Hace unas semanas un amigo me recomendó leer una novela que se acababa de publicar. Se trata de “La pasadora”, de Laia Perearnau, en la que nos cuenta una historia basada en hechos reales del mundo de los pasadores, gentes que ayudaban a huir a pilotos, soldados, judíos o resistentes al régimen de Hitler instaurado en la Francia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial. Lo hacían por Andorra y a través de los escarpados Pirineos.
Intenté encontrarla en la Biblioteca Pública del Estado de Ciudad Real, pero el bibliotecario me dijo que si era de tan reciente publicación, quizás no se habría adquirido todavía. Que esa gestión podía llevar su tiempo. Pero me ofreció una solución desconocida para mí. Cumplimenté un formulario y a través de desiderata, —la lista de libros que las bibliotecas proponen para adquirirlos—, se hizo el pedido, utilizando mi propuesta.
Pocos días después, se pusieron en contacto conmigo para decirme que ya la habían adquirido y que la ponían a mi disposición. Después de leerla, he visto que quien me la recomendó, tenía razón. Es una de las mejores obras que pueden leerse de esta última temporada. Llama la atención como se cuentan y se viven las penalidades que sufren tanto los que ayudan a traspasar los Pirineos como quienes se benefician de esa osada acción.
Aunque esta novela no solo trata de la valentía de los protagonistas para pasar indemnes a quienes huyen del régimen nazi. Sin desvelar nada esencial del desenlace de este excelente relato, se puede decir que las emociones, los sentimientos y hasta las pasiones que afectan a sus principales personajes, trascienden más allá del maniqueísmo propio de un conflicto tan brutal y generalizado como el que se vivió en la Segunda Guerra Mundial.
Pero siguiendo con la palabra desiderata, es una expresión latina que significa “cosas que se desean”. Hay un bonito poema en prosa, titulado así, “Desiderata”, de Max Ehrmann, —poeta y jurista estadounidense, de origen alemán—, en el que se recoge una enseñanza de vida que, durante muchos años, pasó de mano en mano convirtiéndose en una especie de proclama con la que se buscaba que quien la recibiera practicara tan bellas y sabias palabras.
Este poema lo debió de escribir su autor sobre 1920 y lo registró en 1927, pero no se publicó hasta 1948. Aunque él no lo vería publicado en vida. Lo hizo su viuda tres años después de su muerte junto a otros poemas del mismo autor. En una ocasión se produjo una datación errónea que lo atribuía a finales del siglo XVII y asignaba su autoría a un monje. Después quedó aclarado el error que se había producido en una iglesia del estado de Maryland, cuando el presbítero anotó el nombre de la iglesia y el año de su fundación, junto a este poema.
Luego, en los años sesenta del siglo pasado, fue utilizado por el movimiento hippie. Y fue el actor mexicano, Arturo Benavides, quien lo musicalizó en español y con ello consiguió que estos versos se popularizaran en nuestra lengua.
En el poema se recoge todo aquello que este autor consideraba necesario para ser feliz en la vida. Y lo comienza con toda una declaración de intenciones:
“Anda plácidamente entre el ruido y la prisa, y recuerda la paz que puede haber en el silencio”.
Una de las estrofas más llamativa de este poema, nos previene sobre la inconveniencia de los fingimientos humanos y dice así:
“Sé tú mismo y en especial no finjas afectos
y no seas cínico en el amor
porque frente a toda aridez y desencanto
el amor es perenne como la hierba”.
El poema concluye con un deseo del autor, en el que muestra su confianza en la condición humana pese a las dificultades que se nos ofrecen en la vida:
“Aun con sus farsas, penalidades y sueños fallidos,
el mundo es todavía hermoso.
Sé alegre.
Esfuérzate por ser feliz.”
En “La pasadora”, sin embargo, sus protagonistas no serán felices. La intervención maliciosa de una tercera persona, hará que su felicidad no sea posible, pese al sentimiento mutuo que ambos se profesan. Pero no lo será no por el conflicto bélico que está en el trasfondo de esta historia ni de la propia voluntad de los personajes, sino debido a las casualidades de la vida, que les llevarán a esa inevitable frustración.
Volviendo a los momentos intensos, pero efímeros de los amantes de esta novela, ellos tendrán su momento culmen en una cabaña próxima a uno de los senderos por los que transitaban en los Pirineos y allí, él le recita y la emociona con estos bonitos versos del poeta surrealista francés, Paul Éluard:
“En cada suspiro de la aurora
en el mar en los barcos
en la montaña desafiante
escribo tu nombre.
(…)
Y por el poder de una palabra
vuelvo a vivir
nací para conocerte
para cantarte.
Libertad.”
Ciudad Real, 12 de septiembre de 2024