Supongo que este lugar, la OCA (Oficina Comarcal Agraria), más conocido como los Capataces, es un lugar que en cierta manera ha marcado mi vida. A finales de 1999 se produjo una alarma sanitaria por la Encelopatiaesponjiforme bovina, enfermedad conocida coloquialmente como la enfermedad de las vacas locas y que afectaba también a las personas.
Este hecho implico un mayor y exhaustivo control del ganado bovino y en muchas fincas ganaderas se hizo necesaria la figura de un gestor que controlara esa parte de la explotación. Durante 19 años yo fui ese gestor, yo era “el de los papeles del ganao”. La OCA era donde se procesaba todo lo relaciónado con este control de animales.
Muchas mañanas, lo primero que hacía era ir a la OCA; se accedía por una escalinata que daba acceso a un amplio hall, en este había otras escaleras y una puerta grande por la que llegabas al amplio y luminoso pasillo de grandes ventanales. A lo largo de ese pasillo estaban las oficinas y las aulas. Era y es un lugar agradable precisamente por la luz que entra.
Algunos días había que esperar bastante hasta que llegaba el turno. En estas esperas observabas, escuchabas, hablabas, discutías por cosas que nunca podríamos arreglar ……… y reías también.
Mas importante que la descripción física de un lugar es la descripción humana. Por este pasillo han pasado durante años la representación de los diferentes estamentos del campo español, desde el humilde pastor trashumante con su perfecto y vocalizado castellano propio de su origen serrano, pasando por el tratante, gente conocedora del ganado que se ganaba la vida con su compra venta hasta por supuesto los dueños de las fincas. Todos ellos con los papeles bajo el brazo, unos, los serranos en desgastadas capetas azules, otros, los dueños de fincas en carteras de cuero. No hago ningún juicio de valor, simplemente era así.
El trato con los veterinarios y con los funcionarios de las diversas secciones que allí trabajaban siempre fue amigable y correcto, supongo que era un ten con ten, si uno hacia las cosas correctamente todo era más fácil. Ellos eran quienes daban la cara frente al ganadero sobre decisiones que venían de arriba y que a veces eran incomprensibles. Siempre pensé que no se pueden aplicar las matemáticas al campo y la ganadería porque es naturaleza con sus variables incontrolables.
La evolución del control ganadero fue a la par que la evolución tecnológica; se pasó del libro escrito a mano a la digitalización de todos los animales con su trazabilidad, importante para una buena política rural, aunque un poco traumático para gente humilde que «lo de los ordenadores» les superaba.
Decir por último que en este edificio a la vez que trabajaba conocí e hice verdaderas amistades, para mí ya un lugar que siempre recordare.
Juan de Ávila Martinez León