Por José Belló Aliaga
El Grupo Editorial Sial Pigmalión promueve una serie de premios literarios para reconocer a autores de todo el mundo de gran calidad e interés social.
Entre dichos premios destaca el Premio Internacional de Pensamiento y Ensayo “Aristóteles”, creado bajo la inspiración del gran filósofo griego a quien se considera, junto con Platón, el padre de la Filosofía occidental.
Al mencionado premio no concurren los autores, sino que estos son propuestos por otros autores, profesionales destacados y colaboradores de nuestro grupo editorial de diferentes ramas del saber y la literatura.
Un prestigioso jurado internacional otorga anualmente este galardón, que reivindica la figura del pensador, teórico, científico y escritor, Aristóteles, cuyas ideas han ejercido una considerable influencia sobre la historia intelectual de Occidente desde hace más de dos milenios.
La obra ganadora se publicará en una de las colecciones de ensayo del grupo editorial Sial Pigmalión y se presentará en las principales ferias del libro del ámbito hispano.
Autores como Fernando de Orbaneja, José Antonio de Yturriaga Barberán, Carlos Midence, José Manuel Losada o Antonella Lipscomb, entre otros, han obtenido este premio en anteriores convocatorias.
Convocatoria 2024
El jurado de la convocatoria correspondiente a 2024, formado por José Luis Bernal Salgado (RAEX), Rafael Bonilla Cerezo (Universidad de Córdoba), Francisco Gutiérrez Carbajo (UNED), María del Mar Lozano Bartolozzi (RAEX), José Manuel Lucía Megías (UCM), Ridha Mami (Universidad de La Manouba, Túnez), Fabio Martínez (Universidad del Valle, Colombia), José María Paz Gago (Universidade da Coruña), Basilio Rodríguez Cañada (Grupo Editorial Sial Pigmalión), Eustaquio Sánchez Salor (Universidad de Extremadura) y Carlos Vásquez-Zawadzki (Universidad del Valle, Colombia), ha concedido por unanimidad el galardón a José Antonio Redondo Rodríguez, por el libro República romana versus Democracia española y el conjunto de su obra.
José Antonio Redondo Rodríguez
José Antonio Redondo Rodríguez (Ibahernando, 1958). Doctor de Historia Antigua y profesor de la Universidad de Extremadura. Ha publicado artículos acerca de la Historia de Extremadura en revistas y coloquios de ámbito nacional e internacional, como Vettonia, Norba, Anuario de Estudios Filológicos, Ars et Sapientia, Revista Alcántara, Coloquios históricos de Extremadura, Coloquios históricos sobre Andalucía, Cuadernos Emeritenses, Extremadura Arqueológica, Boletín del Museo Arqueológico Nacional, Studia Histórica, Studia Zamorensia Philologica, Galaecia, Ficheiro Epigráfico, Epigrafía latina y cristiana del Museo arqueológico provincial de Badajoz…
Cuenta además con varios libros: Extremadura en sus quesos (Madrid, 2001 y 2006), Leyendas trujillanas (Badajoz, 2007), Las aventuras y desventuras de Perico el de la mula (Badajoz, 2008 y 2009), El vuelo de la carrancla (Badajoz, 2009) y Trujillo entre los celtas y los romanos (Cáceres, 2018). Fue también columnista en «Las Atalayas», en el periódico Extremadura y en la revista Crónicas de la comarca de Trujillo (2000-2003). En 2021 publicó en el Grupo Editorial Sial Pigmalión Relatos y leyendas de Trujillo.
La República Romana y la Democracia Española, tan lejanas en el tiempo, pero a la vez tan cercanas. El autor, tras cuatro décadas de docencia universitaria, gran parte de ellas compartiéndolas con las alcaldías de Ibahernando y Trujillo, contrasta ambos modelos utilizando para ello las claves de sus edificios políticos: el Senado, las Asambleas y las magistraturas. Ahora bien, no por ello se dejará en el olvido el papel de la Justicia y de los jueces, la trascendental importancia del tribunado de la plebe, y otros problemas de reconocida enjundia hoy en día, como las sociedades compartidas, el populismo, las concesiones de ciudadanía, las adopciones, la propiedad privada, los derechos de los menores, de las mujeres, etc.
República romana versus Democracia española. Una historia de desencuentros
Los romanos, que tenían las ideas muy claras, distinguieron entre rerum scriptor (el historiador) y rerum actor (el político-militar). Y lo hicieron en el siguiente contexto: Tucídides, en su Guerra del Peloponeso, inició un tipo de historiografía que conocemos con el nombre de historia pragmática. Es aquella que no se limita sólo a narrar los hechos, sino que los interpreta, los explica a partir de las decisiones que han tomado los hombres para llevar a cabo esos hechos, y los expone para que sirvan de ejemplo en acciones futuras. De ahí que a partir de ese momento a la historia se la llamara magistra vitae (maestra de la vida). De manera que el historiador se convierte en maestro de políticos. Y en este sentido, Salustio se planteó la siguiente cuestión: ¿qué es más beneficioso para el estado? ¿el político o el historiador? Dice: “es muy digno trabajar para el bien del estado, pero también lo es escribir bien en favor del estado. Tanto los protagonistas de los hechos, como los escritores de esos hechos, merecen mucha alabanza; pero a mí me parece que es más difícil escribir la historia que protagonizarla: en primer lugar, porque hay que adaptar los hechos a las palabras; después, porque, si el historiador reprende al político, éste dirá que lo hace por malicia o por envidia; y si alaba sus hechos, el lector, quitando importancia, dirá que él también lo podría haber hecho”. Para Salustio, pues, es más difícil ser un buen historiador que un buen político. Salustio había sido político y terminó siendo historiador; y bueno. Mejor historiador que político.
