Por José Belló Aliaga
En la Librería Ocho y medio Libros de Cine, ha tenido lugar la presentación del libro Infinito, del que es autor Rafael Gordon, una novela de amor, reflexión y misterio.
En el acto de presentación han intervenido, junto al autor, L. Ramón G. del Pomar, escritor y Mariángeles Almacellas, crítica de cine.
Presentación del libro INFINITO, de Rafael Gordon, en la Librería Ocho y medio Libros de Cine
Infinito
Infinito es la primera novela de Rafael Gordon. Su impulso creativo, canalizado a través del cine y el teatro desde que inició su prolífica y brillante carrera artística hace ya muchas décadas, le ha llevado ahora a adentrarse en el complejo mundo de la narrativa. Y lo hace, como ha de mostrado a lo largo de toda su vida, con el mismo espíritu innovador, capacidad literaria y dominio de la palabra que encontramos en su obra dramática y cinematográfica. Infinito es una gran novela, en la que confluyen dos historias paralelas, pero cuya original estructura y desarrollo nos invitan a una reflexión profunda sobre el sentido de la vida, el amor, la belleza y la fuerza de los sentimientos.
Biografía del autor
Rafael Gordon (Madrid 1946) es dramaturgo y cineasta, guionista y escritor. Estudió en la RESAD y fundó Producciones Rafael Gordon en 1968, con la que ha dirigido y producido teatro (45 obras) y cine (10 largometrajes y 20 cortos), destacando su interés por personajes históricos emblemáticos, lo que le lleva al estudio de la contradictoria y sorprendente condición humana, su capacidad creativa y destructiva a la vez. Ha recibido más de una docena de premios en los más destacados festivales de cine y teatro. En paralelo, ha sido asesor cultural del Instituto Cervantes de Marruecos y entre 1990
Análisis del libro por Mariángeles Almacellas
M.ª Ángeles Almacellas, doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid. Crítica de cine. Vicepresidenta de SIGNIS-España. Miembro del Círculo de escritores cinematográficos. Directora del curso «El arte de ver películas» en la UPM. Directora de CinemaNet-Madrid, ha realizado un pormenorizado análisis del libro de Rafael Gordon.
Es el siguiente:
El último libro de Rafael Gordon, en el que afirma que “la vida es tan breve que todo sucede al mismo tiempo” (sic), nos introduce en la lectura de un misterioso manuscrito olvidado en una abadía francesa y nos da a conocer a personajes con dolores antiguos y amores presentes, que filosofan mientras recuerdan y reflexionan mientras viajan. De su mano descubrimos personas y rincones maravillosos, por las viejas callejas de Roma o por la región casi onírica de Cornualles, al sur de Inglaterra.
Infinito narra el viaje iniciático al interior de sí mismo del protagonista del libro, movido por las reflexiones que le sugiere El Desconocido, autor de un misterioso manuscrito que ha caído en sus manos, y sus propias experiencias, que vive junto a su amada Ana. El itinerario anímico supone para él un tal proceso de crecimiento humano y de aprendizaje de conocimientos, que después del fin de la aventura, el autor siente que se ha convertido en trillizo de sí mismo (231)[1].
El manuscrito encontrado es una técnica literaria utilizada desde antiguo. Recordemos cómo el mismo Miguel de Cervantes, a modo de parodia de los libros de caballerías, en los que solía utilizarse el recurso del texto encontrado, se introduce él mismo en el capítulo 9 de El Quijote. Hasta ese punto, el relator era un erudito que había recopilado datos de otros autores, pero en ese capítulo utiliza la primera persona y explica que encontró «unos cartapacios y papeles viejos escritos en árabe» que contenían la historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli (o sea, Señor Hamid Aberenjenado).
Pero el libro de Gordon –escritor y hombre de cine, no lo olvidemos– nos evoca más bien la gran novela de Umberto Eco El nombre de la rosa (1980), que sería llevada a la gran pantalla por el director francés Jean-Jacques Annaud en 1986. El prólogo de Eco, con el epígrafe de Naturalmente, un manuscrito, empieza diciendo: «El 16 de agosto de 1968 fue a parar a mis manos un libro escrito por un tal abate Vallet…». El primer capítulo de Gordon lleva por título El Abad, personaje que acabará entregando al autor un «pequeño libro de tapas negras». Sin embargo, ahí se agotan todas las similitudes, porque la utilización que hace Gordon del recurso literario del manuscrito es original y muy adecuado a su personal estilo de escritor y cineasta: observador de los enigmas de la vida y del ser humano, comprometido con la búsqueda de la verdad, que suele presentársele bastante escurridiza y engañosa; un tierno y entrañable hombre bueno a quien le inquieta lo que le falta por aprender y le duele lo ya aprendido y experimentado, porque, como dice en el libro, «es triste no saber, ni conocer, ni sentir, y aún es más triste saber, conocer y sentir».
