacía que cada palabra pareciera una revelación. Luego, Encar González dejó que su voz jugara entre el lirismo y la fuerza; sus versos resonaban como un latido constante en el espacio, llenando el ambiente de energía.

José Romero, por su parte, recitó con una serenidad profunda, como quien ha vivido cada palabra que pronuncia. Sentí que sus versos iban más allá del escenario, llegando directamente a quienes estábamos allí, casi como si nos hablara en confidencia. Eusebio Loro se levantó y nos sorprendió con una interpretación visceral, cargada de una intensidad que parecía surgir de lo más hondo de su ser.

Vicky Ciudad, siempre luminosa, transmitió con su recitado una sensibilidad que nos tocó el alma. La forma en que modulaba su voz era como una danza, llevando a los oyentes de la calma a la emoción en un suspiro. Y cuando Joaquín Castillo Blanco tomó la palabra, lo hizo con una serenidad que te hacía prestar atención a cada matiz de su entonación, como si cada verso escondiera un secreto por descubrir.

Luego apareció José María Lozano Cabezuelo, cuya voz fuerte y firme parecía resonar en las paredes del lugar barroco, lleno de luces tenues que añadían dramatismo a su interpretación. Llanos Molina Martínez nos sorprendió con su frescura y espontaneidad; sus palabras fluían con una naturalidad tan agradable que nos hacía sentir como si estuviéramos en una conversación íntima, lejos de cualquier formalidad.

Teresa Sánchez Laguna, en su momento, fue capaz de abrirnos el corazón con una sinceridad desarmante. Sus versos, llenos de emoción contenida, nos hicieron estremecer. Y Juan José Guardia Polaino, con su voz emotiva y envolvente, nos llevó al pasado, evocando imágenes poderosas con cada verso, como si el Quijote mismo hablara a través de él.

Antigua Flor, con su delicadeza, parecía convertir sus palabras en pétalos que flotaban en el aire, mientras que Enrique Pedrero Muñoz recitó con una pasión tan contenida que cada palabra parecía estar a punto de explotar de emoción. Josep Aznar tomó la palabra con la serenidad de quien sabe que, a veces, el silencio entre los versos es tan poderoso como los propios poemas.

Guadalupe Pacheco, a sus noventa años, nos dejó a todos boquiabiertos. Su frescura y pasión fueron comparables a las de una niña, y recitó con una energía que parecía renovarse con cada palabra. Nos recordó a todos que la poesía no tiene edad, que el alma que recita se mantiene joven mientras el corazón siga latiendo por las palabras.

Yo, Julián García Gallego, añadí un diálogo intimista con mi padre, dándole importancia a la fantasía en nuestras vidas. Mari Cruces de la Flor nos regaló una interpretación llena de dulzura, pero también de fuerza, como si cada poema le perteneciera, como si lo viviera en su piel. Maribel Muñoz González y Marisol Expósito, con sus voces suaves, dieron un toque íntimo y reflexivo a la tarde, haciendo que el público se envolviera en una atmósfera casi mágica.

Rafael Fernández Castaño dejó que su voz fluyera como un río, llevándonos en un viaje que iba desde lo más hondo de la literatura cervantina hasta lo más personal y cercano. Teresa Sánchez Laguna, con su ternura y vulnerabilidad, nos mostró que en la poesía también hay espacio para la fragilidad, y Pruden Tercero trajo consigo un aire fresco, lleno de entusiasmo y fuerza, que contagiaba a los presentes.

Cada uno, a su manera, aportó algo único. No puedo dejar de mencionar la dedicación de José Luis Ramírez, quien recitó con la misma energía con la que ayudó a que este evento fuera posible, y a Vicky Ciudad, que cerró la velada con una interpretación cargada de emotividad, demostrando que la poesía es un acto de entrega.

Además de las poderosas palabras y los versos cargados de emoción, tuvimos la gran fortuna de contar con la música de Vicente Castellanos, cantautor de Villanueva de los Infantes. Su presencia en el encuentro fue como un soplo de aire fresco, regalándonos no sólo su sonrisa, sino también esa voz llena de matices que destila amor por lo que hace. Cada una de sus canciones, cargadas de grandes letras, vibraba con vida propia, mostrando su inconfundible estilo, propio de quien ama lo que hace profundamente. Vicente supo dotar cada nota de una fuerza única, complementando a la perfección el ambiente mágico que se vivió esa noche.

Este encuentro no sólo fue una celebración del Quijote, sino de la palabra como herramienta para forjar amistades, soñar, y compartir algo más allá de las fronteras del tiempo y el espacio. Gracias a Vicky Ciudad y José Luis Ramírez, y a todos los participantes, por hacer que esta noche fuera inolvidable.

Ahora me retiro a mis aposentos, tanto hablar me dio sueño. ¡Gracias a todos!

Julián García Gallego     —Sin palabras mudas—  21-09-2024

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