Reseña del poemario “Sueños de fuego y miel”, de Restituto Núñez Cobos

José Agustín Blanco Redondo.- Sueños de fuego y miel es el poemario con que Restituto Núñez Cobos (Castellar de Santiago, 1942) —escritor, maestro de Primera Enseñanza y licenciado en Filología Hispánica— ha obtenido el XXIV Premio Nacional de Poesía “Pepa Cantarero” 2023 en la localidad jienense de Baños de la Encina. Editada por la Diputación Provincial de Jaén y por el Ayuntamiento de Baños de la Encina en 2024, esta obra toma su nombre de un poema de Rafael Alberti (El Puerto de Santa María, 1902 -1999) titulado Narciso 2 (Sueño): “…relumbrados / de fuego y miel senil sus ojos fríos”. Estos versos prologan con acierto la obra de Restituto y nos abre el camino hacia el primero de los cuatro sueños que estructuran el poemario.

   El sueño titulado “Del sueño estéril” se prologa con unos versos de Antonia Álvarez Álvarez, versos de los que Restituto recupera el que da título a esta primera parte: “Se mueren los relojes, desgajados / del sueño estéril de su voz de arena”. En su poema inicial “He procurado ver”, el autor emprende la búsqueda de la verdad mediante el clamor de la memoria, porque el pasado persiste en la ardentía de una vida obligada a arrostrar los sueños. Los versos de “No existen nombres” nos aleccionan sobre el anonimato de unos sentimientos que se nutren del amor y del trabajo cotidianos. Y así, entre el amor y los recuerdos, Restituto muestra su desprecio por las palabras vanas, insensibles, incapaces de nombrar las emociones más humanas. Para ello, utiliza esa atmósfera sensorial y campestre en que se sumerge el poema “Y si el calor”: “…una palabra hueca, con los mensajes muertos / que no atisba el aliento de los chopos dormidos / ahogará con los tréboles que miman las libélulas / las alcancías de esos sentimientos”. Es la misma atmósfera que persiste en el poema “Hoy está el parque”, versos que son imágenes de la desesperanza, no sirve el aire, ni las cosechas, ni las flores que trasminan nuestra piel: “Ya no tienen los bancos los trascachos del musgo / el descanso fugaz detrás de los jaguarzos…”. Pero es en el soneto “Mañana”, donde Restituto nos confirma el itinerario a seguir cuando una emoción intensa se arrima al corazón y el desgarro de su grito se aloja en el alma: a pesar de los obstáculos, debemos intentar alcanzar la eternidad, alcanzar la victoria con las armas de la determinación. El canto a la melancolía y a la desesperanza —“se han convertido en eriales gredas / sin frisos que dibujen un sueño de esperanza”— deja paso, en su poema “Hoy siente en soledad”, a la certeza de la ilusión súbita: “el azogue que todo lo sazona / cuando una angustia de circuncisiones / quiera morder los zumos de las cumbres”. Y en su soneto de matices quevedescos “Lucero”, el autor nos alumbra, quizá, con la llama de la palmatoria que ha guiado su propia vida: la mente iluminada, la cercanía de un amor que nutra el espíritu de espliego y albahaca, la palabra redimida por el alma.  Para consolidar la condición humana, Restituto nos interroga sobre los derroteros del alma en su poema “Acaso nos parece”. Y lo hace con una descripción que muestra, entre personificaciones de la lluvia, el viento, las praderas, las fuentes y las vegas, la importancia de un verdear de hojas ajenas, sabias, necesarias. En “La estrofa bella” es la pasión la que interroga al poeta sobre el nombre del amor. Encontramos la respuesta en sus versos: “…al mar evanescente de los ojos, / a la raíz de las almenas altas / y al germen de corolas candeales”. La esperanza se respira en su poema “Ha vuelto a resonar”, donde la voz reincidente del poeta se anuncia por sobre aldeas, bosques y eriales, mientras sus versos y la voz de los pueblos se tiñen de inmortalidad.

   El sueño segundo se titula “En el sueño de mis ojos” y se prologa con los versos de Carmen Conde (Cartagena, 1907 – Majadahonda, 1996), versos de los que Restituto también extrae el que titula este sueño: “¡Contaros que en el sueño de mis ojos / anidan las augustas majestades…”. El autor ensalza la humildad en los sueños de una flor. Una flor que desea nacer, saciar y bruñir con sus pétalos las migraciones de los pájaros para así, a su lado, escribir los sueños del sol y las estrellas. Restituto critica, en su poema “Qué tristes avatares”, la envidia, los celos, la ingratitud y “…la agraz caricia, sin la fibra y la savia de los besos”, pero enseguida retorna a la elevación lírica y lenitiva de una naturaleza que embarga gran parte del poemario: “…si las sílabas son un jirón de pétalos / y un agallón de anémonas sencillas”. Ahora, el alma utiliza metafóricamente esa misma naturaleza para alumbrar y contemplar la vida: un revolar huidizo de gorriones, un templo de palomas asustadas, un nido de cigüeñas, surcos de supremas pámpanas. En el soneto “Abril”, el autor abre de nuevo la puerta a los sentidos —los cantos de los pinos, un toque de oro con su acento, alfombrar de aromas los destinos— en esa necesaria simbiosis de los sueños, las palabras y el pensamiento. “Recogen mis baladas” es un poema intimista y sincero en el que el autor muestra cómo los versos nacen de su pecho y de su mirada, cómo se alejan de los trampantojos de los destellos de la cal, cómo sucumben, inocentes, a los equívocos del alma. Es la añoranza del poeta por la poesía. El soneto “Nido” se convierte en un diálogo entretejido de gorjeos, escarcha, ramas hierba y sueños. Una metáfora donde el árbol es emoción imbuida en la música del alma, del amanecer y de la vida. El retorno a la inocencia y, quizá, a la infancia lo encontramos en “Hoy el tul”, donde toda la vida desfila por la mirada del poeta para alojarse en su corazón: “…todos los bajeles con todos sus encargos, / con todas sus esloras, con las nieves / áureas, con los balcones florecidos / y la fe virginal de las fontanas, / señal inevitable de pasiones que bullen / con sus firmes diástoles”. Y este mismo retorno a la infancia convive con el óxido del paso de los años, una herrumbre que anula la esperanza y para la que Restituto encuentra el cauterio preciso, quirúrgico, ineludible: “¡Qué alta la red de madreselvas dulces!”.