La estructura externa del libro es sencilla: un prólogo y treinta y tres capítulos, para una narración en primera persona a lo largo de la cual el autor, un joven de veinticinco años, un pensador de una ingenuidad reconfortante (8), hace un relato de un viaje exterior por distintas localizaciones de Europa, y de un viaje interior, con su amada Ana y dos personajes que se le revelan en un manuscrito.
En cuanto a la estructura interna, con una intrincada abundancia de temas tratados, o por lo menos aludidos, presenta sin embargo un orden exquisito:
1) El prólogo, en el que el autor se dirige directamente al lector para orientarlo sobre la obra que tiene en sus manos.
2) Los tres primeros capítulos (El Abad; Paz y silencio y El manuscrito) constituyen una introducción al relato, donde conocemos al protagonista y el desencadenante de la acción, que es el encuentro del manuscrito Infinito.
3) El núcleo de la acción: veintisiete capítulos que avanzan con dos hilos argumentales distintos pero entrelazados, con una mezcla paradójica entre cinismo amargo y ternura esperanzada, que se trasvasa continuamente de uno a otro. Se alternan regularmente, catorce —serían los pares, aunque en el libro no llevan numeración— dedicados a la lectura del Manuscrito; trece a la acción protagonizada por el personaje central y Ana, la mujer amada.
4) Los tres últimos capítulos, como conclusión a la evolución de la acción, de las reflexiones y de la historia de los personajes, giran alrededor del término fin: El fin del principio; Se acerca el fin; Después del fin. Los dos hilos de la trama confluyen, los personajes del manuscrito y del relato se encuentran e interactúan.
El protagonista no indica su nombre, se da por supuesto que ser el autor es una carta de presentación suficiente. Los dos personajes del manuscrito tampoco tienen nombre, se les designa por una característica que los define: el Desconocido y el Héroe. Por el contrario, los dos personajes femeninos del libro sí tienen nombre: son Teresa, en el manuscrito, y Ana, la amada del autor.
El nombre delimita una realidad, le da consistencia, establece relaciones (en el Paraíso, el Creador le dijo a Adán que pusiera nombre a todos los animales como signo de que se los entregaba a su cuidado, Gn 2,19-20). En muchas culturas, poner nombre a un hijo constituye un motivo de tanta fiesta como el nacimiento.
En el relato de Infinito, sólo las dos mujeres tienen entidad precisa y personalidad delimitada. Ambas sustentan al varón, le proporcionan la energía para ser él mismo. Ana es «mi capitán», dice el autor, no porque gobierne sobre él y le dé órdenes, sino porque le nutre el alma y le ilumina el sendero de la vida. El acuerdo entre el Desconocido y nuestro autor es total respecto de la mujer: «Mi panegírico de la supremacía de la mujer sobre el hombre se debe a la influencia del texto del Desconocido» (49).
Curiosamente nuestro autor sí especifica el nombre del abad Patricio de Luca, que le entregó el misterioso manuscrito. Quizá sea un guiño a El nombre de la rosa, que cita al abate Vallet, que fue quien escribió el manuscrito que ha ido a parar a las manos del autor, que a su vez lo leerá en un viaje con una persona querida. O tal vez sea pura casualidad.
El tópico del manuscrito encontrado contribuye a dar al lector la sensación de verosimilitud de una parte del relato —la historia del autor—, frente a la otra —los contenidos del manuscrito— que sería ficción. Con mucha habilidad, Gordon juega con el recurso hasta diluir totalmente las lindes entre realidad y producto de la imaginación, o dicho de otro modo, le hace olvidar al lector de que todo cuanto está leyendo ha surgido de la imaginación creativa del mismo Gordon, y que, por tanto, el personaje del autor no puede llamar a la puerta de ningún otro personaje, sencillamente porque son todos ellos entes de ficción: «Ana comentó ante la casa del Desconocido que tenía la sensación de haber leído una novela y ahora podíamos conocer al personaje principal en persona. Entrábamos en la ficción con toda naturalidad» (224).
En la obra aparecen multitud de especulaciones sobre diversos temas, ya sea en el curso de reflexiones personales, o soliloquios del autor, o a través de lecturas y diálogos con Ana y con el Desconocido. Muchos quedan abiertos, no hay una toma de postura final y definitiva. Esto aleja el libro de las sentencias altisonantes y hueras, y le otorga la verosimilitud de la vida misma, del hombre pensante y buscador, que tiene más dudas que certezas cuando dirige su mirada a las cuestiones profundas que conciernen al ser humano.