Aquí tenemos una obra histórica sobre Roma compuesta por un historiador, José Antonio Redondo, que también es político. Comparto con él el estudio de Roma y su interés por la polis, por la ciuitas, y, consiguientemente por los polites o ciudadanos; los ciudadanos han sido, según ha dicho él mismo, su preocupación fundamental en su carrera política. También en esto los romanos fueron más amigos del individuo que los griegos: para los griegos, lo primero es la polis, el conjunto, y después los polites, los individuos de la polis; polites es un derivado de polis. Los romanos lo plantearon al revés: primero es el ciuis, el individuo, y después, la ciuitas, el conjunto; ciuitas es derivado de ciuis. El interés de José Antonio Redondo por la política se mueve en la línea de los romanos: lo importante son los ciudadanos, los individuos; por ellos hay que mirar y por ellos ha mirado.
De manera que con mucho gusto presento este estudio, que es una obra historiográfica más al estilo de los historiadores latinos que al estilo de los actuales: los latinos consideraban a la historia como un género literario, y no como una producción científica; hacía al mismo tiempo historia y literatura. Algo parecido es este libro. Es una reflexión historiográfica, en estilo llano y claro, sobre los hechos romanos para que sirvan de ejemplo en el contexto de los hechos actuales. Cumple, pues, con el requisito fundamental de la historia pragmática: servir de ejemplo. Lo dice el propio autor al final de la Introducción: “Y todo ello lo haremos utilizando ocasionalmente como contrapunto las Instituciones de la monarquía parlamentaria española, de ahí el versus del título de este libro, aunque evidentemente el modelo preferente será el romano del que aún podemos aprender más de lo que creemos. Quizás el gran Tácito nos legó un aviso a posibles navegantes sin timón, cuando filosofó sobre la relación existente entre el número excesivo de leyes y la corrupción estatal”. Comentarios de este tipo encontramos con frecuencia; en relación, por ejemplo con el veto que un tribuno, Marco Octavio, presentó a la propuesta de ley agraria de otro tribuno, Tiberio Graco, José Antonio Redondo hace esta reflexión: “los representantes del pueblo ¿son delegados de los votantes y deben seguir la voluntad de su electorado y programa o, por el contrario son elegidos para ejercer su propio criterio en aras de la gobernabilidad de un Estado? La respuesta aún no la tenemos. Basta dar un somero repaso a la hemeroteca de los últimos años sobre las decisiones políticas en las democracias occidentales”.
(…)
Cicerón todavía dice algo más en torno al programa que debe seguir toda obra historiográfica romana. Además de la geografía y de la cronología, además de los hechos, con sus antecedentes, su desarrollo y sus consecuencias, la obra historiográfica debe hablar también de los individuos, sobre todo de los protagonistas de los hechos. Y sobre ellos, el historiador puede también dar su opinión. José Antonio Redondo sigue la norma ciceroniana y opina sobre los protagonistas de la historia. Lógicamente, las opiniones más interesantes giran en torno a los grandes: Pompeyo y César, por ejemplo. Sobre este último leemos cosas como las siguientes: “es relativamente sencillo llegar a la conclusión de que el paquete principal del supuesto plan cesariano estaba destinado a la reconciliación ciudadana”; “no nos cabe la menor duda de que César fue un personaje ambicioso, quizás le educaron para ser un líder ya desde la infancia, pero lo cierto es que no se saltó nunca los preceptos constitucionales”; “aún nos seguimos preguntando si César quiso ser rey de Roma pero, por mucho que elucubremos, no hay indicios suficientes para confirmarlo, y menos aún cómo pensaba serlo”; “sin duda César llegó a la conclusión de que la república romana, tal como estaba, ya no tenía sentido”. Estas y otras muchas citas que podríamos haber traído indican claramente que José Antonio Redondo no se esconde a la hora de seguir la norma ciceroniana: el historiador debe opinar sobre los protagonistas de los hechos.
La norma ciceroniana sobre la obra historiográfica regulaba no sólo el contenido, del que hemos hablado, sino también la forma. Ya hemos dicho que para los romanos la historia era un género literario y, como tal, tenía sus normas en lo que se refiere a sus características literarias. Se trataba de un género literario de estilo no elevado, como podía ser la épica o la tragedia, pero tampoco de un estilo bajo. Su lema era el estilo medio. El propio Cicerón sostuvo que la prosa en la historia debe ser tracta et fluens, es decir, llana y que fluye sin altibajos; en un discurso, por ejemplo, hay momentos de estilo medio, pero también otros de estilo elevado; depende el momento del discurso. En la historia no se aceptaban altibajos; todo es llano y liso. Es el estilo de una narración. José Antonio Redondo cumple con esta norma en este trabajo: el relato de los hechos fluye como el agua plácida de un río ya en el llano. A veces incluso recurre a expresiones desenfadadas, que dan a la prosa un sabor muy personal; expresiones como “del que aún podemos aprender más de lo que creemos”, “quizás el gran Tácito nos legó un aviso a posibles navegantes sin timón”, “Dicho lo dicho, aunque quizás no venga al caso” dan ese sabor personal y familiar.
En definitiva, estamos ante una obra historiográfica compuesta con toda la seriedad y objetividad exigidas desde la época antigua a una obra historiográfica y en un estilo llano y atractivo.
Eustaquio Sánchez Salor