Brindis con el primer mosto por la feria de Tomelloso 2024

Natividad Cepeda.- Agosto nos deja su calor y sus ferias de los pueblos manchegos tan tenaces en celebrar una oración mundana ante las imágenes sagradas de nuestros santos patrones y patronas. Se perpetúan las celebraciones y en los templos, a pesar de esta sociedad tan laica, se pide bendición del cielo para los habitantes de la tierra. En Tomelloso las ferias y fiestas son en honor de la Santísima Virgen María de las Viñas en su 80 aniversario como Patrona y Alcaldesa Perpetua de Tomelloso y conmemorando aquella efeméride se ha vestido la imagen con el traje que lució para su coronación en el año 1947.  Mirar la imagen deja quietud y paz en el espíritu gracias al prodigio de la fe.

Mi fe es el legado heredado de mi familia y gracias a ellos rezar ante mi Virgen de las Viñas es un soplo de vida que me sostiene y alza de todo infortunio. Me acerco ante ella y siento que en la ribera del corazón brotan fuentes de agua a pesar del calor agostizo del verano.  Hoy cobijada entre las humildes piedras del templo de mi pueblo, lleno hasta rebosar, asistíamos autoridades, fieles y sacerdotes a la eucaristía en honor de ella, la Patrona divina, pidiendo su protección y ayuda para el nuevo año que comienza después de recoger las cosechas. Las humildes cosechas del campo, vides, melones, trigos, cebadas, almendras y aceitunas entre otros tantos productos agrarios tan escasamente remunerados en nuestros días. Para eso rezamos a veces, demasiadas veces sin comprender la fuerza que tiene la oración.

La Coral del Conservatorio de Tomelloso nos elevaba magistralmente a ese séptimo cielo que es la música y las voces humanas flotando como juncos de río entre las naves de la iglesia. Los sacerdotes oficiaban y al unísono respondíamos los asistentes con el firme propósito de honrar a nuestra Virgen. Rodeada de toda la magnificencia del oficio religioso he sentido a los míos llegar hasta el altar en silencio, como la imagen de María Santísima tan bellamente ataviada. Allí estaba mi abuelo José ofreciendo con sus manos curtidas las sandias de más de cuarenta kilos de un verde oscuro lustroso de pepitas rojas traídas dese su melonar para la puja de la Virgen. Y mi padre luciendo la primera medalla que se acuñó y se puso a la venta para lucirla los hermanos. Iban llegando uno a uno acomodándose entre nosotros, mamá limpiando el cristal del cuadro de la Patrona que ocupaba el lugar más bello de la casa. Mis abuelas rezando con sus breviarios arrodilladas en sus reclinatorios sin quejarse jamás del tiempo transcurrido…

Sentía el manantial de amor de todos ellos en perfecta armonía recorrérmela sangre, sobre mi colgaba la medalla de mi padre de la Virgen de las Viñas y las palabras de mi madre al dármela, porque la mía se la llevó una bella mujer a la que la Virgen la curó de su cáncer. Hacía calor, mucho calor y sentí mis ojos mojados por la emoción de sentirlos a ellos rezando a mi lado.

Señora de la fiesta, la que por ti celebramos, bendícenos con tus manos para quitar lo muerto que arrastramos de los vendavales vividos, devuélvenos la fecundidad de una buena tierra para no olvidar que el mosto de este año necesitamos que sea vino viajero por los senderos del mundo porque somos humildes labriegos postrados a tus pies y a los de tu hijo, los que te lo pedimos.

Señora consagrada en este templo por aquellos que hoy son figuras desnudas de atalajes inútiles, sin ti, nada sería posible, ni mi legado recibido de fe, ni la feria que se inaugura de fuegos de colores en el cielo asistiendo grandes y pequeños al embrujo de los fuegos artificiales de la pólvora. La vivimos un año más y fue grandiosa. Es preciso reconocer que en el granero social todo cuenta como son las luces del ferial y el silencio de la noche bajo el rito solemne de soñar al dormirnos. Espero que las huellas de los que nos dejaron las sigamos feria tras feria para lazar campanas jubilosas anunciando la feria, incluso para los que, venidos de otras tierras, hombres jóvenes esperando el milagro integrador del trabajo, sean tomelloseros afincados y no vagabundos sentados en la plaza sin saber nada de cada uno de ellos.

Porque Madre Santísima de las Viñas, los emigrantes son pájaros sin nido que buscan al borde del camino huir del quebrado destino que los trajo hasta aquí con derrotas calladas, sentados en bancos de muchas otras plazas de pueblos y ciudades de las ferias injustas de la vida. Mi brindis va por ellos y por todos nosotros los que habitamos nuestros pueblos amándolos por encima de escollos.

                                                                                             Natividad Cepeda

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