No era un sueño la luz es eltercer sueño del poemario.Lo prologa un verso de Joaquín Benito de Lucas (Talavera de la Reina, 1934, Madrid, 2021) “…no era un sueño la luz ni ese recuerdo…” que el autor escoge para titularlo. Su primer poema —“En el alma”— es un canto a la necesidad y a la miseria, a la pobreza y a la penalidad que se funden en el alma y la tiñen de ahogo, zafiedad e indolencia. En “Dejo que el frío” encontramos un aroma a versos clásicos, quizá, deudores de los escritos por don Francisco de Quevedo: “Y las paredes de mis ojos / ven telarañas desbocadas”. Restituto nos describe el inventario de unos útiles tal vez inútiles salvo para una memoria que los guarda, inmutables, en los desvanes del corazón. En “Me adentro en el trajín”, el autor confiesa su ritual para encontrarse con esa inspiración esquiva que le alienta a escribir sus versos: “…cuando la vida tensa su fragancia”. Porque Restituto es un poeta que se debe a la liturgia de la escritura, a un rito que él asume y en el que confía para llevar a cabo su labor creadora: los sueños se derraman mientras en su pecho surge la emoción y las brasas del sentimiento. Ya no hay lugar para la añoranza, ni para la herrumbre, ni para la amargura. Pero en los versos de Restituto surgen de nuevo las referencias a la infancia, a una niñez quizá insatisfecha en la que no arraigó la esencia de la vida. Una infancia a la que el autor vuelve para encontrarse con su amor primero y así albear su alma: “Muchas veces / me sumerjo en la búsqueda del aire”. Una infancia, tal vez, como la que Rubén Darío (Metapa, Nicaragua, 1867 – León, Nicaragua, 1916) —poeta de referencia para Restituto— reivindica en sus versos: “Yo supe del dolor desde mi infancia, / mi juventud… ¿fue juventud la mía? / sus rosas me dejan aún su fragancia… / una fragancia de melancolía…”.

   El sueño imprescindible es el título de su cuarto sueño, título que Restituto toma de unos versos de Carmina Casala: “La voluntad imperfecta de las cosas / vino a sustituir el calor del abrazo, / el sueño imprescindible de la carne / la mortal sensación de estar vivo y sentirse”. El poema “No observas” es un elogio dirigido quizá al lector. Un canto a la vanidad. Un presagio de venturas. La estima de uno mismo por encima de cualquier consideración: “Encontrarás bocetos que te tienten / con el volcán del fuego de los lirios”. En “Solsticio”, el autor retorna con sus versos, sus sueños y su afán de permanencia para interrogarse sobre la consumación del amor: “¿Cuándo el blanco destello de la nieve / no ha de envolvernos al cruzar los muros?”. Y del amor, el autor transita hacia la melancolía, a la rutina de lo cotidiano, a esa tristeza arrastrada por los sentimientos: “Es muy endeble el quicio de los puentes / que atraviesan la vida sin encantos”. Melancolía que enlaza con esos pensamientos negativos —“Hay una muchedumbre de delirios ingratos…”—, con esos sueños absurdos, insomnes, interminables, con un alma que opaca las emociones —“…ventana de poyetes duros / con sus visillos de agua y frío…”. Pero ante la aparente prosperidad del desánimo, surge el valor del esfuerzo y el manantial del optimismo: el futuro está ahí, en la brisa del otoño, en esa corriente serena que nos roza la piel. En “Qué estampas”, hallamos imágenes con recuerdos felices y también tristes, imágenes cíclicas que desenredan la ilusión para volver a anudarla, ayer, mañana, en silencio. Y nos hipnotiza el delicado canto a una añoranza que le anega y que todavía puede ser superada, pero que abandona al poeta bajo la intemperie de la esperanza: “Espero firme a que este día amaine, / su temporal de viento inoportuno / y vuelva a abrirse el puerto de mis cielos…”. Y así, entre alegrías dormidas, nostalgias y misterios, entre el remedio del amor para los males del alma, del cuerpo y de la edad, alcanzamos los versos del último poema, “Sueños de fuego y miel”, un canto al entusiasmo, al renacer, al olvido de lo que nos lastra para acoger lo que nos sublima: agua finísima, flores de abigarrada luz, la pequeña voz de la memoria. Porque es la memoria del poeta, tras la lectura de sus versos, la que nos hará sentir la ilusión y la caricia de tantos sueños encontrados. De tantos sueños —no lo olviden—, de fuego y miel.

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