Una de esas cuestiones disputadas es el sentido de la vida. Haciendo solo algunas calas en la obra, nos encontramos con que «el mundo tiene sentido» (8), pero también con que «estaba muerto en vida, como la mayoría de los mortales» (25), o con que «sólo los pájaros, como el colibrí, se esfuerzan para que su vida tenga sentido» (26); con «nos negamos a aceptar que nuestra existencia carece de sentido» (155), pero también con «mi Capitan es un referente humano, que me hace tener la esperanza de que la vida puede tener sentido» (111), y «la vida tiene sentido, no soy un conjunto de células camino de convertirse en cenizas». No obstante, a pesar de esa ambigüedad, el relato es más bien pesimista: «Era una lástima que no pudiera dar de patadas a algo tan cruel como el mundo» (226).
También reflexiona sobre el ser humano en general, con una considerable carga de pesimismo —«El ser humano es un ser que viene al mundo para ser manipulado, a semejanza de los rebaños de ovejas» (p. 29)—, y sobre personajes concretos de la historia cuyas trayectorias alejadas en el tiempo no hacen sino demostrar la permanencia de la misma crueldad en el ser humano: «No distingo la diferencia que hay entre los ejércitos de Atila arrasando Italia o la bomba atómica arrasando Hiroshima. O dos depredadores como Stalin y Napoleón paseando por los pasillos del Kremlin, no acabo de distinguir el uno del otro. Pienso que mientras tengamos la fisiología de Adán y Eva, siempre seremos idénticos los unos a los otros, pasado, presente y futuro» (56).
No es un libro de ensayo, aunque habla de asuntos muy profundos, como el concepto de verdad (21-22), la predeterminación, la ancianidad, el libre albedrío… Todos temas muy interesantes que mueven al lector a entrar en diálogo intelectual con el texto, es decir, a pensar, argumentar, avanzar en la lectura y en la reflexión. Pero ante todo es una novela de intriga, amor y encuentros personales, que invita a leer sin interrupción para seguir las correrías de esos personajes que llegan a hacerse entrañables.
Cuando Ana y el protagonista se mueven por el sur de Inglaterra, el lector no puede por menos que consultar el mapa para ir situando las poblaciones y los rincones por los que pasan, lo cual es una prueba patente de que la lectura atrapa el interés y la atención.
Hay que decir además que es un placer leer el libro de Gordon por la belleza formal de algunas frases y sus figuras coloristas y por la riqueza de su significado: «Su mirada tenía un velo de belleza azul» (126); «Un rayo como de caramelo iluminó el sueño» (131); «Si admiramos la potencia de un huracán, en el límite de su fuerza, deberíamos admirar también la grandeza de lo mínimo, ya sea un suspiro o un alma como la de Teresa, hecha de valor y nobleza» (133).
Uno no puede por menos de preguntarse si Rafael Gordon es un cineasta puesto a escritor o un literato que hace cine. En todo caso las referencias al cine y el lenguaje cinematográfico están omnipresentes en una novela en la que el rostro de la amada es «el más bello primer plano del mundo» (162), en la que el autor se imagina a Ava Gardner caída en el suelo (83), o la cámara de Vittorio de Sica mira a un niño que, en la tarde romana, bajo la lluvia que mojaba su roída chaqueta, buscaba una bicicleta para su padre.
La clave de interpretación de la novela, la respuesta al pesimismo sobre el mundo y el ser humano, reside en el amor: «llegamos a la conclusión de que juntos —se refiere a él y a su amada— éramos el prólogo y el epílogo de nuestras vidas» (162). El amor, como Ana para el autor, siempre tiene respuesta (115). «Lo mismo haces tú —se refiere a Ana—con tus razonamientos más pesimistas, siempre dejas un ventanuco para que siga entrando algo de luz» (114). Y el lector recibe ese algo de luz en los ojos, que le ilumina la lectura ansiosa por saber en qué acaba la historia, y al final se queda con el mensaje optimista y tranquilizador de que «no necesitamos entender el significado de vivir, es suficiente dar las gracias por existir» (222).
[1] GORDON, RAFAEL (2024), Infinito, Sevilla, Punto Rojo Libros. Damos entre paréntesis las páginas de las citas.
José Belló Aliaga
Pies de foto
Foto 1: Rafael Gordon, L. Ramón G. del Pomar y Mariángeles Almacellas
Foto 2: L. Ramón G. del Pomar
Foto 3: Rafael Gordon
Foto 4: Portada del libro presentado
Foto 5: Mariángeles Almacellas
Foto 6: Rafael Gordon firmando ejemplares de su libro